Las primeras consecuencias del tsunami republicano

por Marcelo Contreras

Se dice que las elecciones no se ganan ni se pierden, sino que se explican. No parece ser el caso de la reciente de consejeros constituyentes, en donde el partido republicano obtuvo un triunfo arrollador. Superior a las más pesimistas proyecciones del oficialismo y de Chile Vamos, que ya asumían que ese partido podía no tan sólo superarlos sino también convertirse en la primera fuerza política del país. Pero nunca pensaron que lograra elegir 33 consejeros de los cincuenta y uno en disputa, considerando el representante de las etnias originarias.

Un verdadero tsunami, que arrasó con Chile Vamos (11 consejeros). Con el partido de la gente, que obtuvo menos del 5 % de la votación, sin elegir ningún consejero. Al igual de lo que sucedió con Todos por Chile, que reunía al PPD, PRSD y la DC, que tampoco obtuvieron representación en el consejo. La lista oficialista, que integraba Apruebo Dignidad y el Partido Socialista (PS), no logró su objetivo de elegir 21 consejeros, que le otorgaba poder de veto y obligaba a la oposición a negociar el nuevo texto constitucional. Sus 16 consejeros (6 PS, 4 Convergencias Social, 4 RD y 2 comunistas), le otorgan un rol más bien testimonial en el nuevo proceso constituyente.

El tsunami republicano no tan sólo arrasó con varios presidenciable de la derecha. Entre ellos Franco Parisi, Rodolfo Carter y Evelyn Matthei, sino también con varias figuras emblemáticas del oficialismo y la oposición, como Andrés Zaldívar, Carmen Frei, Ricardo Núñez (pese a ser la segunda mayoría en su región), Rodrigo Delgado, Juan Sutil, Jaime Ravinet o Sergio Bitar, que bien podría marcar el ocaso definitivo de la vieja guardia.

Para el país, las consecuencias de esta verdadera debacle son más que evidentes. La más obvia de todas es que el proceso constituyente está en riesgo de fracasar por segunda vez. Todo depende de la voluntad de republicanos de arribar a un pacto constitucional que pueda ser aceptado por el conjunto del arco político. Y no se ve para nada fácil. El partido republicano no fue parte del acuerdo alcanzado por el oficialismo y la oposición para darle continuidad al proceso constituyente. No suscribieron los 12 principios o bordes que fijaban las fronteras del nuevo proceso. Entre ellos, la declaración del país como un estado social y democrático de derechos.

Para el país, las consecuencias de esta verdadera debacle son más que evidentes. La más obvia de todas es que el proceso constituyente está en riesgo de fracasar por segunda vez.

Hoy están en condiciones de imponer un texto con reformas más bien cosméticas a la actual constitución, preservando los valores y principios en que fundan su identidad, que pueden resumirse en la vieja fórmula fiduciana de Patria, Familia y Propiedad. Y ello tan sólo contribuirá a incrementar la polarización política en el país.

Ya antes de la elección, sectores de la izquierda hacían llamados a no votar o anular el voto, en un proceso que calificaban de espurio y antidemocrático (es difícil precisar dentro del alto porcentaje de votos nulos y blancos cuántos responden a ese llamado). Y tras conocer los resultados, se incrementa el porcentaje de personas que ya han tomado la decisión de rechazar la propuesta que emane de este nuevo proceso, asumiendo que será redactada a imagen y semejanza de la ultraderecha.

Con la esmirriada representación obtenida por Chile Vamos, un sector de su dirigencia pretende transformase en una suerte de puente entre republicanos y el oficialismo, que permita construir un pacto o consenso en torno a una nueva propuesta de constitución. Un objetivo tan loable como difícil de materializar a partir de las abismantes diferencias entre uno y otro sector.

Como se explica el triunfo republicano

Claramente no existe una única explicación y será objeto de controvertidas tesis entre expertos y analistas. Desde la derecha, la más socorrida es que se trata de un voto de castigo al gobierno por su gestión, sin precisar por qué lo capitalizaron los republicanos. Otra, con antecedentes palpables, es que el escenario de la reciente elección estuvo marcado por la crisis de seguridad y migratoria (además de la económica) y el controvertido tema de los indultos. Todos argumentos empleados hasta el cansancio durante la campaña de republicanos, Chile Seguro (alias de Chile Vamos) y el partido de la gente. La demanda por el orden y la seguridad y en contra de la inmigración ilegal, como lo muestra una reciente encuesta de la UDP y Feedback, habrían generado el trasvasije de votos hacia el partido que con mayor fuerza levantaba las banderas de la mano dura en contra de la delincuencia y la expulsión inmediata de los inmigrantes ilegales. Así más que Donald Trump o Bolsonaro, José Antonio Kast podría encarnar la figura de Bukele en El Salvador.

No deja de sorprender que un importante porcentaje de aquella votación corresponda a comunas rurales y populares, que tradicionalmente favorecía a la izquierda o la centro izquierda. Una tendencia que no es nueva pero que se incrementó fuertemente en la reciente elección.

Hablar de “fachos pobres” resulta entonces una perfecta estupidez. No es que estos sectores, de la noche a la mañana, se hayan convertidos en adherentes de la ultraderecha. En su gran mayoría son desencantados de la política que buscan una opción inmediata. Un porcentaje importante de ellos apoyó a independientes, agrupados en la lista de la gente en la pasada convención y ahora favoreció a republicanos, sin constituir un electorado fidelizado.

El análisis da para largo. Lo concreto es que hoy los republicanos tienen el control del nuevo consejo constituyente y prácticamente podrían redactar el nuevo texto de carta magna a su medida. Y quizás conseguir su aprobación en el plebiscito ratificatorio. Pero ello no resuelve el desafío institucional que el país arrastra desde el retorno a la democracia, que diversos gobiernos han abordado sin éxito.

Los otros sectores damnificados por el tsunami republicano

La elección del consejo constituyente no constituía un plebiscito sobre la acción del gobierno, como mañosamente intentó presentarlo el senador Francisco Chahuán a días de los comicios, pero es más que obvio que la correlación de fuerzas resultante estrecha los márgenes de maniobra del ejecutivo para viabilizar su agenda de reformas. Javier Macaya, presidente de la UDI, sostiene que el gobierno no puede pretender seguir con sus reformas como si nada hubiese sucedido. Por su parte. Ricardo Mewes, presidente de la CPC, afirma que ha cambiado el eje político tras un voto de castigo para el gobierno. Los republicanos anuncian que votarán en contra del royalty minero y que sólo apoyarán una reforma que baje los impuestos.

En las filas oficialistas, la estruendosa derrota ha caído como un mazazo. No tan solo está en riesgo el proceso constituyente, sino también el programa de gobierno, reponiendo el debate en torno a su revisión y ajuste. Algo que divide las aguas entre quienes postulan mantener la fidelidad esencial y los partidarios, en nombre del realismo, de introducirle eventuales ajustes que permitan avanzar en la gestión durante los próximos años de la actual administración de Gabriel Boric.

En las filas oficialistas, la estruendosa derrota ha caído como un mazazo. No tan solo está en riesgo el proceso constituyente, sino también el programa de gobierno, reponiendo el debate en torno a su revisión y ajust

Asumiendo las diferencias que subyacen al interior del oficialismo, es difícil imaginar que se pueda avanzar hacia una sola coalición, que no tan solo agrupe a los partidos que integran la actual alianza de gobierno, sino que incluya también a la disminuida DC, que ha optado por una colaboración con el programa de reformas, manteniendo su independencia. Alberto Undurraga y con él algunos de los diputados que han optado por permanecer en la falange, no son partidarios de integrar la alianza oficialista y bien podrían optar por renunciar a su partido en la eventualidad que ella   se concretara.

Quizás el mayor elemento de cohesión para las huestes oficialistas y los sectores que se reconocen como progresistas esté condicionado por la amenaza de que Kast llegue a la presidencia del país. No es un argumento suficiente pero sí, por ahora, el más relevante, tal como lo ha señalado Guillermo Teillier. Ciertamente tiene debilidades si, al menos, la diversidad del mundo progresista no logra dar un sustento suficiente al actual gobierno, resolver la crisis de seguridad del país y recuperar la economía.  Así como lo más exigente: ofrecer un renovado proyecto de futuro al país con nuevos liderazgos.

El desafío de José Antonio Kast para administrar su victoria

El desafío de los republicanos para administrar su contundente victoria en las recientes elecciones no es tarea fácil. Existe una evidente tensión entre sus posturas ideológicas y la necesidad de llevar a buen puerto el proceso constituyente, en donde han asumido la principal responsabilidad tras su éxito en las urnas.

Diversos sectores empresariales, medios de comunicación y dirigentes de Chile Vamos, han llamado a los vencedores a administrar su victoria no tan sólo con humildad, sino también con responsabilidad y sentido de futuro.

Si las elecciones presidenciales fuese el próximo domingo, muy probablemente las ganaría José Antonio Kast. Para aquello faltan algo menos de tres decisivos años. Y muchas cosas pueden y deben pasar antes que los ciudadanos enfrenten esa disyuntiva. Entre ellas la elección municipal del año próximo.  Ahora el desafío se concentra en resolver el tema de la reforma tributaria, del sistema de pensiones y de la salud. También el royalty minero y la agenda de seguridad ciudadana en marcha, entre otros obstáculos, donde no serán para nada indiferentes las posturas que termine asumiendo cada sector político.

José Antonio Kast no está en condiciones de garantizar la gobernabilidad futura del país, sin mayor tensión política y polarización social.

José Antonio Kast no está en condiciones de garantizar la gobernabilidad futura del país, sin mayor tensión política y polarización social. Y ello es un dato crucial, no tan sólo para esa derecha más pragmática y realista, representada por Chile Vamos, sino también para los poderes fácticos, que no se han cansado de llamar a los republicanos a la moderación y responsabilidad tras los resultados de la reciente elección que los tiene como triunfadores.

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