La juventud no es una cuestión de años: uno es joven o viejo, desde el nacimiento.(Natalie Clifford Barney)
Debo confesar que me estoy engolosinando con las apasionantes vidas de un sinnúmero de mujeres notables del siglo XX, que seducen desde la distancia y el tiempo, induciendo a pensar cuán maravilloso y enriquecedor sería haber podido conocerlas en su entorno, en un tiempo desde el que aún emana un perfume a libertad, belleza y vanguardismo que incluso hoy cuesta hallar. Natalie Clifford Barney ha logrado atraparme desde un pasado cercano, pero también lejano y aún muy desconocido para las generaciones actuales y también las de finales del siglo XX.
Natalie Barney, la amazona, sigue seduciendo como hace un siglo, con su belleza y talento, con eso que los franceses llaman allure y que es muy difícil de encontrar, pero que podríamos traducir como un halo, un aura de seducción, un carisma inigualable.
Natalie, nació en una familia muy adinerada de Estados Unidos y tenía apenas 12 años cuando declaró a quien quisiera escucharla que el amor para ella tenía cuerpo y rostro de mujer, definición que le valió ser expatriada a París, drástica solución con que su padre enfrentó las opciones sexuales de la hija. Sin embargo, ella, como solemos decir, había nacido con la marraqueta bajo el brazo y nunca, en toda su vida, tuvo problemas económicos. Atractiva hasta lo inimaginable, su belleza física fue tan admirada como su intelecto. De inmensos ojos azules y una esplendorosa cabellera rubia no pasaría inadvertida en la sociedad que le dio el apodo de “Claro de luna” (moonbeam).
Intentando sobrevolar su vida, parto por destacar que Natalie instaló en el barrio parisino Saint-Germain-des-Près la Académie des femmes (Academia de mujeres) en contraposición a la Academia de Francia que solo permitía hombres entre sus integrantes. Admiradora de Safo, a quien había descubierto a los 16 años, intentó reproducir un círculo como el de las poesías de Lesbos en su salón. A él llegaron mujeres intelectuales de todo el mundo, hipnotizadas cual mariposas por su carisma y reputación. Allí se dieron cita Gertrude Stein, Marguerite Yourcenar, Alice B. Toklas, Radclyffe Hall, Vita Sackville-West, Tamara de Lempicka, Djuna Barnes, Mirna Loy, Virginia Woolf, Colette e Isadora Duncan, y hasta la mismísima Greta Garbo participó en este prestigiado Templo de la Amistad. Además, en el salón Barney de su casa en la Rive gauche, durante más de sesenta años se dieron cita escritores y artistas de todo el mundo entre los que se incluían la mayoría de las figuras de la literatura francesa junto a modernistas de la llamada generación perdida de Estados Unidos y Gran Bretaña y también autores latinoamericanos.
Muchos fueron los invitados al salón durante los años 20 y entre ellos estuvieron incluidos los escritores franceses André Gide, Anatole France, Max Jacob, Louis Aragon y Jean Cocteau junto a escritores en lengua inglesa como Ford Madox Ford, William Somerset Maugham, F. Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis, Sherwood Anderson, Thornton Wilder, T. S. Eliot y William Carlos Williams y más aún, el poeta alemán Rainer Maria Rilke, el poeta bengalí Rabindranath Tagore (el primer premio Nobel de Asia), el diplomático rumano Matila Ghyka, la periodista Janet Flanner (que marcó el estilo del New Yorker), la periodista, activista y editora Nancy Cunard, los editores Caresse y Harry Crosby, la mecenas y coleccionista de arte Peggy Guggenheim y Sylvia Beach (dueña de la librería que publicó la novela Ulysses, de James Joyce). Todo un arcoíris de mentes brillantes que aportaron a la literatura mundial.
Respecto a ello, en su libro Aventures de l’Esprit (Aventuras de la Mente), Barney dibujó un diagrama que recogía los nombres de más de cien personas que habían asistido al salón en un mapa aproximado de la casa, jardín y el «Templo de la Amistad». En la primera parte de este libro se incluyen los recuerdos de trece escritores que conoció a lo largo del funcionamiento del salón y en la segunda, un capítulo para cada miembro de la Academia de las mujeres (Acádemie des Femmes).
Fue homosexual toda su vida y nunca lo desconoció, es más, estaba orgullosa de ello y desde sus inicios como poeta en 1900, publicó sus poemas de amor dedicados a la mujer bajo su propio nombre, apostando a que el escándalo era «la mejor manera de librarse de las molestias», como se refería a los cortejos de los jóvenes heterosexuales.
A través de su obra apoyó siempre el feminismo y el pacifismo y, algo que no dejó indiferente a nadie: se opuso a la monogamia y practicó durante toda su vida lo que hoy se ha dado en llamar el poliamor, manteniendo simultáneamente relaciones amorosas de corta y larga duración con la poeta Renée Vivien y la bailarina Armen Ohanian y una relación de cincuenta años con la pintora Romaine Brooks, entre innumerables affaires que sirvieron de inspiración para novelas superventas como Idylle saphique (Idilio sáfico) o The Well of Loneliness (El pozo de la soledad), la novela de temática lésbica más famosa del siglo pasado. Ya, muy joven, en sus inicios como poeta en 1901, en Cinq Petits Dialogues Grecs, abogaba en favor de las relaciones múltiples y en contra de los celos; en Èparpillements escribió «Una es infiel a aquellos que una ama para que su encanto no se convierta en mero hábito». En A Perilous Advantage, aunque ella contempla y acepta la posibilidad de sentir celos, alienta a sus amantes a no ser monógamas.
Si bien su vida y su trayectoria personal y social son imposibles de obviar en la historia, el legado literario de Natalie también es muy relevante y entre sus obras que fueron muchas (todas escritas en francés) se pueden destacar Quelques Portraits.Sonnets de femmes (1900), Pensées d’une Amazone, Nouvelles pensées de l’Amazone , Souvenirs Indiscrets , Traits et Portraits .
El amor fue su religión, pero ella se convirtió en la religión de muchas mujeres y la lista de sus amores es larga y variada, pero entre las que sucumbieron a sus encantos, habría que destacar a las siguientes:
La poeta británica Renée de Vivien, quien luego de años de relación la abandonó, por no soportar las múltiples infidelidades de la Amazona quien se refería a ella como “Pauline” cuando hablaba de la amante y como “Renée” cuando hablaba de la poeta. Natalie hizo múltiples e infructuosos y también teatrales intentos por recuperarla, sin éxito
También fue notable su relación con la pintora estadounidense Romaine Brooks, con quien mantuvo un largo romance que duraría aproximadamente medio siglo, cosa no menor para una mujer como Natalie y, por qué no decirlo, requería de un gran aguante de parte de Romaine.
La escritora Liane de Pougy, quien, en su libro Idilio sáfico, narra su relación con la Amazona, demostrando una vez más ese don especial que poseía en el arte de combinar palabras. Y de quien Natalie diría “Ella me lo enseñó todo”. Mantuvieron su amistad durante toda la vida.
Pero no se puede dejar fuera de esta resumida lista a la escritora francesa Colette, quien la tomó como inspiración en su libro Claudine s’en va, pero que Natalie consideró una mera aventura; a la gran bailarina Isadora Duncan, cuya vida fue un ir y venir de desgracias: la muerte trágica por estrangulamiento y la decadencia marcarían su vida y a Dolly Wilde, la sobrina del emblemático Oscar Wilde, íntimo amigo de Natalie y quien fue la última en llevar el apellido Wilde.
«Si yo tuve una ambición era convertir mi propia vida en un poema».
Entre tanto que le debemos a Natalie Clifford Barney se halla su insistencia por dar a conocer el trabajo de otras mujeres. Si hoy consideramos que el mundo es machista, hay que tratar de imaginar hasta qué punto lo era en aquellos años. Las obras escritas por mujeres se consideraban inferiores, pero ella consiguió que se las considerara y se les diera importancia. Fue gracias a su influencia en el París de entonces, que hoy conocemos su trabajo y podemos admirar a muchas de las escritoras de principios de siglo.
Su carrera literaria ha sido reconocida, pero en sus inicios recibió el espaldarazo a Èparpillements de Remy de Gourmont, un poeta, crítico literario y filósofo francés que se había vuelto un recluso tras contraer la enfermedad del lupus vulgar en su treintena. Él la incluyó en reuniones dominicales en su casa, en las que habitualmente recibía a un reducido grupo de viejos amigos y transformó algunas de sus conversaciones en una serie de cartas que publicó en el Mercure de France, llamándola a ella l’Amazone, una palabra francesa que puede significar tanto jinete como Amazona; este sobrenombre acompañó a Barney toda su vida (incluso su lápida la identifica como «la Amazona de Remy de Gourmont«) y sus Cartas a la Amazona dejaron a los lectores con ganas de saber más acerca de la mujer que las había inspirado.
También aparece en dos novelas de escritores que ni siquiera llegaron a conocerla: Un Soir chez l’Amazone (2004) de Francesco Rapazzini , una novela histórica que trata sobre el salón de Barney, mientras que Minimax (1991) de Anna Livia la retrata a ella junto con Renee Vivien como vampiresas aún vivas.
Escribir sobre la apasionante y vanguardista vida de Natalie Barney es un desafío. Para este artículo tuve que dejar fuera un sinnúmero de anécdotas, aventuras y obras que me habría gustado incluir, pero que habría hecho de ésta una crónica interminable. Cada uno de sus amores da para un libro y sobre ella sus amores escribieron novelas y compusieron poemas notables. Fue una fuente de inspiración y espero haberles despertado el apetito para buscar información sobre ella… Se rendirán a su encanto como en su época todos lo hicieron. Nadie que se cruzó con ella, pudo resistirse a su allure.