El liberalismo neo instalado por economistas de escuelas gringas en los ochenta sustituyó el bien común, sin el cual la tolerancia no tiene sentido, por el derecho individual a elegir. La libre elección fue declarada suficiente, e imprescindible, para crear el orden social, sin necesidad de preocupación alguna por el bien común.
Despreciaron el venerable sobreentendido de los liberales clásicos, hombres de fe por default en el Dios moral cristiano, de que la actividad generada por individuos eligiendo a su antojo puede producir un ordenamiento social razonable en sociedades que están unidas de antemano por una moral compartida, un sentido de bien común. Freedom to choose, fue la abstracta consigna que se instaló con energía como lógica existencial neoliberal. Una forma de anarquismo individualista extremo, que soporta el famoso orden global, y nacional, basado exclusivamente en reglas formales.
Agotado lo que había para elegir en el mercado, los individuos eligieron elegir su propia verdad, como era su derecho. No sus opiniones, que en el liberalismo clásico acostumbraban a confrontar en ánimo tolerante con las opiniones de las demás: la verdad. No la que sale al encuentro de un científico después de una dedicación cuidadosamente normada, la verdad elegida por derecho personal.
Como derecho que nadie puede quitarnos, la verdad elegida adquiere un título redoblado de certidumbre. Sabemos por experiencia propia que, por ser verdadera, la verdad convierte, produce creyentes. Considera equivocados, o mentirosos, a quienes eligen verdades opuestas, y engatusadoras a quienes eligen verdades sin la relevancia de la propia. Evangeliza y guerrea, la verdad elegida. Convierte la convivencia en una confrontación de tribus definidas por oposición a las demás, que eligen una certeza de cómo las otras causan las miserias de la existencia. Sin más responsabilidad que proteger el derecho a elegir, la sociedad se convierte en un espacio éticamente vacío, regulado solo formalmente mediante leyes, en el cual micro y macro tribus destruyen la distante raíz liberal de cuidar el bien común tolerándose mutuamente. Un liberalismo turbo cargado, multicultural, de verdades múltiples, sustituye la tolerancia mutua por reglas de trato políticamente correcto que reclaman derechos de inclusión para intolerantes verdades elegidas.
El turboliberalismo actual habría que entenderlo como la deriva de la anarquía individualista radical del neoliberalismo a una anarquía tribal extrema. Bien podría ser el entierro liberal definitivo. El fin del velorio iniciado en los ochenta, no más parido el monstruo que lo revivió como neo. Enterrado el sepulturero socialista, el cadáver descompuesto del liberalismo se sepulta a sí mismo… por el momento. Pero si ha de resucitar, se me ocurre que lo hará en otra encarnación.