Nunca es triste la verdad.

por Juan. G. Solís de Ovando

Y se nos fue Joan Manuel Serrat, por ahora, solo de los escenarios. Quedamos huérfanos, al menos, por un tiempo, hasta que un nuevo cantautor consiga llenar el inmenso espacio vacío que nos deja. Porque en verdad son muchos años -casi sesenta- en que sus canciones constituyeron la música de nuestro tiempo.

Pocos, como Serrat, fueron buenos intérpretes, poetas, escritores e, incluso, filósofos. Incluso fue -si me lo permiten- un profeta de esta época.

Un creador extraordinariamente fecundo como lo comprueba su inmensa obra que suma ya casi cincuenta álbumes, con temas tan icónicos como Cantares, Mediterráneo, o Penélope y casi cuatrocientas cincuenta canciones.

En su inagotable producción se dio tiempo, para musicar y, por lo mismo divulgar a los grandes poetas de la generación del 27 como José Antonio Machado, Miguel Hernández, o León Felipe. Gracias a sus canciones, poemas como la Nanas de la cebolla del segundo, o Cantares del primero se transmitieron en el mundo hispano hablante a uno y otro lado del océano convirtiéndolos en parte de una cultura universal, sentida y cercana.

Su música no era lejana a los tiempos convulsos y, por ello, supo comprometerse con la tragedia y los quiebres de su entorno.

A Chile llegó, por primera vez en diciembre de 1969, o sea, justo un año antes de que Allende ganara la presidencia y se convirtiera en el primer líder marxista en llegar al poder mediante elecciones libres y democráticas. El concierto se realizó en el teatro Municipal de Santiago y dedicado al poeta español José Antonio Machado que promocionaba el álbum homónimo.

El recital comenzó con la interpretación de la conocida canción Cantares, por supuesto. Con el pelo largo y patillas a la usanza de la época. Vestía pantalón gris, un beatle marengo y una chaqueta de terciopelo azul. Solo tenía veinticinco años. Joven y guapo fue cantando sus canciones una a una acaparando la atención y el corazón del público que era mayoritariamente menor a los cuarenta años ya estaba encantado.

Solo después de los primeros dieciocho minutos habló para referirse al poeta y explicar que este había amado a sus compatriotas en la España de su tiempo y que precisamente por este cariño los había criticado. A veces, con acritud.

Su risa era tímida y sus explicaciones sencillas como cuando contó el trasfondo de la canción Colliure, ciudad donde se encuentra enterrado el poeta.

En aquellos tiempos los conciertos eran cortos y este no fue la excepción. A la hora de su realización y luego de repetir el verso a verso el concierto había finalizado. Después de un bis, regresó para cantar su célebre tema Fiesta, referida a la celebración de la noche de San Juan.

Desde entonces Joan Manuel Serrat conquistó el corazón de los chilenos para siempre.

Conviene no olvidar, que, en ese momento, la situación política despertaba un gran interés entre los jóvenes europeos, por supuesto también para el cantante. Sin embargo, en ese mismo año la situación política en España también era complicada y no solamente por la dictadura de Franco, sino porque en enero de ese año se había declarado el estado de excepción por el almirante Carrero Blanco, por entonces vicepresidente de gobierno de la dictadura franquista- para reprimir con mayor eficiencia las movilizaciones populares desatadas después del asesinato de un joven estudiante probablemente por la policía de la dictadura.

Esto impedía -so pena de no poder regresar a España- a Serrat a manifestar abiertamente su pensamiento, al menos respecto del gobierno de su país. Pese a ello, dio algunas entrevistas y todos los jóvenes de izquierda chilenos pudimos comprobar inmediatamente que era uno de los nuestros. El cantante regresó a Chile como invitado al festival de la canción de Viña del mar al año siguiente en 1970. Ese mismo año participó junto a un pequeño grupo de intelectuales y artistas en un encierro en el monasterio de Montserrat (Barcelona) en señal de protesta por el proceso de Burgos y contra la pena de muerte. A partir de allí, la suerte de Serrat en España estaba echada.

En una entrevista para el canal 4 del Perú, en 1974, dijo algo enigmáticamente: “lo eso de duro o no duro que puede haber sido realmente no tiene ninguna importancia porque todos los enfrentamientos que he tenido, que tuve y tendré siempre ha sido con el mismo tiempo de gente y hubiera cantado o hubiere hecho cualquiera otra cosa hubiera sido enfrentándome con esa clase de gente”

Muchos años después se refirió a esa entrevista en una realizada en el programa español denominado El intermedio, preguntado por el gran Wyoming como “esa gente que le hace la vida más dura a la mayoría”

Dijo también que el no se había exiliado. Que en realidad se le había prohibido entrar a España, porque y con ocasión del fusilamiento de tres miembros de ETA y dos del FAR, había llamado asesino al generalísimo o sea Franco y se le había abierto un proceso en uno de los tristemente célebres TOP (Tribunales de Orden Público), que en la dictadura franquista juzgaban a los opositores al régimen. Como consecuencia, el gobierno de Franco lo procesó por injurias al jefe del Estado y emitió contra él una orden de búsqueda y captura.

Esas cuestiones fueron mucho, pero mucho más importantes que el confuso incidente del Festival de Eurovisión en el que le habían impedido cantar su canción en catalán.

Creo que entender al cantautor catalán es entender que en su larga trayectoria fue capaz de componer no solo la música de un tiempo como el que lo hace desde afuera sino también y especialmente fue capaz de dejarse invadir por la tragedia de su tiempo, y las miserias del paisaje humano que le tocó compartir. Por eso creció, maduró, y sus canciones finalmente perduraron. Porque Serrat fue cambiando en sus ritmos, poemas, y notas musicales acompañando su entorno, pero haciendo síntesis con éste. Y para ello, debió componer mucho y trabajar infatigablemente, lo que imponía dar muchas vueltas por el mundo y viajar como el dice desde lugares, personas, geografías, comidas y culturas diferentes.

Y siempre como un buen observador. Jamás estridente.

Esa sencillez que lo hizo decir en el año 1990, en el Estadio Nacional, de regreso después de casi dos décadas de ausencia: “Aquí me tienen. Disculpen si me tardé un poco pero no fue cosa mía. Yo ganas ya tenía de estar aquí antes. Pero aquí me tienen por fin. Feliz y en paz conmigo mismo después de dieciocho años de no tener contacto con ustedes. Gracias por estar aquí. Bienvenidos a su fiesta y a su casa y de todo corazón nuestros mejores deseos para todos ustedes. Nuestro abrazo para todos los que están y nuestro recuerdo imborrable para todos aquellos que no están. Nuestro recuerdo para aquellos que no volveremos a ver más. Para los que el exilio mandó para afuera de sus casas y quien sabe si volveremos a tenerlos aquí. Para los que aún permanecen encerrados. Para los presos políticos de la dictadura-. Y Terminó diciendo y solicitando permiso -al modo de Fray Luis de Leon-, de continuar el canto que dejé colgado hace dieciocho años.”

Sin embargo, y al menos para mí, lo más importante, es que Joan Manuel Serrat no es un simple trovador que se limita a ponerle música y ritmo a su entorno. No es solo las sirenas del barco que comienza a navegar. Tampoco las campanas de la iglesia que anuncia con sus tañidos lo que todos saben. Serrat es una voz crítica, a veces molesta y apasionadamente comprometida y no funcional a los movimientos y partidos ni busca tampoco un corifeo de partidarios. Mas bien es la voz molesta, cercana, aunque desapegada de la moda y las tendencias. Eso lo convierte en no glamoroso y mediatamente incorruptible. El mejor ejemplo es la canción “Utopía”: Se echó al monte la utopía/perseguida por lebreles que se criaron en sus rodillas/ y que al no poder seguir su paso la traicionaron/ y hoy, funcionarios de sueños dentro de un orden son partidarios/ de capar al cochino para que engorde/ ¡Ay Utopía, cabalgadura que nos vuelve gigantes en miniatura/ ¡Ay! ¡Ay! ¡Utopía, dulce como el pan nuestro de cada día! /quieren prender la aurora porque llena la cabeza de pajaritos; embaucadora/ que encandila a los ilusos y a los benditos; por hechicera/ que hace que el ciego vea y el mudo hable; por subversiva/de lo que está mandado, mande quien mande. / ¡Ay! Utopía, incorregible/ que no tiene bastante con lo posible. / ¡Ay! ¡Ay! ¡Utopía que levanta huracanes de rebeldía! / quieren ponerle cadenas. Peo ¿Quién es el le pone cadenas al monte? / No pases pena, que antes que lleguen los perros, será un buen hombre el que la encuentre/ y la cuide hasta que lleguen mejores días. / Sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte. / ¿Ay! Utopía como te quiero porque les alborotas el gallinero. / ¡Ay! ¡Ay Utopía, que alumbras los candiles del nuevo día!

El texto -que no pude someterlo a una ilegítima amputación-, no tiene nada que envidiar a lo que los sociólogos, politicólogos, y otros “gos” hayan podido decir en los últimos tiempos. Tiempos en que de tanto pragmatismo morboso hemos perdido el rumbo y sobre todo el sentido. Porque si es verdad que los ideologismos nos condenaron a grandes cegueras que nos alejaron fatalmente de la realidad; no es menos cierto que sin ideologías (utopías) tampoco tenemos, finalmente, valores. Y es entonces como diría el filósofo J. L. Aranguren, la política acaba por predominar sobre la ética, aunque como el mismo sostiene, en los largos plazos es la segunda la que se impone. La utopía es necesaria como el pan de cada día, al menos para entender lo que dijo un condenado: “tu no sabes por que me matas, pero yo sé por qué muero”.

Dicho con sus propias palabras: «Prefiero hablar de la utopía que, de cualquier otro tema, porque la carencia de utopías es muy grande y en los últimos 15 años a muchos nos han servido para saber dónde estábamos situados. Con la pérdida de estas utopías hemos aprendido algo, pero ha quedado un gran vacío al no haber sido capaces de rellenar estas pérdidas con nuevos proyectos. La utopía significa el sueño colectivo y si este sueño no existe, la gente se desmigaja, se encierra en células y se vuelve más individualista y depredadora. Y aparece el miedo y la insolidaridad, estás más indefenso, eres menos generoso, más cobarde y, por tanto, más vulnerable. Sin utopías estás a merced de lo que el poder decida imponer en cada momento. Estás en sus manos».

Porque esa canción no se compone en cualquier momento, se compone a comienzos de los años 90, cuando en el mundo observaba la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, y los sueños del socialismo nos dejaban con las manos vacías. Se acaba la época bipolar quedando EE. UU. como única superpotencia. Las guerras de pequeñas posesiones -sin ideología aparente- despedazan y ensangrentaron a los poblados de los Balcanes. La Guerra del Golfo inicia una década de lucha e intervención de Occidente en Medio Oriente, dejando a un Irak en crisis permanente. En Somalia, el hambre y la sangre se vuelven a juntar y formar un río incontenible y en Ruanda se desata el genocidio. Es, sobre todo el momento de la victoria del modelo neoliberal que tiene su expresión más dura en el consenso de Washington y a Chile como el alumno más disciplinado.

Por entonces todo el mundo parecía bailar al ritmo de una melodía chilensis: “en la medida de lo posible”.

Por eso es destacable el que Joan Manuel Serrat y por eso, con su humildad, palabras y actitudes tranquilas y moderadas pero libres, sus textos permitan mostrar las contradicciones de nuestro tiempo.

Por eso para disfrutar las canciones de Joan Manuel Serrat, de su pensamiento rico y profundo, es bueno recordar los consejos del profesor Tierno Galván cuando recomendaba a sus alumnos: “Hay que leer como beben aguas las gallinas. De cuando en cuando, haciendo una pausa y levantando la cabeza para permitir que el trago pase por el gaznate”. Así, probablemente, se podrá aprovechar mejor, toda la sabiduría que encierran sus aventurados cuando dice: “Bienaventurados los que catan el fracaso, porque ellos reconocerán a sus amigos”.

Se nos fue Joan Manuel de los escenarios, pero se queda. Y nos queda su propio consuelo: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

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