Menos mal que no…

por Mario Valdivia

Cuentan que Bernardo O’Higgins – se repiten tantas historias -, educado en Londres, después de todo, se hizo asesorar por expertos de una conocida universidad angloparlante – Stanford no pudo ser porque no había sido creada – sobre la rentabilidad social del proyecto de independizar a Chile. Dio negativa, por supuesto. Se retiró a sestear a su hacienda en Los Angles y le pasó Chile su amigo San Martín, que lo declaró una provincia de Argentina. Menos rollo, más barato, más eficiente, consistente con los recursos disponibles…, y hay que sumar que habríamos bailado tango.

Algo parecido le pasó a don José Joaquín Pérez con el ferrocarril Santiago-Valparaíso. Los números no dieron. En carretita no más, y mandar fletar a Meiggs a construir trenes en Perú.  

La evaluación social de proyectos es una mentira que enseñan en universidades caras. Una puestera en las cocinerías del Mercado de Chillán sabe que debe sumar los beneficios que obtiene de los almuerzos vendidos y restar los costos de los alimentos comprados, el pago a la garzona que atiende a los clientes, el puto IVA, y el pago a la municipalidad por el arriendo del puesto. Para cachar cómo le va, por supuesto. Sumar y restar, nada más. Si te vas a construir un ferrocarril, tenís que hacer lo mismo, pensaría, sin hacerse líos. Un poco más jodido, porque el tren no dura solamente un mes o un año. Para cachar si conviene habría que sumar los beneficios de todos los años de su funcionamiento, y restarle los costos de esos mismos años. Ahora, la inflación, y que no se sepa del futuro, complica un poco el cálculo. Hay que meterle unos factores de corrección a las platas de hoy comparadas con las de mañana. Pero nada fundamental, solamente hay que agregarle unas multiplicacioncitas al asunto. El resultado es un numerito que tiene que ser positivo para que el gasto valga la pena.

Las puesteras chillanejas que conozco se darían cuenta en el acto de la presuntuosa mentira. ¿Y cómo calcula lo que pasará en el futuro?, preguntarán, socarronas. Ahí está el quid del asunto: nadie sabe. Sumar, restar y multiplicar, sí; una habilidad enseñada en la educación primaria gratuita. Predecir el futuro, ni modo. Ya pues, ¿va a querer longaniza, arrollado o costillar, con el puré?, insistirán sin enganchar. Es que hay que usar responsablemente los recursos escasos, insisto apenas. Por supuesto, asegura la garzona, hay que saber sumar, restar y las tablas de multiplicar. Lo demás, ya lo sé, es adivinanza; oro no es, plata no es, ¿qué es?  

¿Vamos a querer un Chile independiente, un puente en Chacao, un ferrocarril decente a Valparaíso, almuerzos y desayunos gratuitos en los colegios municipales, control universal del estado de salud del niño sano?

Conversar y decidir políticamente tiene que servir de algo. No es siempre sinónimo de populismo, ni de desorden. Por eso me gustan Lagos, Monckeberg, J.J. Pérez, y O’Higgins. Hicieron lo que había que hacer, sin calculitos mendaces.

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