De baja credibilidad y denostada en forma habitual por los públicos que otrora la consideraban el medio más “entretenido, informativo y familiar” -un arcaísmo o concepto en desuso por representar otra época, la era predigital de fines del siglo XX, en que los hogares tenían estos aparatos como puntos de encuentro de padres, hijos y abuelos; fuera en el comedor, el living o un dormitorio-, la televisión sigue siendo el marco o tablero general donde calzan y se ordenan las múltiples piezas de ese puzzle llamado “redes sociales”, para construir nuestras percepciones colectivas sobre lo que está pasando e instalar o crucificar a los actores políticos y los gobiernos.
¿Un cóctel perfecto?
El inicio de 2024 muestra en su horizonte una imagen fantasmagórica y ruda. Para soportarla quizá se requiera un destilado en la mano y buena compañía, escuchando clásicos bossa novas de Jobim y Gilberto, viendo caer la tarde en la terraza.
Asistimos a un panorama de gobiernos sudamericanos que salvo excepciones como Venezuela -que desde Chávez se ha apartado de las plenas garantías de un régimen democrático, o la hegemonía de la Asociación Nacional Republicana en Paraguay-, transitan en estos últimos años la práctica de la alternancia en el poder, donde las oposiciones son elegidas/asumen ante el derrumbe de las administraciones de turno y sus coaliciones de apoyo.
El triunfo de Javier Milei en Argentina –exdiputado Libertario que antes de volcarse a la política se hiciera conocido como excéntrico polemista televisivo– solo es la continuidad de un fenómeno vivido en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador (hoy asediada por narcos en rebeldía), Perú y Uruguay… Escena a la que se debe sumar Estados Unidos -si miramos norteamérica-, que ha fluido de Obama a Trump, de Trump a Biden, y ahora quizá de nuevo de Biden a Trump.
Esto da cuenta de una reconfiguración de las expectativas democráticas y tiempos de espera de los electores para ver si los gobiernos cumplen con lo prometido. Las confianzas son cortoplacistas y las adhesiones se vuelven volátiles y utilitaristas. Democracias altamente sensibles a la mediatización de los debates y de las frustraciones sociales. Administraciones condicionadas por las imágenes y las agendas duras/blandas de una televisión generalista o de libre recepción que siempre apela emotivamente a un remanente del nosotros (que subsiste a pesar de la hiperconexión digital y las múltiples redes sociales que nos atrapan y bombardean entre memes, fake news e influencers).
Ergo, la subjetividad del tiempo, la confianza expresada en el voto, las expectativas depositadas en las nuevas gestiones, son todas inscritas en horizontes breves que requieren máxima claridad y calidad en la construcción de las agendas gubernamentales (véase mi columna “El Talón de Aquiles de la agenda Boric” alertando a la actual administración antes de asumir el poder respecto de lo clave que debía ser el diseño de la secuencia de sus temas clave a impulsar y qué hacer con las “no agendas” o las agendas de la oposición y los medios en general). Es aquí donde la opinión pública y el electorado se convierten en rostros del cambio permanente. Sustitución sin gran apego ideológico o de tradicionales lealtades partidarias.
¿Y qué pasa en con la pantalla abierta?
Regresando a la TV generalista, este inicio de año deja atrás ciclos electorales y franjas de propaganda reiteradas desde el año 2020 en adelante (plebiscitos constitucionales de entrada y salida, más elecciones primarias y comicios de alcaldes, concejales, gobernadores, consejeros regionales, diputados, senadores y Presidente).
Una pantalla que refleja el cambio de agenda de los canales, matizando la realidad dura -principalmente delictual- con agendas de entretención y ocio. No en vano los matinales se han apartado de los debates y polémicas políticas para dar paso a temas más relajados. Homologación que también ha dado relieve -con distintos niveles de sintonía y éxito- al regreso de realitys, concursos y programas de conversación con personajes otrora vinculados con la farándula de las décadas anteriores.
Una televisión que asiste sostenidamente a fugas de audiencia y pérdidas y/o bajas utilidades, dependiendo de los canales. El 2023 en audiencias lo lideró Mega en rating general y comercial (7,4 y 2,9 ptos. respectivamente), seguido de CHV (6,8 y 2,49), Canal 13 (5,3 y 1,9) y TVN (3,8 y 1,2).
En términos de balances de gestión financiera, en utilidades siempre se conocen las cifras con tres meses de retraso, por lo que entre enero y septiembre 2023 el ranking lo lidera CHV con $ 4.896 millones (versus $ 20.581 millones en el total 2022), seguido de Mega con $4.399 millones (vs $13.295 milones el 2022); mientras que los restantes canales reportaron balances negativos. Canal 13 obtuvo pérdidas por $-4.163 millones (frente a $-3.097 millones el 2022) y TVN por $-4.732 (versus utilidades por $3.018 millones el 2022).
La escasez de recursos es solo una arista del medio televisivo, donde el 2024 deja más interrogantes que certezas, que iremos abordando en sucesivas columnas, como por ejemplo:
- ¿Cuáles serán los efectos del cambio en la Presidencia del Directorio de TVN, donde acaba de asumir Francisco Vidal, quien ya ocupó el cargo a mediados de los dos mil?
- ¿Volverá a ser un lastre financiero para Canal 13 y TVN el Festval de Viña del Mar?
- ¿Conseguirá Canal 13 ajustar sus costos a sus expectativas de ingreso?
- ¿Podrá Megamedia soportar el ritmo de gastos que demanda mantenerse en el liderazgo general?
- ¿Qué político o empresario chileno con aspiraciones de poder postulará por adjudicarse la compra Chilevisión, puesta en venta igual que Telefé en Argentina, tras la Fusión de Warner Media con Paramount?
¡Feliz Año Nuevo!