Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Hacer política desde el rencor.

por Antonio Ostornol

La apabullante derrota de la opción “apruebo” en el plebiscito constitucional de salida ha abierto un período extraño, donde la tentación de los actores políticos por abrir paso a una acción pública nacida desde el rencor es muy grande. Y peligrosa, también.

¿A qué me refiero? Básicamente, a esa vieja tendencia humana de hacer leña con el árbol caído. Pero hacerlo desde la mirada chica, esa que habla desde el dolor que todo lo inunda y que no permite tomar una distancia razonable, donde el interés esté puesto en las perspectivas del país y de los consensos más que en el regocijo propio. De este proceso, me parece, se salvan quienes con honestidad han impulsado y perseverado en el desarrollo de los acuerdos para darle continuidad al proceso constitucional. En ellos han estado sectores políticos de las más diversas tendencias, pero cada tanto van instalando los puntos que, en definitiva, buscan impedir, demorar o desnaturalizar los posibles acuerdos.

Al escuchar o leer las declaraciones de algunos de los voceros de la derecha, desde los más conciliadores hasta los más destemplados, pareciera que el interés superior es declarar la rendición de sus adversarios políticos. Es la impresión que me deja la insistencia majadera y absoluta en la necesidad de que cada miembro del gobierno, desde el presidente hacia abajo, reconozcan sus errores frente al proceso constitucional o se desdigan de la forma en que interpretaron y se refirieron a los hechos asociados al estallido social (violación a los derechos humanos, derecho o justificación del uso de la violencia en política, ausencia de condena a los saqueadores y agresores de la fuerza pública, falta de juicio crítico contra quienes actúan como bandas armadas en la Araucanía, etc.). Al final, uno empieza a sospechar que hay otros objetivos en esta crítica sin cuartel al actual gobierno. ¿Será que la derecha intensifica y agudiza los niveles de conflicto e intransigencia para, una vez más, como en tiempos de los vetos de minoría en el parlamento, minimizar las posibilidades de cambios más estructurales en la reconfiguración del país? Cuando decidí votar por el apruebo, lo hice temiendo que –desde una eventual posición “ganadora”- la negociación de los cambios con la derecha fuese mucho más difícil. Lamentablemente, al parecer, no estaba del todo equivocado.

Pero como dije en el marco de mi reflexión post plebiscito, ya con el 62% instalado como una bofetada, a fin de cuentas, la culpa no es del chancho sino del que le da el afrecho. Me refería a lo que había sido la conducta política (o, mejor dicho, “no política”) de quienes manejaron internamente la Convención y de los partidos de izquierda con más representación en la misma. Cuando optaron por buscar los acuerdos con cada una de las identidades representadas, eligieron reivindicar los intereses específicos por sobre los de carácter más general y con mayor posibilidad de generar consensos amplios. Al final, al transar las propuestas más gradualistas y menos rupturistas, para dejar espacio a aquellas más de nicho, muchas de la cuales tenían un componente claramente progresista, fueron alejando a los sectores más tradicionales, a aquellos algo más conservadores desde el punto de vista cultural, que no necesariamente son de derecha, y fueron generando una suma de detractores, cada uno de los cuales tenía a lo menos una buena razón para rechazar. Sin duda, esta opción realizada por la izquierda en la Convención nacía posiblemente de un diagnóstico, sino equivocado, al menos muy parcial. Y eso tenía que ver con octubre de 2019.

El estallido social no fue un “momento revolucionario” donde la demanda mayoritaria de la ciudadanía era arrasar con el viejo régimen. El tono refundacional del proyecto constitucional rechazado cristalizó esta convicción. Por eso las mayorías que se fueron instalando en la Convención, no creían necesario conversar ni negociar con nadie, y ni mucho menos con la derecha. Esta debía ser cancelada. Había que hacerle sentir su derrota, su impotencia, su miedo a no estar en la posición de privilegio. El tono elegido no era el de la conciliación sino el de la pasada de cuenta, el de la venganza, el del rencor. La derecha –junto a la manga de reformistas que habían conciliado con ella durante los últimos treinta años- debía sentir, aceptar y sufrir la derrota. En esta postura no había mirada hacia el amplio espectro social que es nuestro país. Se miraba desde el rencor, desde el resentimiento: “que ellos sufran lo que nosotros hemos sufrido”, parecían decir.

Estos últimos tres años interpelan a nuestras dirigencias políticas. Así como el actual presidente Boric, el 15 de noviembre de 2019, puso en juego su capital político para facilitar el acuerdo que abrió paso al proceso constitucional y, de paso, permitió que se fuera desarticulando progresivamente el intento de imponer la lógica de la calle a los consensos democráticos, hoy los partidos políticos tienen la oportunidad de proponerle a la ciudadanía una carta de navegación que garantice un escenario democrático para diseñar nuestro futuro sin pasar por una ruptura total de nuestro modo de hacer comunidad. Para lograrlo, nadie debe pasarse de listo: ni la derecha debe pretender dejar preinstalados los mismos acuerdos que impidieron las transformaciones graduales en Chile, ni la izquierda debe pretender volver a un escenario similar al del 2019. El esfuerzo de la comisión de parlamentarios que, según se afirma, ya tendría un acuerdo casi total en materia de bases constitucionales, no debiera cejar ni debiera renunciar antes de alcanzar un consenso pleno.  Tienen en sus manos la posibilidad histórica de reencauzar un proceso que nos podría proyectar como país hacia un futuro más justo y más esperanzador. Los convencionales tuvieron esta posibilidad y la desaprovecharon, obnubilados por la ceguera de sus convicciones. Espero que ahora no pase lo mismo y podamos, al final, reivindicar el rol privilegiado de la “cocina” política, que no es otra cosa, que la buena política a secas.

Pero si predomina el rencor y los unos quieren ver humillados a los otros, solo incubaremos el despliegue de una nueva ley de Talión: entonces, los ganadores circunstanciales de hoy serán castigados mañana por quienes ganaron ayer y castigaron a sus oponentes, sin imaginar que hoy podrían estar en una posición diferente. En este sentido, el discurso del presidente Gabriel Boric en la mañana del 19 de octubre de este año, es una señal importante de humildad y aprendizaje colectivo. Más de alguien –tanto desde la izquierda como de la derecha- querrá ver en sus palabras un acto de rendición. Yo prefiero interpretarlas como una cierta sabiduría que nos permite pensar que frente a nosotros todavía tenemos un futuro por ganar.

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