Aseguran quienes saben de martillos (un saber no de ferreteros), que éstos suponen que todo se hace a martillazos. Será… Una auto referencialidad similar a la de nuestros representantes políticos que parecen dar por obvio que el mundo humano se construye y se cambia a golpe de leyes.
Tiene derecho a reclamar la tecnología, obviamente, y el arte, visto cómo el cine, la música popular, cierta literatura, y las máquinas digitales cambian activamente nuestra manera de ser, nuestras relaciones, lo bueno y lo malo. Y también, muy atingente a lo que quiero sugerir, los movimientos y grupos de acción democrática ciudadana. No hay ley de paridad, pero se ha generalizado la convicción de que las mujeres tienen un rol más igualitario que cumplir en todo. Pocos se atreven a tratar con indolencia el medio ambiente, a pesar de que las leyes ambientales son bien limitadas. Son ánimos extendidos creados por movimientos de acción democrática, a los que nadie es completamente ajeno.
Tarde o temprano estas nuevas convicciones crean, contingentemente, nuevas leyes que no hacen más que refrendar lo que ya está ahí operando en los hechos. No es casualidad que la ley de matrimonio igualitario y la de pensión garantizada universal (PGU), fueron iniciativas del gobierno anterior, después de los hechos masivos de fines de 2019. Un gobierno al cual nadie puede acusar de favorecer la diversidad sexual y la solidaridad económica. Si hay responsables de ellas, son activos grupos ciudadanos como el MOVIH y los movimientos por pensiones dignas, que se movilizaron por años hasta convencer a moros y cristianos de que había un problema en ambos casos. Consiguieron que muy pocos siguieran tratando cruelmente la diversidad sexual como una anomalía, ni se condolieran por las pensiones míseras de muchas. Y los pueblos originarios adquieren saliencia social, con un nuevo respeto a la capacidad de sus culturas de mantenerse vigentes durante siglos, sin ley que lo haga obligatorio.
Los jóvenes que ocupan el poder ejecutivo han sido parte, como agentes movilizados, articuladores e intérpretes de muchos de estos grupos y movimientos que nos han transformado. Es un misterio para mí por qué no se declaran triunfadores de impulsar estos cambios sociales de aguas profundas. Tarde o temprano llegarán leyes que los representen formalmente. Obsesionados por una política legalista, van en camino de ser derrotados en forma terrible. Así se ve, todo puede cambiar, no está dicha a última palabra. Pero perece. Socialmente ya ganaron, empapando la calle, las redes sociales, las universidades, los clubes literarios y la opinología cotidiana, con nueva sensibilidades y posibilidades, que dejan atrás una cierta mezcla de complacencia, temor e indolencia de la generación de sus padres, la mía.
Claro que para ganar en un juego sin reglas formales hay que gritar ¡Ganamos! Y creérselo.