Nada más a-racional que el Estado Nación, y ahí está hace siglos, fresco como una Lechuga con mayúsculas. Si la duración histórica sirve de estándar, fue sabia la decisión que creó el estado de Chile, no tanto la Gran Colombia o las Provincias Unidas Del Rio De La Plata, lo que no significa que se basó en la aplicación de alguna clase de conocimiento científico causal, quizás de carácter etnográfico o geográfico, o de principios morales, o de alguna ley de la historia. Fue una decisión tan ignorante como sabia. La historia es así, no resulta de conocer, no la hacen expertos, no queda más que hacerla narrándola.
Casus belli.
Política del conocimiento. El conocido principio de la autonomía nacional de Ucrania es atropellado por Rusia con una invasión en gran escala (¿vieron en la tele la cantidad de tanques?) Evidentemente Putin es el culpable de la guerra, el agresor, atropelló una reconocida ley internacional. Y como Rusia es sabidamente no democrática, otro principio, sino autoritaria, se concluye que está poseída por afanes imperialistas. Además, debido a que perdió influencia sobre Ucrania con la caída de la URSS, sus propósitos son reconocidamente revanchistas, así que obviamente proseguirá con todos los países de Europa del Este, y como lo establece un reconocido hecho histórico (Hitler), lo peor es tratar de detenerla con pacifismo. Todo está claro, es cosa de tener un conocimiento mínimo de las causas y razones de lo que ocurre.
Sentir que tengo razón, que estoy en lo correcto, que es verdadero que un dictador imperialista revanchista atropella normas elementales de justicia y moral, dificulta contener las ganas de gritar a los cuatro vientos “inaceptable”, más aún si YO me veo así, como justiciero. Es que creer conocer la verdad impone obligaciones, salvo que uno sea mentiroso.
Política de la sabiduría. Vale la pena preguntarse por la sabiduría de expandir la OTAN hacia el este para contener militarmente a la heredera de la URSS, la Federación Rusa, tal como lo hacía con aquella. Y si, tal vez, solamente quizás, esa política es imperialista, a pesar de las credenciales democráticas de los países que integran esa organización. Después de todo, la incorporación de Ucrania a la OTAN deja a Moscú (550 kilómetros de distancia, Santiago – Los Angeles) inerme, con misiles sobre la cabeza. Habría que considerar si es sabio menoscabar de esa manera la autonomía de un estado nacional que posee armas nucleares. (¿Recuerdan la crisis de los misiles en Cuba?) Y vale la pena preguntarse por la sabiduría de no pescar los reclamos rusos por la constante expansión de la OTAN desde 1990 hacia su territorio, ¡que incluyó una guerra de advertencia en Georgia en 2008!, cuestionando especialmente la sabiduría de hacer oídos sordos a una potencia nuclear temporalmente, solo temporalmente, debilitada. Y de paso interrogarse por la sabiduría de la OTAN de exigir que Rusia confíe porque sí en sus buenas intenciones. Y tal vez se puede sopesar la sabiduría de considerar el despliegue de un ejército de 100 mil soldados como un intento de invasión en gran escala, como que se ve poco para un país de 40 millones (Hitler usó 800 mil), y dado, además, que no se corresponde con las declaraciones del invasor. Quizás originalmente fue una amenaza militar destinada a persuadir a Ucrania a negociar, oportunidad que esta, sabiamente, quiso aprovechar en Estambul (2022), pero fue persuadida por Biden y Johnson (¿se acuerdan de este personaje?) a defender militarmente su derecho de entrar a la OTAN, y con muy poca sabiduría a confiar en sus promesas de darle “toda la ayuda que sea necesaria” para ganar una guerra imposible (150 millones de rusos, 45 millones de ucranianos). Sobre todo, es conveniente preguntarse por la sabiduría de amenazar existencialmente con medios convencionales a una potencia nuclear.

Y vale la pena cuestionar la sabiduría de opinar sin preguntarse por las consecuencias de hacerlo, después de todo, como dijo un señor del sur cuyo nombre prefiero olvidar, se trata de una pelea de perros grandes, y aunque el quiltro justiciero es siempre ruidoso, en respuesta a su última ladrada generalmente nadie dice nada. De ser así, la política de la sabiduría posiblemente recomienda el silencio. O bien, si realmente al quiltro le importa, su recomendación sería comprometerse con una acción más sabia que puro ladrar.
Las llamadas políticas públicas, basadas en aplicar teorías y principios, pertenecen típicamente a la clase de las políticas del conocimiento. Sus posibles equivocaciones obedecen a falta de conocimiento, son incorrectas por ignorancia. La sabiduría, en cambio, sin estándares conocidos, no se puede definir racionalmente como correcta o incorrecta, así que no tiene un antónimo bien definido (¿torpeza, estupidez, descriterio, insensibilidad, ceguera?), pero se reconoce clarita por sus consecuencias. A pesar de lo difusa que es la diferencia, normalmente distinguimos ser ignorante de ser weón, y habría que pensar cuál de los dos es más peligroso.
(Agradezco a mi amigo anónimo del Círculo Hermeneútico de Las Quilas, Ñuble, por llamar mi atención sobre la deriva histórica Sabiduría – Conocimiento – Información, que comenté en columna anterior de La Nueva Mirada)