Bellas hermanas, con la Fraternidad de cenicienta.
Toneladas y toneladas se ha escrito de Libertad e Igualdad, y toneladas de sangre ha corrido en su nombre. Héroes y villanos las han reverenciado y mancillado. El amor enfático por Libertad produce todos los liberalismos, hasta la anarquía. La pasión por Igualdad conduce desde la democracia hasta el socialismo.
¿Y Fraternidad? Nadie parece saber qué hacer con ella. Hermandad, ¿qué mierda es eso? ¿Solidaridad?, peor. Parece cuento de niños. O de hermanos de convento. Por un tiempo el socialismo habló de hermandad de clase. Ya no tanto.
El contractualismo, que nunca ha dejado de estar de moda (ex., “el nuevo pacto social” chilensis), sugiere que gentes desconocidas entre sí, enemistadas y guerreadoras, después de perder mucha sangre, pactan la creación de un estado por encima de ellas, que les asegure la Libertad y la Igualdad a todas. Conveniencia pura y dura. Raro. ¿Dónde se ha visto algo así? ¿No habrá un “nosotros” compartido antes de que nadie se sienta a conversar y pactar? Nosotros los de este lugar, los de esta estirpe, los de esta creencia compartida, los de esta lengua, los de esta historia en común. Y sí, claro, incluyendo que nosotros a veces nos cansamos de pelear entre nosotros… Pensemos en la independencia de los países de la actual Latinoamérica.
Me parece casi evidente que antes de ponernos a pactar nuevas constituciones de nuevos estados que nos aseguren Igualdad y Libertad, ya somos un nosotros, un colectivo que convive, y quiere seguir haciéndolo. O sea, la Fraternidad es primordial a las otras dos hermanas. Es la condición previa para que exista la posibilidad de las demás. Sine qua non.
No soy responsable de que el racionalismo, que nunca deja de estar de moda en círculos de escribidores, no sepa qué hacer con la Fraternidad. Obviamente no obedece a reglas, como las otras hermanas: Igualdad y Libertad ante ley. ¿Fraternidad ante la ley?, no hace sentido, la ley viene después. Pasa con el racionalismo que es incapaz de resolver con reglas – leyes relaciones destruidas, ni crearlas, sean de pareja, de amistad, de sociedad, políticas. Hay algo antes, sine qua non, que no reconoce.