¿Queda Nación?

por Mario Valdivia

En el papel es evidente que hay un estado nacional que reparte autónomamente pasaportes, crea ciudadanas y nombra autoridades, unas fronteras razonablemente precisadas en los mapas mundiales aceptados, una bandera, un himno, un registro en la ONU, ¿qué más?

Bueno, habría que preguntarse por el poder del estado para ejercer su autonomía. Un poder cada vez menor, enano, relativo a flujos globales gigantescos de capitales, intercambio comercial, movimientos migratorios, comunicación y tecnología, tanto en formatos legales como ilegales. No hay cómo controlarlos, salvo aislándose a costa de empobrecer, sobran ejemplos. Tan manifiesto es el contraste entre la impotencia del estado y la autoridad aparente de sus cargos, que es casi imposible evitar el cinismo, la frivolidad y la corrupción que imperan around the world.    

¿Navegarlos en vez de controlarlos? Bonita palabra, navegar, pero el comercio, las inversiones, las migraciones, la información y la tecnología son verdaderos tsunamis, y navegar tsunamis, que se sepa, no es una habilidad conocida. No queda otra que dejarse arrastrar para flotar, no ponerles la proa, y aceptar que nuestra vieja conocida, la “estrategia nacional de desarrollo”, la plasman esas realidades globales, en particular las grandes inversiones. Así, sin pasar privaciones, la nación puede flotar arrastrada, pero convertida en un territorio, unos recursos, un clima, una radiación solar, valioso para las demandas del comercio mundial, los capitales globales, la tecnología. Gente bien educada, ¿para qué?, no es tan necesaria en la nación – territorio, ni producirla atrae a inversionistas globales, algo obviamente racional si se compara con el valor de los depósitos minerales, la trasparencia de la atmósfera y la disponibilidad de corrientes eólicas.  

Ahora, en un gesto de autónoma rebeldía de no dejarse arrastrar del todo, a menudo la nación invierte significativamente en educación y hace crecer la cantidad de personas con educación superior. Sin embargo, en ausencia de una demanda interna de la nación – territorio, los jóvenes educados se las empluman a lugares donde su educación es más aprovechada, los mejores, las más audaces, los menos miedosos, las más móviles, dejando el territorio poblado de gente necesitada de fijarse a él, la más tímida, la educada con estándares más locales, la menos móvil. 

Dadas las facilidades comunicativas globales, se me ocurre que la nación, más que un territorio, debería ser hoy día un lugar para vivir. Trabajar, en forma digital, se hace desde cualquier lado, y desplazarse, ir y venir, es cada vez más fácil. El lugar donde se trabaja crecientemente da lo mismo para múltiples actividades. Pero el lugar de nuestras actividades cotidianas más holísticas, menos especializadas, sistémicas, laborales o funcionales, más terrestres, queremos que sea un espacio de bienes públicos valiosos, comunicación global de calidad, seguridad, buenos servicios generales de salud y educación, medioambiente limpio y sano, relaciones respetuosas y tolerantes, facilidades urbanas atractivas, donde se instale a convivir por elección gente móvil globalizada. La nación convertida en el lugar de un nosotros que comparte la interpretación de que ahí se vive bien, dispuesto a producir y cuidar bienes comunes como trasfondo de nuestras actividades cotidianas. Trasfondo que no es producido, así como así, por una economía liberal, tampoco por un estado leguleyo y burocrático. En esto puede consistir navegar en serio en el mundo actual, flotar sin escrúpulos en los torbellinos globales al mismo tiempo que se empodera al estado – territorio como un lugar para vivir de gente internacionalmente móvil. Una nación estructurada no solo por las ventajas comparativas de sus recursos, sino por el valor comparado de cómo se convive en ella.    

¿Queda ya nación más allá de un territorio con gente que se siente obligada a fijarse a él? Todavía sí. Posiblemente. Pero el declive que llevamos hace décadas es en una dirección que la lleva a su fin. La verdad es que hay que ser bien chorita para proponerse ser una nación en el mundo gigantesco globalizado actual. En apariencia no tanto como hace doscientos años, ¡grande la choreza de nuestros próceres a caballo, armados con cañones de robles ahuecados!, pero se me ocurre que, bien mirada, hoy día muchísimo mayor.     

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