Hasta el 3 de marzo permanecerá en el Museo de Bellas Artes esta muestra del artista chileno que conmemora los 50 años del golpe de Estado en Chile.
El artista Máximo Corvalán-Pincheira (50) construyó un nuevo brazo del río Mapocho en el Museo de Bellas Artes, una arteria de agua barrosa, hecha con madera y canaletas. Se trata de “Oír-Río”, una instalación que por su extensión y tamaño podría asemejarse con un pequeño y activo mapa de Chile que propone una reflexión por los 50 años del golpe de Estado en Chile, por el dolor de los desaparecidos, por los cuerpos perdidos y también encontrados en el agua. Igual que un afluente del río, la muestra recorre el hall central del museo. “Se supone que donde estamos parados ahora también pasaba el Mapocho”, dice el artista mirando como fluye el agua color chocolate en la estructura de su instalación construida en homenaje a las víctimas de la dictadura militar.
“Oír-Río” aparece como un site specific, una pieza única que se inscribe en un lugar particular. Este último tiempo ha sido ajetreado para el artista visual, quien ha realizado varias muestras donde siempre ha sido protagonista el agua. Entre fines de 2022 y septiembre de 2023, intervino en el Centro Cultural La Moneda con “Hacer agua”, una instalación que constaba de una puerta que permanecía cerrada y supuestamente conectaba con el palacio de gobierno. Dos planchas de acero tapaban la entrada, con un constante filtrar de agua que oxidaba los metales, similares a las vallas protectoras para locales comerciales instaladas en el contexto del estallido social.
El agua también fue parte fundamental de “Tejado de vidrio”, instalación que realizó Máximo el año pasado en el Museo de Arte Contemporáneo-Quinta Normal. El artista aprovechó el enorme tragaluz del edificio para poner una suerte de plataforma cubierta con malezas nativas por cuyos vidrios trizados se filtraba agua hacia un gran contenedor en el piso. El objetivo fue mostrar cómo la debilidad política y la memoria sobreviven como plantas silvestres en un mundo de tensión, con un equilibrio precario, e instituciones poco claras y coherentes.
Después de esas obras, apareció en diciembre del año pasado “Oír- Río”, el grito ahogado y constante del Mapocho en el Museo Nacional de Bellas artes. Una muestra que también refleja la ausencia de su padre, asesor de seguridad de La Moneda, desparecido en septiembre de 1973. En medio del incesante sonido que fluye de su obra, Corvalán-Pincheira conversó con La Nueva Mirada sobre su instalación que permanecerá en el Museo de Bellas Artes hasta el 3 de marzo de este año.
– ¿Qué significa para ti el agua en esta instalación?
-Es la contradicción. Es la vida, la muerte, podría ser un rio de sangre, pero también es un río de vida de alguna manera.
– ¿Lo ves como un río de sangre?
-Se podría leer desde ahí, pero más bien desde lo simbólico. El océano y el río fueron depósitos de estos cuerpos. Uno podría decir, no sabemos dónde están nuestros desparecidos, pero sabemos que están aquí. Es la memoria del agua, la memoria de la tierra, la memoria de las plantas, una forma de continuar para todos los que vivieron este dolor, esta deuda; permite también pensar en la idea de lamer la herida. Es una especie de lengua que lame. Hay muchas lecturas que yo hago a partir del agua. Mi padre se supone que está en el mar. De alguna forma para mí la relación con el agua es muy importante. A mi padre no lo conocí, él despareció cuando yo estaba en la guata de mi mamá. Hay pocas fotos porque él estaba a cargo del aparato de seguridad. El departamento de mi mamá fue allanado, ahí se perdieron muchas cosas.
– ¿De dónde nace el nombre “Oír – Río”?
– “Oír –Río”, el nombre es un poco por la idea de escuchar al río, lo que trae, lo que lleva, la memoria. Tienes también eso de la sensación de relajo, de ponerse en disposición de reflexionar. Hay un juego con la misma frase, la idea de la vuelta, el eterno retorno.
– ¿Tuvo cierta complejidad trabajar con el agua, pensando en el río Mapocho?
El agua es la misma desde que empezó la muestra, pero hay que rellenarla. Esto, por el tejado de vidrio del edificio, funciona como un invernadero. Se va evaporando. Como todos los lunes el museo está cerrado, se le echa agua. Se sube un poquito el nivel, pero el agua no se descompone al estar en movimiento es como las piletas, no se ha salido nunca. Al principio como tenía mucho mineral del mismo río se creó una espuma muy fuerte que se desbordaba, pero no causaba ningún problema.
– ¿Cómo armaste la instalación?
Tengo un taller en Santiago e hicimos pruebas de contención especialmente con los coligues (que afirman la estructura). El diseño lo proyectamos con dibujos, luego se construyó acá todo. Se demoró tres semanas el proceso. Se hicieron las pruebas del agua acá porque no tenía cómo hacerlas en otro lado. Ahí hubo que cambiar varias veces las bombas. Una no daba, otra se recalentaba. Siempre trabajo con un equipo grande donde hay un calculista, un arquitecto, la productora, la curadora, los teóricos. Me metí a investigar, a leer libros de hidráulica, de represas y me di cuenta de que no era tan complejo hacerlo.
– ¿De qué manera planteas Oír – Río en medio de esta conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile?
-Mi obra se plantea como un lugar de reflexión, con la idea del agua, la idea del sonido constante, casi de meditación. Yo creo que lo importante, más que un asunto personal, el país tiene que tomar una sanción. Esto nos pasó a todos, tenemos que ponernos en un lugar y decir que esto no puede volver a pasar, aunque pensemos distinto. Eso no se ha logrado, se han cumplido 50 años, se han hecho manifestaciones. Ha habido un retroceso grande. Esta es una obra abierta, con problemáticas que tienen que ver con la historia, el punto de vista que me tocó vivir, que proyecto, pero también se puede leer como problemática del cambio climático, puedes pensar en la idea de desaparecidos, pero también lo puedes relacionar con una especie que puede desaparecer. Mi interés sigue estando con problemas contingentes, que tienen que ver con memoria, con problemas políticos, pero me interesa lo que tiene que ver con el cambio climático, con la idea de pesar que este planeta no está alcanzando para todos. Hay problemáticas sociológicas que me interesan mucho y están presentes en mis obras. Formalmente me interesa seguir trabajando con estas obras que aparecen como una especie de poemas que se pueden interpretar de muchas formas. En este caso “Oír – Río” se puede ver como la herida fundida, la herida que no para, que no sutura. La herida que queda abierta.
*(Aporte de fotos: Jorge Brantmayer)