La política exterior del nuevo gobierno chileno debe estar a la altura e ir más allá de la firma de acuerdos comerciales, impulsando de menos a más, la consolidación de un espacio sudamericano estable de integración política, económica, comercial y cultural realista, que deje atrás la mirada del siglo XX que nos ha dividido y avance de acorde a los nuevos desafíos.
A partir del 11 de marzo próximo una nueva generación de políticos del siglo XXI tomará la conducción del gobierno en Chile y con ello de la política exterior que, de acuerdo con la constitución vigente, es responsabilidad del presidente de la República. Encontrará un país con una muy buena imagen internacional pese a los últimos cuatro años de gobierno con los desaciertos de la administración Piñera en política exterior y su rotativa de ministros de relaciones exteriores. Como han señalado algunos analistas, si el nuevo gobierno tiene intenciones de modificar el modelo neoliberal que ha regido en las últimas décadas en el país, surge la pregunta si también deberá adecuar lo que ha sido la política exterior en términos de su integración al mundo basado principalmente en la red de acuerdos comerciales suscritos. No es una pregunta de fácil respuesta por cuanto el crecimiento que ha tenido Chile ha estado apoyado principalmente en la apertura unilateral de la economía y en el fomento a las exportaciones de productos primarios, principalmente. En cuanto a integración regional, el panorama es más que desolador por la debilidad política de UNASUR, el fracaso de PROSUR, la paralización o estancamiento de MERCOSUR y el languidecimiento de CELAC. El más efectivo de los acuerdos comerciales ha resultado ser la Alianza del Pacífico que agrupa solo a cuatro países (Chile, Colombia, México y Perú). El cuadro general y las cifras duras de las exportaciones o comercio intrarregional en América Latina muestran que, en sus mejores momentos a inicios de la década pasada, ha bordeado el 20% y que se ha desplomado en los últimos años alcanzando solo al 13% en 2020, de acuerdo con cifras de la CEPAL de julio de 2021. Ello significa que menos de un quinto de las exportaciones van a otro país de la región, lo que implica que estamos frente a un creciente proceso de desintegración económica que se suma a la ausencia de diálogo político.
Un tema más complejo es definir de una vez si es posible una integración real de América Latina. Todos dirán que sí, que es prácticamente una tontera plantear la pregunta, pero los más de 200 años de vida independiente de las repúblicas demuestran lo contrario. Dramático es el caso de MERCOSUR sobre el cual existieron tantas esperanzas. La única instancia que ha permanecido en el tiempo es la OEA, impulsada por Estados Unidos para proteger sus intereses en el comienzo de la Guerra Fría, en 1948, que tiene su sede en Washington y donde participaron en sus inicios todos los estados del continente americano. En 1962 fue expulsada Cuba por el carácter socialista de la revolución, pero en el año 2009, es decir 47 años después, fue invitada a reincorporarse lo que a su vez fue rechazado por el gobierno cubano. Hoy está en curso el retiro de la organización por parte del gobierno venezolano y lo mismo ha anunciado el régimen nicaragüense.
Los países más influyentes en América Latina son México y Brasil, ambos con ambiciones de liderazgo regional e incansables a la hora de buscar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Se destacan en el subcontinente por superficie territorio, población y recursos naturales, entre otros elementos del llamado poder nacional. Argentina, país que a los factores anteriores puede sumar la riqueza de su capital humano, tiene el problema estructural de la gobernanza, como lo ha demostrado desde la segunda mitad del siglo XX. La aspiración a un asiento en el Consejo de Seguridad no es exclusiva de brasileños y mexicanos si no también de potencias medianas como Alemania, Japón, la India, Sudáfrica e Italia. En América del Norte se ubican los Estados Unidos Mexicanos con una superficie de 1.964.375 kms2 y una población de cerca de 130 millones de habitantes, que disponen de un ingreso de 18.793 mil dólares per cápita, de acuerdo con cifras del Banco Mundial para 2020. Limita al norte con los Estados Unidos de América, donde comparten una frontera de algo más de 3.000 kilómetros de largo y al sur con Guatemala y Belice. Accede al Océano Pacífico por el oeste y al golfo de México y mar Caribe por el este. Por su parte, en América del Sur, la República Federativa de Brasil ocupa una superficie de 8.515.770 kms2, con una población de 215 millones de habitantes y un ingreso per cápita corregido de 14.829 dólares en 2020. Brasil es un gigante mundial en términos de superficie y población. Limita en América del Sur con nueve de los 12 estados que conforman el subcontinente con excepción de Ecuador y Chile. Con más de siete mil kilómetros de costa sobre el océano Atlántico no tiene acceso al Pacífico. Mientras México ha mantenido un régimen democrático, a su manera, y ha aplicado una política exterior con bastante autonomía de su vecino del norte, Brasil vivió bajo dictaduras militares desarrollistas entre 1964 y 1985. Fueron años de terror, desapariciones, torturas, muerte y exilio en un país que se alineó con Estados Unidos a partir del término de la Segunda Guerra Mundial buscando ser una potencia media regional.
Brasil y México se han disputado el liderazgo de la región latinoamericana, lo que se hizo más evidente en la primera década del presente siglo. Brasil expandió su presencia en el exterior teniendo hoy 139 embajadas y 12 misiones ante organismos internacionales. Por su parte México posee 80 embajadas residentes y 7 misiones ante los organismos multilaterales. Ambos países han buscado liderar procesos de integración y Brasil tomó una clara ventaja al impulsar y formalizarse la creación de UNASUR en 2008, que reunió a todos los países de América del Sur.
El pasado 6 de enero el ministro de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, viajó hasta Santiago para entrevistarse con el presidente electo Gabriel Boric, sin reunirse con autoridad alguna del actual gobierno, lo que no deja de ser inusual en el lenguaje diplomático. La visita del canciller es un claro signo para fortalecer las históricas relaciones entre ambos países y también un mensaje para la izquierda sudamericana que se prepara para un eventual ciclo ascendente de gobiernos progresistas. Junto con transmitir una invitación del mandatario azteca, Manuel López Obrador, para visitar su país, el ministro señaló: “Entre más cerca estemos los países más grandes de América Latina, mejor nos irá”. Ebrard posiblemente disputará la presidencia de México en 2024.
El nuevo gobierno de Chile deberá evaluar muy bien el cuadro regional y mundial para definir sus prioridades en política exterior. Es clara la disputa existente entre Estados Unidos y China por la hegemonía global que se ha extendido a América Latina y que seguramente aumentará en el futuro. Chile no puede desconocer su historia diplomática y tradición en política exterior por lo que puede contribuir a un proceso de integración real recogiendo lo avanzado y privilegiando el espacio geopolítico sudamericano. Las próximas elecciones en Brasil que se celebrarán el próximo 02 de octubre y que hoy otorgan una alta probabilidad al expresidente Lula de volver a gobernar, pueden dar un reimpulso al proceso de integración. Si bien se puede decir fácilmente que los problemas de América Latina son iguales a todos los países de la región, la verdad es que hay diferencias sustanciales entre las realidades geopolíticas que enfrenta México, con su poderoso vecino del norte, junto a los países centro americanos y caribeños, con lo que sucede en América del Sur. Afianzar primero un espacio de convergencia política sudamericana con todos sus países puede ser la mejor señal para avanzar en el proceso de integración y dar un nuevo impulso a CELAC.
El presidente electo, Gabriel Boric, deberá servir de inspiración a toda una nueva generación de políticos jóvenes latinoamericanos que tienen sus ojos y corazones puestos en el éxito de las reformas que ha prometido en busca de un país más justo e inclusivo. La política exterior del nuevo gobierno chileno debe estar a la altura e ir más allá de la firma de acuerdos comerciales impulsando, de menos a más, la consolidación de un espacio sudamericano estable de integración política, económica, comercial y cultural realista, que deje atrás la mirada del siglo XX que nos ha dividido, y que avance de acorde a los nuevos desafíos. Será la mejor forma de avanzar hacia la unidad de América Latina.