Hace poco un respetado dirigente socialdemócrata europeo, bajo un relumbrante parrón canoso, sugirió a nuestro presidente que derivara hacia la socialdemocracia. Parece que fue del gusto de quién acostumbraba a llamarse el decano de nuestra prensa (¿hoy Tic Toc?), que le dio portada. Me alarmé de frentón. Lo que produjo el malestar político social que reventó a fines de 2019, y sigue ahí, regresa a una repetición de lo mismo. No me tinca nada. Para mí es evidente que ese malestar es el reverso del bienestar producido por la economía abierta y capitalismo libre que la derecha y la socialdemocracia regalaron al país.
Es un fenómeno mundial, la socialdemocracia está enredada en todas partes. El mundo marcha en una dirección nueva a la que hay que atinarle. ¿Por qué insistir con aquella ahora? Nació como un gran acuerdo histórico entre las clases sociales más gravitantes y opuestas en su momento, los empresarios industriales dedicados a mercados internos y los trabajadores de los grandes sindicatos fabriles nacionales. Fincada en las fábricas, la alianza extendió frutos más allá de ellas. Produjo una era estable de crecimiento y decencia.
Ya no más. Hay pocos mercados internos relevantes comparados con el capital acumulado, la tecnología no se queda estable, la industria ya no es lo que era, la clase trabajadora tampoco. Hay pocos salarios y mucho ingreso autónomo (precario, y no tanto), poco empleo estable contratado por hora y mucho part time, free lance, diferenciación individual y contratista, mucho microemprendimiento en una espuma de pymes que van y vienen, pocas organizaciones de mando vertical, muchas redes descentralizadas y ocasionales, mucha autogestión. No se trata de un invento empresarial chilensis ´astuto´ y ´abusivo´, ocurre en todas partes movilizado por la tecnología informática que permite y obliga simultáneamente. Por siaca, nuestros empresarios exportan, no les interesa el tamaño del mercado interno sino la ´competitividad´ de los costos laborales. Sobre todo, hay demasiado malestar social cocinado en situaciones que no son económicas: asimetrías cotidianas de micro y macro poderes, diferencias étnicas, de género, de reconocimiento y dignidad, de respeto mutuo, viejas historias, y una vida cotidiana ingrata, desolada, con escaso soporte y ayuda, sin sentido compartido. Para todos, salvo unos pocos, el mundo es demasiado ajeno y ancho. ¿Alianza de quién con quién vendría siendo la base de una apuesta socialdemócrata hoy día? Probablemente la recomendación no es más que una pulsión canosa de repetir la acostumbrada ida al centro en busca de sofocar una nueva contradicción política que se agudiza y extrema.
Capaz que valga más la pena articular los extremos, digo yo: los empresarios exportadores y la masa de trabajadores y ciudadanas desperdigadas cargadas de malestar, frustración y soledad; maltratadas. Así nació la socialdemocracia, por lo pronto, articulando los extremos más opuestos, la clase obrera y los capitalistas, que consolidada sacó patente casi natural de ´centro´. Dicen que trató de hacerlo el populismo y el fascismo, pero ambos violentamente reactivos al comunismo instalado en el Campo Socialista y en una red de poderosos partidos. Ambos en Guerra fría. Na que ver, estamos en otra, pero igual puede ocurrir, hay que entrarle antes y bien. Ahora, un cierto nacionalismo que no será trivial inventar es imprescindible. Al final, comparadas con los capitales mundiales, nuestras empresas nacionales no son más que pymes.
Es fundamental desatar los ´instintos animales´ de acumulación capitalista exportadora. Hay gente que los halla vulgares, pero son los que expanden la economía. En nuestra derecha están quiénes saben cómo hacerlo. Habrá que pagar un precio, por supuesto, pero a cambio del compromiso de invertir y crecer. Al mismo tiempo, incluir en serio a las capas y expresiones sociales maltratadas que reclaman dignidad. Nuestros jóvenes de izquierda condolidos y radicales intuyen cómo. Y terminar con la resignación cínica de complacerse con ´la primera generación con universidad´, que tranquiliza prometiendo que serán los hijos, la próxima generación universitaria, los que podrán pasar de la cocina al comedor, ser personas verdaderamente competentes, completas, dignas; no solo con derechos humanos, meritorias. Habrá que saber pagar el precio de terminar ya con el aristocratismo que tara entre aguas nuestra sociedad entera.
¿Enemigos activos y pasivos? Una derecha aterrada por las consecuencias sociales liberales de un liberalismo económico que ama, que se encierra en estrechos círculos satanizantes. Capas que se dejan arrastrar a posiciones como éstas, desoladas por la destrucción de la vida con sentido en sus comunidades cotidianas por un liberalismo económico que no entienden. Expertos con miradas económicas resignadas, que predican sobre todo estabilidad, paciencia, avanzar paso a paso. De facto, con disimulo, trabajan para facilitarle la vida a los capitalistas, lo que está bien, es ´La economía´ que se conoce, y la conocen, pero tienen escrúpulos para aliarse con ellos en serio, pagando y cobrando el precio que sea necesario. Una izquierda entrampada en cuentos económicos estructurales fijos sobre la sociedad, y en ideas inalterables de progreso histórico basadas en ellas, que la arrastran a frenar el despliegue contingente actual de la historia.
Atentos a las canas, digo yo.