Maduro: Entre el delirio y el derrumbe.

por Juan. G. Solís de Ovando

Cuando el 7 de octubre del año 2012, el líder venezolano Hugo Chávez Frías, fue elegido para presidir el gobierno de Venezuela por un cuarto período, es decir del 2013 al 2019, aunque probablemente sospechaba que antes de terminar ese nuevo mandato estaría fallecido se aferraba al poder como si fuera eterno. Y aunque el cáncer que lo mató ya había hecho su aparición persistente y progresivamente hacía casi dos años, las mentiras sobre su estado de salud también lo hicieron con esa misma testarudez. Por eso, se duda hasta hoy, respecto de la fecha y el lugar de su deceso.

El 5 de marzo del año 2013 se anuncia que el presidente Hugo Chávez, el comandante, ya no formaba parte de este valle de lágrimas.

Fue Nicolás Maduro, al que le había correspondido dar la trágica noticia a los venezolanos y al mundo. Un destacado privilegio, después que el comandante lo hubiera ungido poco tiempo antes pidiendo abiertamente que fuese su continuador y habiendo delegado la mayoría de sus responsabilidades en éste, en su calidad de vicepresidente.

El poder a Nicolás Maduro le llegó como herencia de un líder carismático tan gravitante en la política venezolana como polémico. Además, las herencias del poder transferido por ese tipo de líderes tienen un doble problema: Carece de la legitimidad de su antecesor, pero debe hacerse cargo de sus pasivos, absolutamente. Sin excepciones. Y estos no eran menores.

Por qué es Maduro y no Diosdao Cabello, el elegido sigue siendo un misterio. Porque el primero había construido una identidad desde el mundo sindical y desde allí había saltado a la política en medio del proceso de bolivarización del país, en tanto que el segundo formaba parte de los militares rebeldes desde los convulsos años 90.

Y un dato curioso: Nicolás Maduro, a la muerte de Chávez es designado presidente encargado de Venezuela por el poder judicial. Un título que utilizará la oposición algunos años más tarde.

Finalmente, en unas elecciones realmente reñidas, en el año 2013, Maduro logra imponerse en las elecciones del 14 de abril 2013, por el 50, 61% de los votos, contra el 49,12 que obtuvo su oponente, Henrique Capriles Radonski. Fueron las primeras elecciones reñidas y también las primeras cuestionadas por la oposición y declaradas fraudulentas. También la primera vez en que se exigieron las actas del proceso electoral.

El año 2013, y primero de su mandato, se anunciaba mal: las distorsiones en el mercado cambiario reforzaron el incremento del dólar negro y algunos bienes de consumo masivo empezaron a escasear, al tiempo que la inflación se incrementaba sensiblemente. La falta de divisas impedía la importación de insumos para la industria que por ello empezó a paralizarse.

En realidad, Maduro no había cambiado nada sustancialmente de la política económica de su antecesor, pero le tocaba a él enfrentar la cosecha del diablo: Si bien en el año 2013 Venezuela todavía mostraba un escuálido crecimiento de un 1,34 por ciento, al año siguiente ya se encontraba en recesión. El desempleo se comportaba también negativamente y los problemas económicos empezaban a afectar la dieta de los venezolanos.

El gobierno siempre podía recurrir a dos explicaciones clásicas: el precio del petróleo, sensiblemente bajo, y la guerra económica de la potencia enemiga: EEUU.

Sin embargo, la crisis económica se desparramaba inclementemente: el precio de la gasolina el año 2016 se disparaba, la hiperinflación golpeaba a los sectores más pobres de la población como nunca.

El gobierno reaccionaba con paquetes económicos llenos de nombres simbólicos pero que aún incrementando el salario mínimo no mitigaba los efectos de una grave crisis económica: con cuatro años de hiperinflación y siete de recesión la sociedad se encontraba agotada y con un malestar generalizado.

Como era de esperar en un contexto como este a finales del 2017 el gobierno empieza a retrasar el pago de bonos del estado y otros títulos del gobierno: mala señal a los mercados y a los inversionistas.

Pero lo que le faltaba de medios a la economía, a las políticas sociales bolivarianas le sobraba de superlativismo: Para implementar políticas de salud y desarrollo social se creó el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo. (¿Qué tal, de nombre?) institución responsable de las más de treinta misiones sociales del gobierno, entre ellas los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (alimentos subsidiados); la creación del Carnet de la Patria (un documento de identidad con código QR), entre otros.

Al final todo análisis en este plano es un tanto inútil. Porque con cuatro millones de venezolanos en el exterior, buscando pan, seguridad y trabajo en cualquier parte, la evaluación sobre las posibilidades de su economía y sociedad queda zanjado.

Pero Maduro, en el contexto geopolítico actual, puede obtener apoyos internacionales que compensen su pobre comportamiento interno. Y eso tiene que ver con las lógicas de la geopolítica actual: EEUU ya no puede, como antes, hacer de gendarme internacional. La situación mundial ha cambiado: China es ya la segunda potencia industrial y económica del mundo y una de las mayores fuerzas militares. La Rusia de Putín puede desafiar a Occidente invadiendo un país europeo, solo porque su presidente declara su deseo de participar en alianzas consideradas una amenaza para su seguridad. La India es ya el país con mayor población en el orbe y una de las más industrializadas. Irán, el demonizado país musulmán y teocrático, establece alianzas de toda clase con países como China, Rusia y Turquía. Y este último, que perteneciente a la OTAN, mantiene relaciones privilegiadas con la Rusia de PutínBrasil, y México son países de tal peso en la economía mundial que pueden negociar en los mismos clubes que los grandes. Es más, todos ellos, pertenecen ahora, a su propio club, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Y, a varios de ellos, las credenciales democráticas, le resultan irrelevantes.

Las consecuencias más importantes son que las sanciones económicas, por ejemplo, ya no son tan determinantes como antes. Lo que sumado a que el comoditie principal de Venezuela es el petróleo. Esto implica dos cosas. Las dos igualmente importantes: Venezuela tiene posibilidades si consigue aumentar la producción de barriles diarios, de recuperar ingentes recursos y, además, el ser un productor importante de petróleo, lo pone, por ese solo hecho en un club muy significativo, la OPEP.

Sin duda pocas cosas destacan tanto, en el gobierno de Maduro como su obsesión por institucionalizar los cambios que buscan concentrar el poder, impedir la disidencia, y limitar las posibilidades de la alternancia entre diferentes alternativas políticas. 

Primero lo realizó asaltando el poder legislativo, la Asamblea Nacional de Venezuela, órgano unicameral. Pero en el 2015 fue elegida con un 65 por ciento de oposición, lo que llevó a Maduro a sacarse de la manga una Asamblea Nacional Constituyente paralela y con atribuciones supraconstitucionales y en donde la legitimidad democrática brilló por su ausencia porque solo fue aprobada con los votos de los partidarios del gobierno. Los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia están conformados por personas identificadas claramente con el gobierno. Esto lo consiguieron manipulando las sustituciones de jueces en las dos asambleas legislativas, como se ha visto. La oposición ha mostrado listas del horror de jueces adscritos al poder.

Más grave que los hechos anteriores lo constituye el hecho de que varias atribuciones del poder legislativo fueron subsumidas por el Tribunal Supremo de Justicia, como ocurrió cuando el 2015, al elegirse 112 diputados contrarios al gobierno, el TSJ so pretexto de garantizar el estado de derechodebía sumir competencia de la asamblea nacional. Una usurpación de funciones pura y dura.

Además, traspasando la manoseada teoría del equilibrio de poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, Maduro agregó dos nuevos poderes constitucionales: el Poder Ciudadano y el Poder Electoral. El primero, Poder Ciudadano, tiene como propósito promover el estudio de la Constitución y sus valores, y el segundo, el Poder Electoral, como su nombre lo indica le corresponde organizar y supervisar todos los procesos electorales tanto de cargos públicos como gremiales y sociales, y es dirigido por el Consejo Nacional Electoral (CNE). Existe la opinión generalizada -no solo en la oposición más explícita- de que es un órgano viciado por sus componentes principales y por la historia de sus resoluciones que lo comprometen con el régimen.

En ese contexto las últimas elecciones venían mal para Maduro. En primer lugar, porque la oposición se encontraba más unida que antes y su pragmatismo le había permitido unirse en torno a un candidato, anciano, con poca historia en los peores momentos de Venezuela, moderado. Atrás quedaban los tiempos en que se nombraban presidentes encargados intentando crear una suerte de doble poder para que con el tiempo y la desobediencia sostenida de la gente se fuese legitimando hasta que un movimiento cívico militar lo sustituyese definitivamente. Por eso, Corina Machado, la verdadera expresión de la oposición política, delegaba en éste, un anciano político tradicional del ámbito de la diplomacia, el liderazgo electoral una vez que el gobierno la había sacado por secretaría

Maduro se sentía seguro porque el contexto social y sobre todo económico ayudaba: Venezuela hoy no tiene números tan magros como en el período anterior. Recordemos que el FMI había dicho en su informe Perspectivas Económicas globales para el año 2024 que Venezuela estaba en el puesto 5 de las economías latinoamericanas que prometen mayor crecimiento para este año con un PIB que se incrementaría en un 4.2 por ciento. El consumo privado se incrementaría igualmente en un 2.5 por ciento. Y la inflación remitiría también, sensiblemente.

No es tan cierto que la mayoría quisiera apoyar el programa -casi desconocido-, del candidato opositor, pero si es verdad que había un deseo incontenible de castigar a Maduro. Y actuó en consecuencia.

Cuando el gobierno constataba que perdía inexorablemente operó con los mecanismos que tenía: como el sistema electoral pasa por el reconocimiento de las cabezas del CNE (Consejo Nacional Electoral) y este se sometía a tantos mecanismos de verificación el único modo de intervenir el resultado era ignorar las auditorías prescritas, esconder actas electorales, sacar testigos en los procesos de contabilización de votos, inventar ataques cibernéticos y, lo más importante no publicar los resultados mesa por mesa. 

Todo lo demás fue pura pantomima decadente de un gobierno decadente

Solo entre los días 29 y 30 de julio de produjeron más novecientas protestas en todo el país. Casi todas pacíficas.

Lo que vino más tarde era fácil de adivinar: un proceso de detenciones masivo a disidentes de toda clase: periodistas, líderes de organizaciones sociales, dirigentes políticos opositores, etc. El propio Maduroreconoció la detención de 2.229 manifestantes, según él, terroristas. 126 de esos terroristas eran adolescentes.

De momento a Maduro solo le queda administrar el fraude, hasta el 10 de enero del próximo año. A partir de ese momento, si persiste en mantener unos resultados ilegítimos se consumará el paso de un gobierno constitucional a otro de facto, y Maduro convertirse en un dictador tercermundista. Esto no tiene en sí mismo nada de excepcional, salvo que ahora hay una izquierda que lo considerará un dictador del proletariado.

Los gobiernos de Colombia, Brasil, y en cierto modo en México buscan posibilitar una salida que impida que el gobierno de Maduro se dirija derechamente hacia la consolidación de un régimen dictatorial. Esa es, probablemente, la salida más responsable. Porque cada vez toma más peso la idea de que una guerra civil en Venezuela sería una tragedia para todos.

En ocasiones y para irritación de los cientistas sociales, el estilo de liderazgo pesa como una loza, para determinar el curso de los acontecimientos, que se resisten a encerrarse en categorías desgastadas e inermes. Por eso, me resisto también a resolver la cuestión de la naturaleza del gobierno de Maduro echando mano a los trasnochados conceptos como el del populismo que sirve para todo aquello que no encaja en el sistema formal y tradicional de los partidos.

Prefiero buscar por otros caminos: la única y verdadera hazaña de Nicolás Maduro, su auténtica leyenda y la metáfora en la que se desenvuelve, se teje cuando utilizando su calidad de dirigente sindical de los transportes, aprende a conocer los oscuros, desconocidos e impredecibles túneles del metro. Por allí escapó más de una vez. Y, por allí también alcanza a descubrir sus últimos recursos cuando sin exponerse, busca salidas debajo de la tierra y de la luz del sol.

Maduro es una mala imitación de Chávez que fue una razonable puesta al día cuando Fidel-su padre-, estaba en el ocaso. Pero a diferencia de su antecesor, no tiene liderazgo auténtico. Él sabe que es prestado. Y como los trajes que son de tallas diferentes por más remiendos que se le pongan siempre quedan mal. Por consiguiente, el destino de los actos de Maduro es equivalente a las personas que consigan total o parcialmente, coyuntural o permanentemente, seducirlo con interpretaciones que rimen con su escaso caladero de ideas y reflexiones. Hay que escuchar a Maduro cuando escucha en los sombríos túneles del poder.

Pero tiene, de momento, un ángel de la guarda: la oposición. Porque mientras el pueblo venezolano siga creyendo que esta representa los intereses, estilos, e ideas del período pre chavista, cuando la corrupción, la pobreza, y la desigualdad convirtió a Venezuela en un ejemplo de grupos que impúdicamente lucraban con el destino sin esperanza de los millones de excluidos, tampoco construirá la mayoría suficiente para gobernar exitosamente. Y la peor de las situaciones políticas es cuando el gobierno no tiene destino y la oposición no tiene alternativa.

Es posible, sin embargo, que en algún momento se junten los que a partir del proceso de cambios que inició Hugo Chávez, quieran devolver al pueblo, su soberanía. Y, a partir de allí, iniciar juntos un proceso de afianzamiento democrático que asegure el funcionamiento del Estado de Derecho, el respeto a los Derechos Humanos, el restablecimiento de instituciones democráticas con equilibrio de sus poderes; y la disposición del estado en aplicar políticas públicas orientadas a la protección de los más vulnerables y a la recepción ordenada y hospitalaria de los venezolanos que regresen a su patria.

Así sea.

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