Este libro es una crónica breve, diferente, que tiene la gracia de contar, a través de las impresiones de su protagonista, lo que le va sucediendo día a día.
Narrada en forma de muchos microrrelatos unidos entre sí, “Nombres propios” (2023) es una especie de diario de vida del chileno Gabriel Zanetti (1983), un autor vinculado a la poesía y a la edición de libros, que narra lo que le sucede a él entre 2014 y 2015. Las fechas no están establecidas en el texto, pero se deducen porque dentro de la historia el narrador se abruma por la muerte de dos importantes poetas chilenos que fallecieron en enero de 2015, su amigo Pedro Montealegre y Guadalupe Santa Cruz. El hilo central del texto, tal como lo indica el título del libro, es la búsqueda de un nombre especial, que tenga sentido, para su hija que está por nacer, lo que lo lleva a una incansable exploración, solo o junto a su mujer Beny, a través de listas que le ayuden a encontrar el nombre apropiado.
Lo interesante de la obra es que, en medio de esta búsqueda, Zanetti va contando su vida tal cual va emergiendo y al parecer no se guarda nada. Le gusta cocinar, deja un trabajo porque se aburre, cuida su hija mayor Roma, maneja por las calles de Santiago, va al supermercado, paga deudas, de vez en cuando se arranca a la naturaleza porque le encanta pescar. Relata sus sueños y malestares, discute con su pareja, se junta con sus amigos, trabaja. Narra todo lo que le pasa, lo bueno y lo malo, destacando que, a pesar de todo, tiene tiempo, puede cambiarse de casa y pasar bastante tiempo con su primogénita Roma, asunto que asume con toda la ternura y preocupación paternal del mundo porque le gusta ver crecer a su pequeña descendiente, quien ya se encuentra en una etapa en la que empieza a dialogar con él y a conocer con más profundidad el mundo.
“Desperté con ganas de tomar whisky, de bailar con mujeres, de hacer mierda algún piano ajeno. O por lo menos una guitarra porque acá casi nadie tiene pianos. Y bueno, ya se me van pasando las ganas, se me tienen que pasar no más. Ya me duché, peiné. Me hice media marraqueta con huevo frito y serví el arroz con verduras y huevo a Beny para su almuerzo. También le puse betarragas a su pote”.
El pasaje del libro mencionado anteriormente describe la cotidianeidad del protagonista. Todo su quehacer es relevante, genuino, importante. Parece que nada quedara al azar y la idea de tomarse un whisky es tan destacable para él como ducharse, peinarse y cocinar. A mí parecer, Zanetti disfruta bastante poniendo todo en la misma balanza, juntándolo y exhibiéndolo. En una entrevista publicada hace unos meses atrás el autor confesó que todo lo escrito en este libro es autobiográfico, confirmando la autenticidad que se respira en la crónica palabra por palabra.
Esta permanente sencillez y sutileza por vivir la vida me recordó, inevitablemente, una canción de Eduardo Gatti, “Qué lindas son las mañanas”, donde el cantautor relata lo que le sucede cuando despierta en cierto momento de su vida: “Tanta luz en la ventana siempre me llama con las naranjas/ Vaso de leche y tres marraquetas/ Silban gorriones, cantan chicharras/ Todo vibrando con los colores”. La canción de Gatti es optimista, la historia narrada por Zanetti, en general también lo es, pero con altos y bajos, sin olvidar que vivimos en un mundo de encuentros y desencuentros, donde para el autor es encomiable la relación que establece con la familia, la muerte, la resurrección y las drogas, por mencionar algunos temas.
Juan Cristóbal Romero, poeta y Director Ejecutivo del Hogar de Cristo, señala en la contraportada de la obra que ““Nombres propios” se salta las transiciones que desbaratan la intensidad de cualquier diario. Detrás de sus obsesiones están las verdades desapacibles, retorcidas, los destellos oscuros de la propia vida. Hay que tener huevos para dejar el alma a la vista de todos impresa en papel”.
Y así es. A mi modo de ver, la apuesta de Zanetti es acertada, original. En “Nombres propios” su vida queda resumida en un período determinado que se cuenta en sólo 68 páginas. El autor construye una crónica bien hilada, con marcados instantes de dramática realidad que pueden identificar de buena manera a los lectores nacionales y sorprender a los internacionales. La simpleza y espontaneidad del texto se admira y agradece como un nuevo aporte a la vilipendiada y, a veces, menospreciada literatura chilena.