Netanyahu 

por Juan. G. Solís de Ovando

Aunque no soy partidario de personalizar excesivamente la Historia, tampoco creo que haya que desestimar el papel del individuo en ella. Ni olvidar que lo que hace líderes a ciertos individuos en determinadas coyunturas no son sus virtudes o defectos presuntos o reales. Es simplemente la capacidad que hayan tenido de movilizar a otros seres humanos en busca de sus objetivos, políticos, sociales, intelectuales, o religiosos. Y aunque los historiadores con posterioridad convierten a unos u otros en buenos y malos, lo cierto es que estos se asocian casi siempre a los vencedores y vencidos, según sea. Y son especialmente los pueblos derrotados los que hacen malos históricamente a los líderes como un modo de desapegarse de su responsabilidades contemporáneas.

Y este es el momento de Benjamín Netanyahu. Porque muy pocos podrán disputarle un solo litro de la sangre derramada en la Gaza crucificada; de los pacíficos ciudadanos de Beirut, en el Líbanobombardeado e invadido, o de la diezmada Cisjordania atacada con tanques que disparan a las tiendas que alojan a ancianos y niños mientras los salvajes colonos ortodoxos extienden ilegalmente sus ilegales posesiones.

Para conseguir la crucifixión de Palestina ha movilizado ideas que si bien no son exactamente nuevas ha conseguido que se conviertan en universalmente naturalizadas. Por ejemplo, y aunque el derecho internacional lo prohíbe expresamente, Netanyahu ha impuesto la idea de que, si para buscar, conocer, encontrar y enfrentar un grupo subversivo o terrorista hay que destruir poblaciones civiles, bombardear barrios indefensos, provocando matanzas de civiles, incluidos niños, es legítimo hacerlo. Y por eso, lo han hecho a vista y presencia de todo el mundo.

El líder judío ha conseguido, la hegemonía ideológica, de la falta de escrúpulos respecto de sus comportamientos internacionales si esto es bueno para los intereses del estado de Israel, como lo muestra un video con una antigua entrevista a Netanyahuen la que afirma que si Israel realiza determinadas acciones consideradas ilegales el gobierno de Estados Unidos lo permitirá, y gran parte de los países se harán los sordos. Sorprende comprobar que tenía razón atendiendo a las conductas actuales de unos y otros. En una palabra, Netanyahu, demostró que en el mundo actual si un país tiene poder -y ese siempre es el poder de las armas- puede hacer lo que le venga en gana. De esta cruel constatación se desprenden otras: La ONU, para lo más importante que es preservar la paz, sirve de poco. De hecho, para conseguir que sus propias resoluciones se cumplan, ha sido estéril. El Estado de Israel ha batido todos los récords de incumplimiento de sus resoluciones: en 75 años ha desconocido las resoluciones 279 (1970), 280 (1970), 313 (1972), 316 (1972), 332 (1973) y 347 (1974), casi todas ellas referidas a la devolución de la ocupación ilegal de territorios palestinos.

Lo paradójico, sin embargo, es que el Estado de Israel le debe a la ONU su propia existencia: El estado judío fue creado gracias a la resolución 181 de la Asamblea de las Naciones Unidas (Plan de partición de Palestina) en el año 1947 y que permitió su fundación un año más tarde, en el año 1948.

Para Netanyahu, todo esto no tiene la menor importancia. Porque su liderazgo se sostiene en la convicción, no exenta de fundamentos de que su principal socio, Norteamérica, apoyará siempre a los judíos, independientemente de la ilegalidad e, incluso peligro de sus acciones. Sabe también que la Europa actual, dividida e insegura, es incapaz de actuar con eficacia para preservar la paz y el respeto a los derechos humanos. Sabe también que Rusia, más allá de las declaraciones, poco hará para detener la mano asesina de los judíos. Tampoco desconoce que el mundo árabe está profundamente dividido. Y no solo eso. Israel cuenta con buenos socios y amigos entre ellos, y ha conseguido, en tiempos de Netanyahu, ampliarlos, como lo ha sido el establecimiento de relaciones con Arabia Saudita y conseguir el apoyo a Israel por parte de Marruecos. Esto último da la razón a Netanyahu de que el proclamado islamismo de Hamas e Irán no es suficiente para conseguir la unidad de los países con población musulmana en contra de Israel. Mas bien ocurre lo contrario, en la medida en que la reacción musulmana se encarna en grupos yihadistas armados como el Dáesh o estado islámico los reinos y países del medio oriente, ricos en petróleo y pobres en derechos humanos, ven a esos movimientos como enemigos que ponen en peligro -potencialmente que sea- la estabilidad de sus gobiernos.

La posición de Netanyahu radicalmente opuesta a la autonomía de los palestinos viene de largo. Recordemos que el líder judío se retiró de ministro del gobierno de Ariel Sharon porque estaba en desacuerdo con el Plan de desconexión llevado a cabo en agosto del 2005, y mediante el cual se eliminó toda presencia permanente de civiles judíos de la Franja de Gaza, así como los levantamientos de cuatro asentamientos hebreos de la parte norte de Cisjordania.

Netanyahu es amigo personal de Donald Trump desde la década del 80. No por nada durante la presidencia del ultraderechista presidente norteamericano EE. UU. reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, lideró los acuerdos de Abraham,por el que consiguió la normalización de relaciones de varios estados árabes con el estado judío, y reconoció la soberanía judía en los Altos del Golán.

Pero, sobre todo, Netanyahu ha sido el campeón de extender los asentamientos judíos que como hemos dicho constituyen una violación de los acuerdos y normas internacionales.

Ha sido el primer ministro con períodos más prolongados (16 años) superando los del fundador del estado de Israel Ben Gurión y es también el que ha ganado más elecciones para llegar a serlo (6 gobiernos).

Pero nada ha hecho más típico de las condiciones de liderazgo a Netanyahu como la reacción al 7 de octubre del 2023, cuando el todopoderoso Estado de Israel fue infiltrado por tierra y aire, burlando el muro protector y sobre todo realizando acciones de ocupación y asesinatos en asentamientos judíos perpetrados por grupos de Hamás sin que la inteligencia israelí tuviese el más mínimo conocimiento y consecuentemente posibilidades de anticipar su defensa.

Sin embargo, el líder judío aprovechó la circunstancia -que lo puso en la picota de todas las críticas políticas de su país-, para no solo tomar una revancha sangrienta sino consumar muchas de las políticas de exterminio, dispersión, y empobrecimiento del pueblo palestino, fraguada decenas de años antes.

Por eso si su cosecha de sangre es grande, la del dominio político es mayor si cabe. Porque no solo puede exhibir la destrucción de cientos de kilómetros de túneles de Hamás, cientos de fábricas de misiles de Hezbolláh en la frontera norte con el Líbano, y el asesinato de los jefes principales de ambas organizaciones, sino que ha despejado el camino para la ocupación de nuevos y más numerosos asentamientos de colonos judíos, ha desmantelado toda autoridad palestina en sus territorios, al punto que estos ya no pueden autogobernarse sin el apoyo de la ONU, las ONG humanitarias y la tolerancia del ejército de Israel que controla la totalidad de los puntos de salida y entrada  de los territorios  palestinos.

En estos momentos Israel más allá de los eufemismos se encuentra, en la práctica, en una guerra abierta con Irán. Entre ambos países se ha producido un intercambio de misiles de largo alcance que en su duelo ha generado el temor de la población israelí de que algunos de ellos logren infiltrarse en la malla antiaérea denominada cúpula de hierro. Para muchos hay una suerte de actos irreflexivos por parte del líder judío que sin medir las consecuencias pone en peligro la paz mundial y hasta la seguridad del propio estado sionista. Aun aceptando que lo segundo es verdadero, es ingenuo creer que no hay un cálculo de Netanyahu en todo ello. Porque es evidente que, para empezar, Irán ha sido provocado, primero con el asesinato en su propio territorio y más allá de sus oficiales y líderes de sus organizaciones aliadas como Hamás y Hezbollah, el bombardeo de sus ciudades y, además, lo ha hecho en acciones muy determinadas. Esto nos lleva a pensar que más bien se trata de actos planificados para conocer las capacidades de Irán de responder a los ataques directos del estado judío.

El líder sionista parece estar más solo que nunca pero no le importa. Ha repetido muchas veces que Israel debe hacerlo con o sin el apoyo de sus aliados. Ahora, además, vomita un discurso pseudo religioso llamando apoyar esta guerra de resurrección para que el 7 de octubre no vuelva a suceder. Y no son pocos los que acogen esa idea.

La historia contemporánea es rica en toda clase de liderazgos, pero probablemente los liderazgos de ocasión son menos conocidos, aunque no por ello menos importantes. Se reconocen porque sus ideas dejan poco y nada para el futuro y se destacan por la audacia con la que actúan si los vientos son propicios. Casi siempre son despiadados y desconfían de su entorno. Eso los hace ser un tanto paranoicos y recelosos. No son, sin embargo, una encarnación del mal. No son el maligno. Mas bien son oportunistas que aprovechan las debilidades para sacar el máximo provecho porque lo que verdaderamente los caracteriza es su falta de escrúpulos.

Netanyahu actúa en momentos en que la diplomacia internacional se encuentra en un estado deplorable y en donde nadie atiende siquiera llamados a respetar las formas. Sobran ejemplos. En momentos en que los máximos poderes internacionales carecen de autoridad, como la Corte Internacional de Justicia que ha dictado una orden de detención al primer ministro judío, que se ríe de ellos en la ONU. Y esta última no es capaz siquiera de garantizar la seguridad de sus funcionarios en Gaza. Degradación que fue construida pacientemente durante décadas para naturalizar los secuestros, asesinatos y confinamientos en cárceles ilegales de presidentes, gobernantes y líderes de todo tipo. Basta que los países más poderosos los declaren enemigos de la civilización y punto. Por eso, Obama (el negrito norteamericano buena onda) mete un comando en Pakistán, asesina a Osama Bin Laden, directamente, sin juicios ni pérdida de tiempo, y mata a varios de sus hijos hiriendo a una de sus sus mujeres (efectos colaterales) y luego hace desaparecer sus restos en un lugar desconocido del océano y el mundo apoya ese acto civilizatorio.

No fue un latinoamericano guerrillero, ni un muyahidin islámico, ni un ruso, ni un intelectual europeo, ni un funcionario cubano o venezolano el primero en denunciar con documentos y antecedentes irrefutables que fueron los norteamericanos e israelíes los inventores de crímenes internacionales como el secuestro y el homicidio de gobernantes, sino el filólogo e intelectual judío estadounidense Noam ChomskyTambién advirtió tempranamente sobre sus consecuencias para el mundo. Ahora asistimos a los fatales cumplimientos de sus tempranas profecías.

Por eso Netanyahu anuncia que la guerra terminará cuando cumpla sus objetivos: acabar con Hamás, devolver a los israelíes desplazados a sus hogares, recuperar al cerca de un centenar de rehenes que siguen en Gaza y frustrar cualquier amenaza futura de los grupos islamistas hacia Israel. Sabe que todas y cada una de estas condiciones son imposibles de cumplir, pero le permite sostenerse en el único espacio donde está cómodo: la guerra. Y librarse de las molestas causas judiciales que lo acosan en tiempos de paz y de los conflictos de un Knéset (parlamento judío) cada vez más disperso y veleidoso.

Los líderes de ocasión en ocasiones saben pasar de los molestos ruidos de las guerras que provocan, y en vez de escuchar y ver los niños con hambre, miedo, y dolor consiguen dormir tranquilos con una frase pegada al cuerpo: Mañana será otro día.

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