Los cuatro círculos de la poesía chilena ¿dónde se ubica usted?

por Dante Cajales Meneses

                                      No lo sé. La poesía, por otra parte, 
es una de las tantas posibles positividades de la vida.
Eugenio Montale

Primer círculo

«Don Che, le tengo un poema” (…), es uno de los diálogos icónicos del extinto programa de televisión «Morandé con Compañía«. En otro programa un niño recita un poema de Nicanor Parra y recibe el apodo de “niño poeta”. Lo suceden entrevistas, contratos y horas en televisión para un niño que por leer un poema recibe el calificativo de “poeta”, sin haber escrito o publicado un solo libro. ¿Qué se instala como poesía y como poetas en el imaginario colectivo de la sociedad chilena? Las y los poetas serían algo así como aquel niño pedante que recita un poema de Parra, o como el hilarante y torpe personaje de “Morandé con Compañía”, objeto de burlas y risas. El precio sobre el valor cobró un significado nunca antes conocido en Chile, tanto así, que ha permeado y definido el concepto de vida que hoy tenemos como país. La sociedad chilena se ha coagulado en el dominio y posesión del dinero de modo grotesco y vulgar, y pareciera que esta condición nos lleva a la superficialidad de nuestras relaciones humanas. Evitamos los espacios de conversación con sentido, y promovemos en círculos de camaradería; el “pelambre”, la burla, la denostación, el menoscabo y la ridiculización del otro, como sinónimo de “buena honda”.

La poesía y el oficio de poeta en este primer círculo, ha perdido todo valor como aporte taxativo a la memoria, la reflexión y la identidad como sociedad. A los poetas se les suele ver como bufones, o bien como seres perdidos en la estratósfera escribiendo poemas para enamorados. En este primer círculo, la productividad y la inmediatez han demostrado su trato satírico o bien, han situado a la poesía como un puro accesorio decorativo para el turismo. Comprendemos las palabras, pero se nos escabullen sus significados más ocultos. Los administradores del modelo saben que la poesía toca ahí donde incomoda. Las trabas para reconocer su valor es lo que han instalado. 

Sorprende la tibieza con la que se refieren a la poesía en su discurso. Predomina el slogan de “Chile tierra de poetas”. Aquí la verdad no importa, no sirve para nada. Por eso ellos se coluden y acumulan y denigran la poesía con personajes nimios y vanales. Convirtiéndola en algo así como ese hijo no deseado de nuestra sociedad, que hay que alimentar

Segundo círculo

Está conformado por personas que aman la poesía. Que leen poesía, o que alguna vez la escribieron, pero no se sienten poetas. Valoran y respetan conscientemente el trabajo que hay detrás de cada libro de poesía publicado. Se mueven alrededor del tercer y cuarto círculo. Más cerca del cuarto que del tercero. Compran libros de poesía, buscan una firma, una dedicatoria en la portadilla, asisten a lecturas, conversaciones y a presentaciones de un nuevo libro, ya sea por apoyo al autor, o a la amiga que escribió ese poemario, porque sabe que se venderá solamente el día de la presentación. 

Son seres humanos maravillosos, a los que uno como autor, acaba obsequiándoles el trabajo. O porque, simplemente, reconocen cuando la poesía toca las escaras de una sociedad, donde la suciedad enferma, donde la desesperanza se forma en piñén y piojos y da asco, rabia y odio. Reconocen en la poesía esa arma de contrabando y conocen por experiencia que la poesía ha servido para describir, la soledad, la pobreza, para hablar del frío y de la muerte que han vivido. Distinguen que la filosofía y la religión han tenido siempre la tentación de esgrimir la poesía como caballo de Troya, en la relación de las personas con los mitos y Dios, que es el más importante de todos los relatos. 

El lector de poesía en este círculo percibe que en este camino hacia el crecimiento interior pasa primero, por una lucidez, a la verdad. Se trata de hacer frente al desorden, al dolor, al mal, a las injusticias, de manera que queden esclarecidos con la propia luz. Esto lo intuyen los naturales de este segundo círculo. Traigo aquí las palabras de quién fue uno de mis mayores maestros, el poeta Catalán Joan Margarit: “La poesía quizá no es gran cosa, pero más dura es aún la intemperie sin los versos”.

Tercer círculo

Es conocida la tensión que existe entre la academia y los, y las poetas. Sus transformaciones y planteamientos desde Platón, pasando por la academia francesa, a nuestros días. En nuestro país se ha pensado, quizás con mucha reiteración, que poesía es la que hacen los sabios y los académicos de las universidades. Como si el hecho de pasar por una universidad fuera suficiente garantía para hacer poesía. Se confunde la expertiz y la información, con la capacidad para articular y expresar un universo, como lo es el poema.

Este tercer circulo está integrado por académicos, críticos literarios, editores, libreros y un numerable etc. Existe un mercado para la poesía, pequeño, pero existe. Los expertos escriben y exponen el valor intrínseco de la poesía, pero no provocan que la poesía -fuera del círculo tres y cuatro – tenga el valor que le reconocen. 

A la poesía no le interesa estar en un escenario, en las páginas de un periódico influyente para no hablar del dolor de haber nacido en la periferia de un país como Chile. Eso ya lo sabemos todos los que nos movemos entre el segundo y cuarto círculo. Los tecnócratas de las universidades se fueron tomando los espacios de la poesía, y han terminado convirtiendo en puntos de referencia que jerarquizan, excluyen y discriminan. 

La poesía, bien se sabe, está más allá de los títulos universitarios, del éxito editorial y de las apariciones en los medios. La poesía nada tiene que ver con la rigidez de la ciencia o con el acartonamiento de la academia. En la sociedad chilena no tenemos tiempo para detenernos a degustar un poema que juega con el lenguaje y atiza la imaginación más allá de lo práctico. Imbuidos en las prisas cotidianas, “nos hemos vuelto incapaces de percibir las formas que resplandecen por sí mismas”, en palabras del filosofo Byung-Chul Han. Motivo suficiente para comprender por qué la poesía queda encapsulada en este y el cuarto circulo. Pero qué queda para los que se mueven en el primer círculo. ¿Cómo llega ahí la poesía a través de la academia?

El cuarto círculo

El más invisible, a veces, el más precario. Habitado por bardos en un mundo paralelo, ocupado solo por vates que se leen; escuchan; reseñan; se aman o se descuartizan entre ellos. Su único compromiso es con la palabra, absolutamente con la palabra. La poesía es ese bosque donde se salen a explorar, solos, solas completamente a ciegas en busca de un sendero llamado palabra, hasta encontrar aquel atajo que se necesita para nombrar todo aquello que incomoda a la sociedad, e incluso a uno mismo.

En este círculo nos encontramos los iguales, el inseguro, el que necesita validación de sus pares, la reseña del que ha ganado premios y reconocimiento, el concupiscente, la muerte, el hambre, el frío, la precariedad de condiciones de muchos y muchas en la que se hace literatura en nuestro país. Escribimos lo que escribimos para sobrevivir, pero ¿para sobrevivir a qué?, y leemos sobre lo que escriben otras y otros poetas, y nos juntamos, nos invitamos a lecturas privadas o públicas, y nos escuchamos en silencio, con desidia, con rivalidad o con ternura. Ahí estamos, muchas veces dando vueltas dentro del cuarto circulo, asomándonos a veces a la periferia, para que nos escuchen otros poetas menos afortunados que uno, y no los naturales del primer círculo. Si no logramos salir del “Cuarto círculo”, continuaremos siendo los bufones de turno o simplemente invisibles para una sociedad que avanza vertiginosamente hacia la productividad, la inmediatez de las relaciones humanas. Debiéramos preguntarnos qué necesitaría la poesía, o qué debemos hacer los y las poetas para llegar a todo el mundo cuando los poemas juegan con lo no expresado, con lo incierto, con interpretaciones que quedan abiertas.

La poeta Alejandra del Río en su artículo “Razones por las que la expresión es la salida”, nos está diciendo que: cuánto sufrimiento nos evitaríamos si desde pequeños estuviéramos conectados a nuestro ser creador. Quizás no nos ahorraríamos el dolor, que parece ser un ingrediente imposible de soslayar en esta intensa vida humana, pero tendríamos una oportunidad de expresarlo y transformarlo, aprender de él para volvernos más sabios, plenos e integrados. ¿No debería ser la sabiduría un objetivo de la educación?

Me pregunto, para finalizar, si la poesía y la escritura creativa tienen tantos beneficios ¿Cómo podemos llevarlas a las escuelas de nuestro país? Polinizar con poesía la totalidad de la sociedad pareciera ser la salida, y qué mejor, que salga del primer círculo, a que quede cautiva en la colmena solo para quienes la escribimos y leemos.

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