Mansuy y las causas del Golpe de Estado

por Jaime Esponda

Daniel Mansuyrealizó un formidable trabajo de selección de autores de izquierda y declaraciones de la época, para elaborar con habilidad especulativa su libro Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular,[1]y se constituyó en actor distinguido del hecho político que fue la publicación de la obra, debido a su oportunidad -conmemoración de los 50 años del golpe de estado- su promoción en los medios y la exaltación del joven autor como miembro del número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales[2].    

Con todo, a nuestro juicio, al cualificar su investigación no se puede desatender la fenomenal[3] omisión histórica en la cual incurrió el ensayista, para analizar las causas del golpe cívico-militar de 1973. Tal omisión posee difícil justificación metodológica, puesto que el objeto de la investigación recae en un fenómeno imposible de inteligir sin la metodología propia de la Historia, que en este caso no es solo una ciencia auxiliar sino una disciplina equiparable a la Ciencia Política. En efecto, lo que pretendía conocer Mansuy no es un sistema político establecido[4], sino un proceso cambiante que es objeto propio de la ciencia histórica[5].

No podía Mansuy desentrañar las causas del golpe y el significado de la decisión final de Salvador Allende omitiendo, como lo hizo, el desarrollo de la estrategia golpista de la derecha y de los Estados Unidos, desde el día mismo de la elección presidencial de 1970. Tal laguna indagatoria, lamentablemente, merma la claridad con que el autor describe su acabada lectura de las contradicciones internas de la Unidad Popular (UP) y de sus relaciones con la Democracia Cristiana (DC).

    A lo anterior se agrega que también omite toda consideración al fenómeno social en que consistió el proceso desatado por la elección de Allende. Esta exclusión no desvirtúa, por cierto, la constatación de que el gobierno falló en lograr la adhesión social abrumadora que requería para realizar la inédita “vía chilena al socialismo”. Pero, sin perjuicio de esto, Mansuy no explica por qué razón, casi en la mitad de su mandato y a seis meses del golpe, la UP obtuvo más del 43% de los sufragios en elecciones generales, pese a la difícil situación en que se desenvolvía la vida de las personas.                                                            

El investigador parece obsesionado por concluir que el desenlace de 1973 fue un “fracaso” y no una “derrota” (militar) de la Unidad Popular. Está claro que, en esta bizantina discusión, si el final fue un fracaso, como dice Mansuy, “la responsabilidad principal no recae en la oposición ni en los militares, ni tampoco en Nixon o Patria y Libertad, sino en la propia UP que no logró darle viabilidad a su proyecto”.En cambio, si la mirada del estudioso hubiese sido completa, observando los contrapesos entre la ofensiva golpista y las contradicciones internas de la Unidad Popular, la conclusión sería diferente.

Sobre las contradicciones en el seno de la izquierda.

Es de indudable valor el análisis que realiza el autor sobre las correlaciones políticas y las contradicciones al interior del bloque de partidos de izquierda. Lo hace respaldado en declaraciones de actores del proceso que exhiben la fractura entre, por un lado, el presidente Allende, el partido Comunista (PC) y el MAPU encabezado por Rodrigo Ambrosio y Jaime Gazmuri, y por otro, el sector socialista de Altamirano y el MAPU de Garretón con la connivencia del MIR. Fue una fractura estratégica respecto a la vía de construcción del socialismo y, principalmente, a la necesidad de un entendimiento con el centro político. El apropiado empleo que hace el ensayista de los escritos de Manuel Antonio Garretón y Tomás Moulián constituye un reconocimiento a la descarnada autocrítica de la izquierda, que contribuyó a la renovación socialista. Una autocrítica inexistente en la derecha.       

Mansuy acierta al señalar la fatal división interna de la izquierda respecto a su “relación con las capas medias”, que se manifiesta en la negativa de la dirección de Altamirano a respaldar al presidente en sus esfuerzos para acordar con la DC una salida a la definición sobre las áreas de la economía, que estuvo a punto de lograrse, pero fracasó por la terquedad del freísmo y de aquella cúpula del socialismo.

El ensayista otorga a la ultraizquierda una mayor gravitación que aquella que efectivamente tuvo, lo que le permite hacer recaer casi toda la responsabilidad del desenlace en la UP. En cambio, minusvalora el peso del PC, del sector Almeyda del partido Socialista (PS), del MAPU de Ambrosio y Gazmuri, así como el liderazgo de Allende sobre el pueblo socialista y los sindicatos. Por cierto, queda a salvo la lección de que la ultraizquierda, aunque minoritaria, puede dañar un proceso de cambios respetuoso de las reglas democráticas.                                     

Por otra parte, el desprecio por el Estado chileno y su tradición, que Mansuy, invocando a M.A. Garretón y Moulian, achaca a toda la izquierda chilena no corresponde a la historia de este sector político, que si bien criticaba el sistema capitalista fundó su idea de revolución con respeto a la ley en aquella tradición estatal, a la cual Salvador Allende siempre hizo marcada referencia. Ese desprecio lo sentían más bien sectores extremos que, influidos por el guevarismo, consideraban que la institucionalidad era un obstáculo a los cambios.                                                                                                        

De otro lado, se echa de menos mayor profundidad en el análisis sobre las posiciones internas de la DC. Ello podría, por ejemplo, explicar por qué en agosto de 1973, según el propio autor, mientras “Aylwin y la DC habían valorado la voluntad de Allende” de promulgar la reforma Hamilton-Fuentealba, al presidente del Senado, Eduardo Frei Montalva, le produjo irritación este acercamiento y, en definitiva, fue él quien desahució el diálogo impulsado por el cardenal Silva Henríquez[6].

Mansuy presta atención al MAPU, que ejerció en el gobierno una influencia que no correspondía a su escaso peso electoral, pero incurre en errores importantes. Así, considera que la postura izquierdista del militante Kalki Glauser es la oficial del MAPU en 1972, en circunstancia que la dirección de ese partido, encabezada por Rodrigo Ambrosio y luego de su muerte por Jaime Gazmuri, a diferencia de Glauser, compartía con el presidente Allende la necesidad de un acuerdo pro-capas medias en lo económico. También yerra Mansuy cuando califica al ministro Fernando Flores, que era persona de la mayor confianza del presidente y firme aliado del general Prats[7], como miembro “del ala radical» del MAPU[8].

Las capas medias.

Está verificado que gran parte de las capas medias se fue alejando de la UP, debido, en parte, al desabastecimiento de productos de primera necesidad y, en el caso de los pequeños propietarios, al temor de perder su fuente de subsistencia. Por cierto, en ello cumplieron un rol pernicioso las posiciones intransigentes y las contradicciones internas de la Unidad Popular. Con todo, Mansuy deja la impresión de que todas las capas medias fueron protagonistas de aquel distanciamiento, lo cual no fue así, ni tan siquiera con posterioridad al paro de los transportistas de octubre de 1972, como lo demuestra que en marzo de 1973 la izquierda hubiese obtenido un respaldo del 43,3% y aumentado su representación parlamentaria, impidiendo el propósito opositor de acusar constitucionalmente al presidente de la República y ejecutar un “golpe blanco”. Por ello, tampoco se podría sostener, sin cierto grado de temeridad intelectual, que el 11 de septiembre, “todas” las capas medias aplaudiesen el golpe de Estado. Mansuy no explica esa evolución del comportamiento electoral de la población. Tampoco trata de la estrategia comunicacional de la oposición hacia los sectores medios. Todo ello resta valor científico a su insistencia en la animadversión generalizada de las capas medias hacia el gobierno.

Salvador Allende

Al tratar sobre Salvador Allende, el autor parte de la premisa de que “no es un gran protagonista de la historia para nadie en la izquierda hasta el 11 de septiembre[9]. Esto constituye una falsedad histórica. Hasta los niños saben que si hubo un líder de la izquierda del siglo XX ese fue Salvador Allende. No se lee en el libro un examen de su vasta trayectoria política, desde la fundación del PS hasta su elección como presidente de la República. 

La subestimación política del personaje se acentúa al tratar sobre su presidencia. Si bien Mansuy dedica muchas páginas al presidente, lo instala en un rango de actor subordinado, inmóvil, vacilante, casi ausente. Tal desconsideración se debe, en parte, a que todo el análisis gira en torno a la superestructura de los partidos y sus conflictos, lo cual ensombrece el liderazgo popular de Allende, al que jamás se hace referencia. Por ello, Mansuy atribuye el silencio sobre los partidos, en el discurso final del presidente, a la soledad que siente por el comportamiento de su propia colectividad. Pero no se da el trabajo de recorrer la vida del político y constatar que casi todos sus discursos apelan al pueblo y los trabajadores, y solo excepcionalmente a los partidos.                                                                                               

Hay dos formas de mirar la actuación del Presidente en 1973. La primera, que atiende solo a su evidente cuidado en no enemistarse con el PS, puede llevar a la conclusión de que era presa de grandes dudas y vacilaciones. La otra mirada lo encuentra impulsando con decisión el acuerdo con la DC, a pesar de la oposición de Altamirano, a la vez que advirtiendo a ese partido “que el Congreso no podría modificar sustantivamente el régimen presidencial[10]y, por último, decidiendo contra la opinión de su colectividad convocar a un plebiscito el 11 de septiembre.                                                                           

Exagera, pues, en demasía el autor al asegurar que, «a los ojos de los dirigentes de la UP, Salvador Allende era un funcionario más, sin ninguna importancia especial”. ¿Por qué no cotejó tan atrevida aseveración con dirigentes de la izquierda que viven y conocieron a Allende como Camilo Escalona, Jorge Arrate, José Cademártori, Jaime Gazmuri, Pedro Felipe Ramírez, etc.?                                          

Es funcional a dicha minusvaloración que Mansuy minimice la firmeza con que Allende combatió las tesis “guevaristas” y “basistas” de los grupos de ultraizquierda, pese a que tuvo en sus manos el duro discurso presidencial tras la denominada “Asamblea Popular” que aquellos grupos realizaron en Concepción, así como su condena a las destempladas tesis del MAPU Garretón, en enero de 1973.

Al acercarse a la decisión final del presidente, el cientista político da libre curso a su imaginación y, destinando a ello la tercera parte de su libro, desarrolla un culebrón psico-político alejado de su disciplina científica y de la objetividad. Intenta convencer de que en el mandatario jamás anidó la convicción de que debía entregar su vida por la Constitución, como lo había anunciado en varios discursos, y que tampoco razonó que, con su inmolación, causaría un daño moral a los golpistas.

Para Mansuy, el suicidio de Allende solo se debe a un atolladero político que lo dejó “atrapado sin salida”. Para él, la decisión del suicidio no es moral y le es indiferente que el jefe de Estado haya muerto con las botas puestas en vez de viajar al exilio, como lo hicieron Arbens y Perón. Esta pretensión se acerca a la calificación de la inmolación de Allende, por Patricio Aylwin (referida por Mansuy[11]), como un acto frívolo, que revela en toda su dramática magnitud el extremo de animadversión existente en 1973 y, también, la incomodidad que aquel sacrificio provocó en el amplio espectro de sus opositores.                                                                                                    

De esta armazón básica, Mansuy induce que aquel sacrificio tuvo como efecto, no la veneración a un mártir de la democracia, sino la creación de un mito enaltecedor que no guarda correspondencia con aquella desesperada situación personal del presidente, el 11 de septiembre. Con su muerte, Allende se habría elevado “sobre el colosal equívoco que el mismo había construido” y no sobre la lealtad a los principios constitucionales y democráticos que invocó en su discurso final. Y como es un mito, se concluye que «la izquierda (toda) tiene un problema con Allende» aún no resuelto, porque no habría aceptado lo que Mansuy describe como proceso interno final del mandatario, caracterizado por una desesperación que no se percibe en aquel discurso.                                                                                                 

Más aun, el tratamiento que da el autor a las comprensibles dudas iniciales de la izquierda sobre la verdad del suicidio roza con una manipulación desaprensiva. Es liviandad, por ejemplo, sostener que toda la izquierda trató mal al doctor Guijón luego de su testimonio, en circunstancias que no fue así, partiendo por la propia familia del presidente. 

Librando a la derecha de toda responsabilidad.

Es cierto, porque hay antecedentes suficientes, que la UP perdió progresivamente su capacidad de entendimiento con el centro político y que, en importante medida, esto se debió a la división interna del conglomerado y al postulado de un poder popular paralelo incompatible con la estrategia institucional del presidente Allende. Todo ello contribuyó a que el gobierno no lograra contar con la mayoría social requerida y, también, a la deliberación creciente en las fuerzas armadas.                                                                                                            

A estas circunstancias reales se refiere Mansuy. Sin embargo, como opta por desconsiderar todos los demás factores que condujeron decisivamente al golpe, su conclusión obvia es que la responsabilidad del desenlace trágico del gobierno de la UP radica terminantemente en esa alianza política. Aquellos factores -estrategia golpista de la derecha, con el respaldo político y financiero de los Estados Unidos; bloqueo económico internacional; plan insurreccional que condujo a los dos paros del transporte, apoyados por el empresariado; desacuerdos internos en la Democracia Cristiana y rol del freísmo- no cuentan para Mansuy o, a lo más, son elementos secundarios respecto al temor de las capas medias debido al desabastecimiento y a las pugnas internas de la UP.  Solamente cuando el autor entra a criticar el libro de Mario Garces[12]  aprovecha para referirse algo a aquellos factores, pero lo hace, como de un plumazo y para cuestionar la afirmación de que fueron causa del golpe de estado. 

En suma, es seguro que avezados intelectuales, conocedores de la historia, hallarán en este libro un atractivo análisis de la confrontación ideológica y política al interior de la Unidad Popular. Pero si se considera que la obra ha sido objeto de gran publicidad y récord de ventas, con seguridad, el público masivo, luego de su lectura y sobre la base de la gran omisión a que nos hemos referido, llegará a la conclusión de que el golpe de Estado se justificó, librando a la derecha de toda responsabilidad.


[1] Daniel Mansuy, Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular. Santiago, Penguin Random House, 2023, 364 páginas. 

[2] El abanico político de sus integrantes va desde la derecha conservadora hasta cierto segmento de la centro izquierda, con exclusión de la izquierda. Por ejemplo, los dos premios nacionales de Humanidades y Ciencias sociales que más cita Mansuy en su libro, Manel Antonio Garretón y Tomás Moulián, no forman parte de esa Academia.

[3] Utilizamos este adjetivo en su sentido natural y obvio, como diría don Andrés Bello, toda vez que la omisión lo es de un fenómeno.

[4] Easton, Davis. A framework for political analysis, Prentice Hall CPT, 1965. p. 50.

[5] Thompson, Edward, Miseria de la teoría, Barcelona, Editorial Crítica, 1981, 300 páginas.

[6] Cavallo, Ascanio ed. Memorias del Cardenal Raúl Silva Henríquez. Santiago. Ed. Copygraph, 1991. pp.252 y 253. Desde mayo de 1973, en que se lo pidió el Cardenal, a instancias de Allende, el señor Frei nunca accedió a reunirse con el Presidente y a las reuniones solo asistió Patricio Aylwin.

[7] Prats González, Carlos. Memorias. Santiago. Pehuén, 1985, p.p. 349 y s., 400, 402, 404 y s.s.

[8] Posteriormente, en otro capítulo, el autor repara el error y dice que Flores es «de la fracción moderada del Mapu».

[9] The Clinic, 2 de julio de 2023, entrevista a Daniel Mansuy.

[10] Carta del Presidente Allende a Patricio Aylwin, de 1 de agosto de 1973, citada por Mansuy.

[11] Citando a Benítez, Hermes. Las muertes de Allende Santiago, Santiago, RIL, 2006, p.56.

[12] Garcés Mario, La Unidad Popular y la revolución en Chile, Santiago LOM, 2020, 337 páginas.                          Es curiosa la importancia que Mansuy otorga, como fuente, a este autor que se muestra partidario del polo revolucionario planteado por la ultraizquierda, contra la opinión del Presidente, y que aplaude la denominada “Asamblea Popular” de Concepción.                                                                                               

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2 comments

Rosa Silve octubre 13, 2023 - 10:42 am

Bien poco fiel a la historia el seño Mansuy.
Quizá su juventud no le permite imaginarse lo que fue el golpe militar el asesinato del presidente elegido constitucionalmente,la masacre a partidarios de la UP, un gobierno militar corrupto y con un líder ladrón! que nos pesa hasta hoy, con una Derecha similar a la de entonces que «ha resucitado» para mantener privilegios, poder y mas dinero,que hoy, es su lucha por mantener a costa de todo.Tergivesan la historia con sus manos manchadas, su ambición e indiferencia a los reales problemas de Chile

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J. Pato Fernando octubre 17, 2023 - 5:00 am

Estimado Jaime Esponda, gracias por su necesaria, oportuna y clarificatoria opinión del trabajo sobre el ex Presidente constitucional doctor Salvador Allende que nos presenta este autor. Tengo la certeza de que quienes lean su elevada, contundente y acertadísima crítica de este libro habrán de estar completamente de acuerdo con cada alcance que usted hace en aras de aportar claridad y justicia al rol histórico que supo cumplir, y con creces, el doctor Allende. Agradezco a usted que haga notar la importancia que tiene el rigor científico para producir una obra que realmente constituya un aporte. Debo aclararle que admiro la capacidad y el aguante que tuvo usted para leer todo el libro y, a la vez, agradecérselo pues ello mismo le ha permitido poner los puntos sobre las íes, intelectualmente digo, y llamar la atención al autor sobre el valor de la búsqueda de lo profundo y de que todo tiene que ver con todo. Salvador Allende y el pueblo de Chile junto a sus organizaciones políticas (UP) y sociales con sus conquistas pusieron en jaque el orden establecido y por ello es que el orden de los factores que conducen al golpe de estado hay que presentarlos de manera inversa a como lo presentan desde hace un tiempo a esta parte los negacionistas, es decir, la causa principal es el conjunto de obras prometidas y cumplidas por el gobierno popular (Nixon así lo presentía y temía, por ello comenzó a preparar el golpe desde antes que Allende asumiera la Presidencia). Las desaveniencias dentro de la UP y otros capítulos por el estilo existieron, innegablemente, pero no eran insuperables. Fue el doctor Allende el líder indiscutido que supo conducir esos difíciles 1.000 días de lucha que el amo del norte y su séquito de genuflexos criollos no soportaron e hicieron lo que mejor saben hacer: dar un golpe de estado, pero uno muy especial pues su nivel de criminalidad fue directamente proporcional al odio que les provocaba el Presidente Allende y su obra. Nixon y Kissinger eran conscientes de las capacidades del hombre que tenían enfrente. Por eso desconocer los méritos propios, por trayectoria y obra real, del Presidente Allende es no tener claridad acerca de qué se trataba (o de qué se trató) el fenómeno político que se desarrolló en Chile durante tantas décadas de luchas muy duras y sangrientas y que culminaron con el triunfo y una cuota de poder por parte de la UP y su abanderado el doctor Salvador Allende. Figura y ejemplo que trascendió más allá de nuestras fronteras y de nuestro tiempo.
Mi estimado Jaime Esponda le reitero mi agradecimiento por su brillante aporte. Saludos.

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