Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Sobrevivir más allá de la derrota: 1973.

por Antonio Ostornol

Termino de leer el libro Cuando se templó el acero. Las Juventudes Comunistas de Chile en los primeros años de la dictadura (1973-1979). TOMO I (Editorial América en movimiento, 2023) del historiador Rolando Álvarez y una dolorosa, aunque entrañable remembranza me inunda. Es una historia dura, difícil de recordar. Hay héroes y traidores. Hay muertos y sobrevivientes. Hay muertos vivientes y sombras borradas por la historia. Hay una época, un mundo en conflicto, un país movido por sus olas. Hay quienes se mantuvieron fieles a las convicciones que el partido determinaba en cada momento y están los que dimos un paso al costado porque esas certezas dejaron de hacernos sentido y apostamos por otros proyectos de cambio. Pero independiente de qué lugar ocupó en su momento cada uno de los casi 90.000 jóvenes militantes comunistas que tenía la organización en 1973, más los que fueron protagonizando el recambio generacional en la medida que la dictadura se consolidaba y hacía su trabajo brutal, la historia tendrá que reconocer la valentía y la honestidad generosa de quienes se jugaron la vida en las peores condiciones políticas de nuestra historia, entre 1973 y 1979, cuando Chile estaba sometido al arbitrio de la DINA y éramos objeto de las políticas de exterminio político. Este libro es de historia; pero tiene la intensidad de los jóvenes comunistas de entonces, sí, ellos, mis camaradas de entonces y amigos de hoy, que, con mayor o menor acierto, arriesgaron la vida para resistir la dictadura. 

Era lo maravilloso de ser parte de una generación que se asomaba a la adultez con la ilusión de construir una sociedad más justa, equitativa y plena.

Cada tanto me preguntan dónde pasé mi exilio y muchos se sorprenden de que solo un año estuve estudiando fuera de Chile. Como diría Enrique Lihn, “nunca salí del horroroso Chile”. ¿Por qué?, me interrogan asombrados, asumiendo como obvio que debería haberlo hecho dada mi condición de militante de las Juventudes Comunistas. Incluso yo mismo, a veces, me lo pregunto y no encuentro una respuesta muy articulada. Termino balbuceando algo así como que, de verdad, no era capaz de concebir la idea, que no lo pensaba, que había algo impreciso que me retenía, algo que iba más allá de la “necesidad de resistir a la dictadura” o “luchar por la libertad de Chile” o cualquiera de las otras consignas que con toda justicia nos movilizaban. Permanecer en Chile, hacer lo que fuera necesario por rearticular la organización comunista agredida con el golpe de estado, establecer los vínculos con la mayor cantidad de militantes, aprender a funcionar en condiciones de clandestinidad, vivir en el límite frágil de las, a veces, precarias medidas de seguridad, era lo que el compromiso político asumido en la militancia comunista me imponía desde una naturaleza anterior a cualquier raciocinio. Era lo maravilloso de ser parte de una generación que se asomaba a la adultez con la ilusión de construir una sociedad más justa, equitativa y plena, con la convicción de que el golpe de estado era apenas un paréntesis en una historia que, como escuchamos en el famoso discurso de Allende, más temprano que tarde abriría las amplias Alamedas. Ser parte de la resistencia a la dictadura no era para mí -ni para muchísimos compañeros y compañeras- un tema opinable. Quizás si el partido daba la orden, entonces tendría que partir. Si no, efectivamente, mandaba el espíritu de Así se templó el acero, la icónica novela de la revolución bolchevique que leíamos con devoción los jóvenes comunistas de muchas generaciones. Había en nosotros un mandato heroico que la gran mayoría puso en juego, con más o menos dignidad (y en estas materias, debiéramos decir con Jesús: “el que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”).

Este libro de Rolando Álvarez les hace justicia a esos militantes, muchos de ellos poco conocidos e incluso anónimos para el gran público. A través de un rico entrelazado de lecturas, testimonios, archivos y entrevistas, Álvarez va reconstruyendo los primeros años de la experiencia de las Juventudes Comunistas en la clandestinidad. Desde la precariedad de las medidas de seguridad, completamente básicas frente a la brutalidad y envergadura de la represión desatada tras el golpe de estado, hasta la trabajosa y triste recomposición después de la aniquilación de parte importante de su dirección nacional y regional, entre 1976 y 1977. Muchos cuadros que al año 73 tenían ya una importante formación política y trayectoria militante, fueron detenidos, torturados, asesinados, exiliados. Muchos otros tuvieron que asumir tempranamente responsabilidades de conducción en un escenario inédito y totalmente desconocido. Es interesante seguir esos itinerarios, las rutas disímiles que fueron encontrando militantes que tuvieron que asumir responsabilidades que, posiblemente, todavía no imaginaban y, ni mucho menos, en las condiciones en extremo peligrosas en que lo hicieron.

Sentados en esos asientos que estaban paralelos a un costado del bus, quedamos frente a frente. Apenas nos miramos. Fue la última vez que lo vi.

También están los nombres de aquellos que sabían a lo que se enfrentaban y tomaron la decisión de mantenerse al pie del cañón, cumpliendo íntegramente sus responsabilidades. Personas inolvidables. Uno de ellos Carlos Contreras Maluje; el otro, Manuel Guerrero. A ellos les dediqué mi tercera novela, Los años de la serpiente. Es doloroso recordar sus muertes. Pero se rescata su humanidad. A Carlos, probablemente, le debo parte de mi obstinación por la escritura. En nuestros encuentros peripatéticos, caminando por Gran Avenida o Ñuble, comprando unos maníes tostados que le fascinaban, me hablaba de la situación política y de las tareas que se nos venían por delante. Escuchaba con atención todo lo que yo tenía que informarle y siempre preguntaba. Le gustaba conocer detalles, así se hacía una imagen más real de lo que pasaba. Y también me preguntaba por mi actividad literaria, por los poemas y cuentos que me esforzaba por escribir. Alguna vez me pidió leerlos y le hice una copia. En octubre de 1976 estuve por última vez en una reunión con él. Nos contó (éramos la comisión universitaria) que había un problema de seguridad mayor en la dirección y que ni siquiera sabía exactamente su dimensión, pero que debíamos extremar las medidas de seguridad. Propuso y se acordó en esa reunión que me descolgara de la militancia por un tiempo y que hiciera la vida más pública que pudiera (estuve casi un año fuera de la militancia activa). Algunos días después, en una micro que circulaba por Américo Vespucio a la altura de Vicuña Mackenna, nos cruzamos. Sentados en esos asientos que estaban paralelos a un costado del bus, quedamos frente a frente. Apenas nos miramos. Fue la última vez que lo vi. A comienzos de noviembre escuchamos la noticia: se había lanzado al paso de un bus y, con esa acción, se hizo pública la desarticulación de la dirección de las Juventudes Comunistas. Además, el recurso de amparo que se presentó a su favor fue el primero acogido en más de cinco años por las cortes chilenas. Fue en vano. Ya había sido asesinado y hecho desaparecer.

En esos mismos años, a Manuel Guerrero lo vi en el campo de concentración de Tres Álamos. Todavía estaba convaleciente del balazo en el abdomen que le dieron durante su detención. Era un sobreviviente del exterminio y le habían dejado la sentencia pendiente. Visitando a mi padre que seguía detenido, nos cruzamos. Aunque las medidas de seguridad indicaban que no debía hacerlo, igual nos dimos un gran abrazo.

En esos mismos años, a Manuel Guerrero lo vi en el campo de concentración de Tres Álamos. Todavía estaba convaleciente del balazo en el abdomen que le dieron durante su detención.

Esta historia de los primeros años de clandestinidad de las Juventudes Comunistas, más allá de los temas de discusión política acerca de las conclusiones de la derrota del 11 de septiembre y las líneas políticas, que darían para otra columna (y posiblemente lo darán), recoge una experiencia de valor y humanidad no siempre rescatada. No tiene los oropeles de los martirologios de quienes desafían la muerte.  Tiene la bravura, la honestidad, la sencillez del viejo tronco comunista, de ese forjado en el norte, en medio de las salitreras y las imprentas, apegado a las mutuales, las elecciones, y a las grandes movilizaciones para reivindicar los derechos de los trabajadores. Y posiblemente también tiene cierta tozudez amorosa básica: la necesaria para sobrevivir.

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5 comments

Natasha Valdés mayo 25, 2023 - 7:17 pm

Importante e imprescindible comentario de un testimonio doloroso. Que la verdad ayude a sobrellevar tanto dolor

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Ani Campillo mayo 25, 2023 - 10:13 pm

Me hiciste llorar, es un testimonio doloroso y tan humano, tan verdadero. Te mando un abrazo de domingo, del Día del Patrimonio en el que revisitaremos también la memoria en sitios donde se hirió el corazón de esos jóvenes. Tengo Los años de la serpiente, algo ajado por el tiempo, pero en un lugar visible.

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Ma.Angelica Araya Riquelme mayo 26, 2023 - 4:29 pm

Al leer el artículo, se me apretó el estómago y se me estrujó el corazón . Mi admiración para estos valientes héroes

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Shaíra mayo 26, 2023 - 11:03 pm

Antonio! Me gustaría leer ese libro! Me trajiste tantos recuerdos de esa época. También el tuyo!.
Este fin de semana de patrimonios estaré en 3 Álamos. Un abrazo

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María Villanueva pozo mayo 28, 2023 - 3:49 pm

La emoción me embargo,gracias

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