Escribo desde un lugar incómodo: el de la derrota. Es un lugar conocido que alguna vez imaginé superado en mi vida. Pero, mientras miremos la realidad desde nuestras propias anteojeras, estaremos siempre un poco ciegos y nos daremos de cabezazos con la realidad. Lo vivimos en septiembre de 1973; lo replicamos el mismo mes del 2022 y, como si eso fuera poco, este domingo lo experimentamos otra vez. ¿Por qué hemos tropezado, una y otra vez, en la misma piedra? Leo a destiempo una novela cuya existencia me había llegado a través de murmullos. La novela trata de la UP, me habían dicho, y también del golpe. Pero es diferente. Está escrita desde la perspectiva de los momios. Hablo de Casa colorada (minimocomunediciones, 2013), de Ana Ugarte. ¿Qué es lo distinto? Simple: la historia de nuestra tragedia nacional tiene más ángulos que los imaginados y catalogarla como una novela “de momios” es una injusticia para la novela, que está muy bien escrita, y un prejuicio que nos empobrece.
Cuando he leído relatos acerca del período de la Unidad Popular, el golpe y los horrores de la dictadura, desde los más evidentes (violaciones sistemáticas de los derechos humanos) hasta los más sutiles (pobrezas, neurosis, crisis de identidad, etc.), casi siempre -y digo “casi” porque sé que no he leído todo- el lugar en el que se sitúa el narrador tiende a identificarse con alguna forma de lo que hoy llamamos “progresismo” y que, en la práctica, incluye desde las perspectivas asumidas por las diversas izquierdas hasta formas diversas de humanismos contemporáneos. Sin embargo, rara vez me he encontrado con novelas o cuentos que se ubican en el lugar de los “malos” de la película. Y esto, sin duda, es una carencia de mis lecturas, ya que, si hay escritores que han experimentado el mundo desde los sectores asociados a la derecha chilena y, de esa forma, a la dictadura, ciertamente debe haber libros donde con toda propiedad literaria se plasma ese universo. Pienso, por ejemplo, en novelas como Oír su voz, de Arturo Fontaine.
Casa colorada, lectura que recomiendo sin ambages, es una obra que se sitúa en este espacio que estoy tratando de dibujar. Se trata de la historia de Rosario, contada por su madre a partir de las indagatorias que, muchos años después, un nieto hace sobre el incierto destino de su tía. En un par de momentos del libro, Alicia (la madre y narradora) relata un encuentro con José Donoso y otro con Isabel Allende, donde les discute la “exactitud” de la que ellos hacen en sus novelas del campo chileno (zona centro sur, para ser precisos). Aunque no lo dice, la narradora está pensando en Casa de campo y La casa de los espíritus. Les discute a esas novelas la autenticidad de sus miradas porque ella ha vivido otra cosa. La novela es el develamiento de esa otra historia. La del patriarca, Julio, que está emparentado con los Ventura de Donoso o los Trueba, de Allende, heredero de siglos de historia en esas tierras. Con una escritura directa, limpia de sobre adjetivación, la narradora nos va introduciendo en la vida de una familia de terratenientes chilenos en la década del setenta, traumatizados por la amenaza de que la CORA (Corporación de la Reforma Agraria) les expropie su fundo, “Las tejas”, cuyo corazón histórico es una antigua casona de adobe pintada de rojo, de larga data. Si para nuestras certezas, la reforma agraria, la repartición de la tierra entre quienes la trabajan, era un acto de justicia social mínima y un modo de poner fin a ciertas iniquidades, para la familia de Julio es un acto expropiatorio, en que les quitarán su patrimonio. Y sí, qué duda cabe, lo es: de eso se tratan, precisamente, las expropiaciones. Lo notable del relato es que, en la medida que avanzamos en él, lo que en una primera lectura podría parecer la resistencia de una clase a los cambios necesarios, va evolucionando hacia configurar la épica de una sobrevivencia, ya que lo que se amenaza no es una propiedad o una determinada situación económica, sino un modo de vivir (ser de campo), una identidad histórica (hemos vivido aquí y hemos tenido la posición de dominio desde siempre) y, finalmente, una forma de darle sentido a la existencia. Todo dramático para quienes lo viven.
¿Qué haríamos si, de pronto, nos amenazan de esta forma? Sentiríamos lo que sienten los personajes de esta novela: que están enfrentados a una situación de vida o muerte, que su pasado se esfuma y pierde relevancia y que el futuro se vuelve sombrío. Las imágenes de la novela, construidas desde los silencios y secretos que se guardan entre los diferentes miembros de la familia, recuerdan a esos personajes de Dr. Zhivago que huyen anonadados por el paso de la historia. Ana Ugarte narra desde el lugar doméstico, desde lo cotidiano, desde lo femenino. Se aboca a la tarea de comprender su tragedia, intenta darle sentido a una serie de hechos que, venidos desde fuera de sus vidas (la revolución social), se las han trastocado en forma dramática. Me pregunto si a quienes éramos parte del movimiento revolucionario de la época y, por supuesto, apoyábamos la reforma agraria incluso desde los tiempos de Frei padre, se nos pasó por la cabeza el drama humano que se desencadenaba a partir de nuestras políticas. ¿O simplemente mirábamos con desprecio esas vidas?
La lectura de Casa colorada nos ilumina una parte de la ecuación compleja y múltiple que fue el período de la Unidad Popular. Enriquece leerla porque nos ayuda a entender mejor por qué las cosas cursaron como lo hicieron. Incluso más, abre miradas muy dolorosas por lo contradictorias que pueden haber sido las experiencias, dependiendo del lugar desde donde se miraba. (No profundizaré en esto para no cometer un serio spoiler). Hay una historia que he contado más de una vez y que para mí fue iluminadora. Alguna vez, a un buen amigo que era muy pinochetista, le pregunté por qué admiraba tanto al general. Y él, con una seguridad absoluta, me respondió que nos había salvado de la UP, fuerza política que había asesinado a su padre. Me quedé perplejo. Al pedir explicaciones, supe que ellos vivían en el campo y que, entre el 71 y el 72, si mal no recuerdo, campesinos dirigidos probablemente por alguna unidad del MIR, se tomaron su fundo en mitad de la noche. El padre salió corriendo desde su casa a tratar de impedirlo y, en medio de la carrera, hizo un infarto. Este amigo, que en ese momento no tenía más de 11 años, al bajar al primer piso se encontró al padre tirado en la sala de estar, mientras se escuchaban a lo lejos los gritos y consignas de los usurpadores. En su memoria, que difícilmente podría haber hecho distinciones muy sutiles, los asesinos estaban en la izquierda, en el gobierno, en los partidos que querían tomarse todo el poder.
Esa memoria es legítima porque es personal. Ciertamente, toda la racionalidad que le pongamos al análisis no podrán convencerlo de algo diferente. Casa colorada es una novela que nos ayuda a ver esa otra cara. Como las buenas obras literarias, nos muestra un lado oculto de la realidad. Por supuesto que no es “toda la realidad” o, mejor dicho, la “única realidad”. Pero no podemos prescindir de conocerla. Debemos hacer un esfuerzo por ponernos en el lugar de otro, sobre todo del más diferente a nosotros. Eso puede hacer más más humana nuestra mirada. Parte quizás de nuestra derrota de hoy es que no miramos con suficiente amplitud la realidad. Cuando los ex convencionales quisieron proponer un cambio copernicano al país, nunca miraron más allá de ellos mismos y sus grupos de referencia identitaria. Cuando alguien en el gobierno decidió que sí o sí había que indultar a como diera lugar, es probable que no se haya detenido a pensar si la inmensa mayoría de “los otros” estaba de acuerdo. El precio pagado: el resultado de las elecciones del domingo.
4 comments
Excelente análisis del momento histórico y los antecedentes, de la novela tendré que leerla. Felicitaciones
Ay, Toño. Nunca pensé en que leerte fuera a ser lo que es. Al principio, por algún motivo, luego del estallido, me llegó un escrito tuyo. Dudé en abrirlo y leerlo porque, por estar contra el estallido y la violencia, me cayeron las penas del infierno. Insultos, mentiras, cancelación, bloqueos. Tremendo. Nunca pensé el nivel de stalinismo imperante. Podría escribir un libro. Entre eso, que yo llamo fascismo, apareció tu pluma. Te he seguido desde allí. Acuerdos o no, es balsámico leerte. Entre tanto odio ( que probablemente no lo ves), salen tus columnas ponderadas, certeras. Sin descalificaciones. Sin roteos. No te planteas como éticamente superior. Ni éticamente inferior. Es mas, no está eso. Tu consideración por los seres humanos es notable. Y me asombras. Además de lo bien que escribes, piensas con empatía. Si por cada 10 habitantes de izquierda hubiese solo un Toño Ostornol, seguro que seríamos un mejor país. Ya seríamos un estado amable. Gracias por regalarnos tus páginas. Un abrazo.
Una gran crítica literaria y certero análisis político de hechos que nos siguen marcando como país y llamando a una nueva reflexión.
Gracias Juan Carlos por haber hecho llegar a mis ojos los comentarios de Antonio.
Siempre que he leído sus análisis, reflexiones, proposiciones, su forma de analizar la contingencia política, me siento liberado de esta carga tremenda provocada por los grupos más intransigentes de nuestro sector.
Pienso que la mirada de Toño (heroicamente objetiva) nos enseña que lo que nunca debemos olvidar es que nuestro origen, nuestra llegada a la vida, es algo absolutamente circunstancial, podríamos haber nacido pobres o ricos, en África o sudamérica, hombre o mujer, hubiésemos pensado y Sido de una u otra manera.
Muchas gracias Antonio