En verdad, cuesta imaginar una situación política mas sin gracia que la actual. Tanto, que ni los sofismas -a los que los políticos chilenos nos tienen acostumbrados- son capaces de movilizar un pensamiento básico por un minuto. El otro día escuché a un diputado decir que en democracia el pueblo nunca se equivoca. Así. Tal cual. Y se quedó tan campante. Estoy seguro de que el personaje en cuestión no se le habrá ocurrido pensar (¿o no estaba enterado?) que Hitler llegó al poder mediante el sufragio electoral: Todo un acierto del pueblo alemán; opinión que los alemanes desde luego no comparten pues no pierden oportunidad de mostrar su arrepentimiento y vaya que ha pasado tiempo desde entonces.
Porque hay que reconocer que la Convención Constitucional era cualquier cosa menos aburrida. Y aunque algunos convencionales se pasaban un par de pueblos, siempre había noticias enjundiosas. Y, sobre todo, una parte importante de la población por vez primera tuvo la oportunidad de hablar de formas de estado, concepto de nación; de derechos constitucionales; derechos de los animales, del medio ambiente, de los sistemas unicamerales; de las clases de presidencialismo; de la ideología de género; de los derechos y el reconocimiento de los pueblos indígenas, del derecho de propiedad…¿Cómo dijo? Parece que no escuché bien esto último. Y hasta ahí llegó la cosa.
En fin, que todo se acabó. Y se acabó con un resultado tan apabullante: 62% por el rechazo y un 38% por el apruebo, que deprimidos unos y alucinando los otros, nadie se puso a reflexionar lo que el resultado significaba, -más allá del obvio rechazo de la constitución propuesta-, sobre todo porque ese pueblo sabio, inteligente y moderado, poco tiempo antes había decidido que querían convención constituyente elegida y no mixta y plebiscito para refrendarla. Sin embargo, la pregunta ¿Qué ganaron los que ganaron? no es superflua. De hecho, basta con indagar un poquito en el asunto para que nos asalten las contradicciones: El proyecto tenía más de cuatrocientos artículos, pero los consultantes ¿podían rechazar uno o varios artículos? No. El proyecto se votaba al todo o nada. Y como era el todo o nada los rechazantes lo tenían fácil. Bastaba con seleccionar los artículos mas raros, novedosos o polémicos y darles como caja. ¿O es muy tonto lo que estoy diciendo? Recuerdo que intenté un mínimo debate con algunos personas que declaraban que votarían por el rechazo. Quise ser un poco sistemático y le propuse ir por partes, por ejemplo, el sistema de gobierno; luego el poder legislativo, y así. Entonces, estas personas, varias con posgrados y otros títulos académicos, algunas ex ejecutivas de varias empresas, me pidieron que las dejara en paz, que simplemente no habían leído el proyecto constitucional, y nunca tendrían tiempo para algo así. Sentí que esas actitudes no eran reprochables y que más bien yo era un poco ridículo estudiando un texto constitucional que exigía revisar, comparar y estudiar más de cuatrocientos artículos. Ahora pienso que fue toda una paradoja porque yo que me considero federalista y no unitario y parlamentarista y no presidencialista, acabé por aprobar el proyecto derrotado y esas personas si hubieran conocido el texto quizás lo habrían aprobado. Percibí que todo esto era un poco extraño cuando luego de conocer los resultados constaté que yo estaba triste, pero ellos no estaban contentos.
Porque la pregunta sigue ahí: ¿Qué ganaron los que ganaron? Y no estoy hablando ni de las mentiras que circularon, que no fueron pocas, ni del predominio apabullante de los medios, especialmente los escritos. Hablo de cómo y de qué manera millones de personas sometieron a escrutinio un veredicto que afectaba ni más ni menos que la ley que serviría de marco legal de todas las demás leyes. Veamos otro ejemplo y siempre intentando seguir las reglas de la lógica formal: ¿cuál era el resultado concreto del rechazo del proyecto? Que seguimos con la constitución de Guzmán-Lagos se dirá. Obvio. Y entonces, si es obvio ¿por qué hay tanto ruido con los acuerdos sobre un nuevo proceso constituyente? Porque si lo que se resolvió con el plebiscito fue el rechazo a sustituir la constitución de Guzmán-Lagos y por una mayoría tan aplastante, ¿no tendrían razón los republicanos cuando no concurren con sus votos a acuerdos que quieran cambiar la constitución? Y volvamos a mi pregunta obsesiva: ¿Que ganaron los que ganaron? Y para responderla se me ocurre otra pregunta tonta. ¿Qué hubiera pasado si la pregunta del plebiscito hubiese sido: ¿Prefiere Usted la constitución actual o la que propuso la Convención Constitucional? Y alguien responderá: “eso es algo que Dios no ha revelado a los hombres todavía” o, “prohibidas las pruebas contrafactuales”, pero la pregunta tiene sentido, al menos, para intuir otra: ¿Sería el mismo resultado?
No parece que esas preguntas sean tan innecesarias. De hecho, permiten abordar varias de las paradojas en las que nos encontramos. Lo que más se ha discutido en este último proceso llamado constituyente es si los que aprobarán un texto constitucional deben ser total o completamente elegidos por el pueblo. Y, sin embargo, eso fue precisamente lo único que con total certeza se ha sometido al escrutinio popular, y fue aprobado por una victoria aún más apabullante: el setenta por ciento de los consultados respondieron que querían plebiscito de una constitución elaborada por convencionales todos elegidos. Ahora la Constitución será hecha por un grupo de expertos, algunos de ellos elegidos, pero expertos. O sea, no el pueblo.
El resultado de todo esto no puede ser peor, al menos en el estado de ánimo con que se recibió el notición del acuerdo: apatía. Porque el pueblo, sencillamente, no se siente involucrado. Y por más que los políticos pretendan lo contrario, la gente no se siente identificada con las conversaciones de palacio. Porque escuchando a los líderes del acuerdo pareciera que los representantes de los partidos y organizaciones con parlamentarios solo están preocupados de diferenciarse lo más posible de la experiencia constitucional reciente, y de poner blindajes al nuevo proyecto constitucional. Algo así como: “muchachos en esta conversación abierta no se puede hablar de sexo, de religión, y sobre todo de la virginidad de las chicas”. Y claro. Solo las monjitas se preguntaron ¿por qué tan poco entusiasmo?
Y no estoy exagerando: en el nuevo proceso constitucional no se pueden tocar los siguientes tópicos: El viejo dilema que todavía se discute en muchas partes (España por ejemplo) federalismo versus estado unitario, no puede ni siquiera discutirse ; el terrorismo se define como contrario a los derechos humanos y aunque dice en cualquiera de sus formas, al no expresarse el terrorismo de estado pone una duda a la violación de los derechos humanos como un crimen que solo se produce cuando agentes del estado son los que tienen la participación criminal. Los pueblos indígenas no forman parte de pueblos ni menos naciones. Solo son parte de la nación chilena, por lo que al reconocérseles como tal no se les reconoce nada. Asimismo, se preserva la autonomía de ciertos órganos del estado que es una forma elegante de transfórmalos en intocables. Intocables para la política. Porque están defendidos por el modelo. Allí la política no debe entrar. Algunos de esos tópicos son una vieja y obsesiva reivindicación de la derecha chilena, como lo es el derecho a la llamada libertad de enseñanza, que en realidad es la libertad de educación privada. Mas escandaloso aún es que la discusión que parecía zanjada sobre el poder legislativo unicameral o, con un senado como cámara de regiones, no se puede debatir. Es decir, los senadores salvaron su pega. Y, por último, como diciendo somos buenos y nos portamos bien hay una tímida declaración a la protección de la naturaleza y su biodiversidad. Un chiste.
El nuevo y glamoroso proceso constituyente está delegado en expertos de impecable trayectoria, juristas que nutren un especial órgano constituyente denominado Comité Técnico de Admisibilidad compuesto por 14 juristas de destacada trayectoria profesional/académica, que serán elegidos por el Senado, en virtud de una propuesta única que formulará la Cámara de Diputados y Diputadas.Como tiene que ser. Dicho con las palabras de Mayol en las “50 leyes del poder en el padrino”: abogados, abogados y abogados. Con esta mezcla de juristas connotados y expertos de vasta trayectoria el proyecto constitucional será obra de los mismos de siempre. Cero participación. En comparación con este proceso la propuesta de Bachelet con sus cabildos y órganos deliberantes del pueblo parece un ejemplo de democracia participativa.
Por fin ha llegado el mayor de los sofismas de la historia de la humanidad: Para que la Constitución Política sea una garantía debe dejarse fuera todo lo que huela a política, y los únicos que no son sospechosos de ellos son: los expertos.
Como siempre, además, la clase política tiene muy poca conexión con las preocupaciones de la gente. Y para asegurar esa desconexión que mejor que utilizar los medios demoscópicos para trocear algunas ideas con preguntas como: ¿Prefiere una constitución con muchos o pocos expertos? ¿Los expertos deben ser total o parcialmente elegidos?¡ por favor! La situación da pena. Y sobre todo da pena escuchar a representantes de partidos políticos que se reivindican de izquierda, otrora revolucionarios incluso, afirmar que este acuerdo es mejor que nada y vengan los sofismas: el peor acuerdo es no ponernos de acuerdo. Y fíjense que en este juego de sofismas ordinarios habrá quien diga -y yo lo secundo- que el acuerdo peor es en el que sin estar de acuerdo se finge estarlo, solo para firmar algo. Mi abuelo lo decía con palabras más simples. Peor es mascar laucha.
Pero, en realidad, esto no es ni lo peor de todo, ni lo que explica, finalmente, el desinterés generalizado de la gente. Este es una comida, en que unos pocos curados toman solos. Nadie está verdaderamente invitado. En este proyecto constituyente, el pueblo no debe participar en el debate. Se acabaron los espontáneos. Nada de bar libre señores. La fronda aristocrática es solo para la aristocracia; su nombre lo indica claramente. Nada de este acuerdo permite el debate del pueblo. Este está solo para refrendar, decidir con su voto y solo con su voto. No puede participar en el menú. Solo elegir entre los platos que se le dan. Y agarra y sal corriendo. Punto y pelota.
En la política hay muchos males y uno de estos es, sin duda, el pragmatismo morboso. Como no hay que vestirse con plumajes ajenos tengo que confesar que el concepto pertenece a Rafael Agustín Gumucio, exsenador demócrata cristiano y fundador del Mapu y la Izquierda Cristiana. Lo dijo poco tiempo antes de morir, cuando ya la transición anunciaba una canción molesta: “en la medida de lo posible”. Ahora vuelve a sonar como melodía de fondo. Pero ya no es -y ahí está el problema-, una canción de moda. Mas bien es una recurrencia neurótica de una historia muerta. Y, por eso, la interpretan en voz baja los últimos zombis de los políticos que se resisten a dejar paso al futuro.
Algunos tienen bufandas amarillas.
Yo prefiero seguir los consejos de mi abuelo cuando me dijo: “Si quieres tomar, no lo hagas solo. Además de aburrido, es peligroso”