Hay gente que se defecó de miedo en los calzones el 19 de octubre de 2019. No poca. El miedo se convirtió en terror con el resultado de la elección presidencial, el plebiscito constitucional y el proyecto de constitución. Se redujo un poquito con el plebiscito rechazador y subió de nuevo con el segundo plebiscito rechazador. Y el miedo sigue, al crimen organizado y al común y corriente, a la inmigración, a lo que ocurre en la macrozona sur, a Chilezuela, a Cuba, a Putin, al Demonio, al fin de las oportunidades de negocio, a quebrar, a la decencia…
Me parece evidente que el miedo no es producto de lo peligroso. Lo demuestra el torero, la equilibrista, el pacífico enfermo de cáncer terminal. El miedo convierte lo peligroso en medroso. Un miedo que se trae de antes a la situación y la tiñe como aterrorizante. ¿De dónde y cuándo? De que el toro me escoja a mí entre todos los demás, de ser yo el instalado en la cuerda floja, de tener cáncer. ¿Por qué? Seguramente porque en el fondo pienso que lo merezco. Cuando una muchedumbre reclama por dignidad, me aterro porque pienso que yo no la respeto, cuando se queja de la desigualdad sospecho que mis méritos económicos son indefendibles. No sé cómo justificarme ni comportarme, y me aterro… Puede ser.
En todo caso, es mal consejero el miedo. Aterrorizarse paraliza, produce más terror ante ´lo que todavía no llega, pero viene´, y entrampa en conductas peligrosas, como huir hacia el peligro, lanzarse desde el balcón, auto dañarse irreflexivamente. La aterrada no atina a otra cosa que no sea reaccionar ante el peligro. Culpar del miedo a quiénes crean una situación peligrosa victimiza, produce rencor, insuperables afanes de venganza. Un ánimo feo, poco atractivo y constructivo, que se solaza imaginando el sufrimiento de los culpables y nada más. Impotente ante el terror, el miedoso recurre a remedios supersticiosos en los que, sin miedo, no creería ni por un instante. Imagina soluciones mágicas, golpes de suerte, espera que ´alguien haga algo´. Mala es la superstición, emparentada con el autoritarismo de confiar en un productor de milagros.
Quizás por el miedo que ha tenido, y del que no consigue desprenderse, nuestra derecha se ve tan mal. Tan reactiva, tan peligrosa para sí misma, hasta suicida, tan poco atractiva y válida con su inocultable enojo resentido y rencoroso, tan tontamente confiada en soluciones supersticiosas como una constitución que obviamente nadie quería, invadir ciudades y poblaciones con tanques, como si se trataran de Gaza, con imaginarios muros en la frontera, con manos duras de otros que le saquen sus castañas del fuego…
Si el gobierno lo ha hecho tan mal como lo aseguran las encuestas, y es tan peligroso según ella, ¿cómo es que saca tan mala nota en el aprecio y confianza ciudadana de acuerdo con esas mismas estimaciones?