“Reptilia”: el desafío de vivir en un mundo de bestias

por Tomás Vio Alliende

La novela del antofagastino Carlos Rendón penetra en una isla olvidada del sur de Chile donde extraños sucesos comienzan a cambiar la vida de sus habitantes. 

Cuando empecé a leer “Reptilia”, lo primero que se me vino a la cabeza fue la isla Quemada Grande, ubicada a treinta y cinco kilómetros de Sao Paulo, Brasil. En ella habitan en su gran mayoría serpientes. Visitarla o vivir en ella está prohibido porque en la isla hay un promedio de 55 culebras venenosas de cabeza dorada por hectárea, según catastros realizados por científicos. Es la isla de la muerte para los humanos, claramente porque esos reptiles están dentro de los diez más letales del mundo. Digo esto en referencia a este nuevo libro de Carlos Rendón Bejarano (1994), un texto que comienza con la quema de lagartos porque estos son una plaga en San Millalobo, localidad perdida en la Patagonia, en una isla inaccesible, donde sus habitantes viven aislados y lentamente empiezan a ser devastados por reptiles gigantes y poderosos. 

La novela de Rendón se inscribe dentro del terror desde la perspectiva de tres adolescentes: Gabino, Ana y Ten, quienes comienzan a ver que la isla donde viven se transforma con la llegada de seres reptilianos que se toman la localidad. Tortugas gigantes, serpientes sobredimensionadas y lagartos con características humanas arrasan con el pueblo y provocan que sus habitantes se vayan también convirtiendo en seres escamosos y de sangre fría. 

Existe un diario escrito por el hermano de Ana, un hombre conflictivo que supuestamente ha abandonado la isla. Pero nada es realmente claro y sus textos son un enigma para muchos, posiblemente el legado que puede salvar la isla.

Al igual que la serie de televisión “V Invasión Extraterrestre”, con marcianos reptilianos que pude ver a ratos y a escondidas, en los años 80 (la daban en la noche, en una época en que yo era muy chico y el autor de este libro, obviamente, no estaba ni en proyecto para llegar al mundo), los lagartos eran los antagonistas. Recuerdo que en esa serie lo impresionante era observar cómo los rostros humanos de los extraterrestres se convertían en seres verdes, malévolos con ojos fijos, penetrantes. Realmente daba miedo. Especialmente cuando una de las marcianas, en su fase humana, se come una rata entera de la cabeza a la cola. Era el comentario obligado al día siguiente en el colegio cuando en Santiago existían sólo cuatro canales de televisión abierta y el cable era sólo un sueño.

En “Reptilia” los lagartos son devastadores, pero carecen de una inteligencia superlativa como la expresada en la serie de los años 80. Los problemas en San Millalobo vienen por el poder, la desconexión entre sus habitantes, la aparición de una iglesia evolucionista que sacrifica a los lagartos para beber su sangre y trata de controlarlo todo.

Este libro también me trasladó al “Jardín de las Delicias” de El Bosco, el cuadro del pintor de los Países Bajos, creado entre 1500 y 1505. Se trata de una obra maestra que actualmente se encuentra en el Museo El Prado, en Madrid, y que consiste en un colorido tríptico dividido en Génesis, Paraíso e Infierno.  La obra, plena de personajes satíricos muy bien delineados y retratados, muestra en la Génesis como los reptiles van saliendo del agua y metamorfoseándose hasta convertirse en humanos. Me pareció una revelación mucho más potente que la teoría de las especies de Charles Darwin, el estudioso de la evolución del hombre, esbozada varios cientos de años después.

¿Y si El Bosco fuera el verdadero revelador del origen de la humanidad? ¿Y si todos nos hubiéramos quedado pegados en esa época reptiliana? ¿Qué habría pasado con todos nosotros? Quizás seríamos más felices, más fríos, menos emocionales, más calculadores.

Rendón abre con su libro una disyuntiva y se atreve a experimentar en esta obra con sus miedos plasmados en el sur de Chile, con una visión romántica de lo que es la Patagonia, donde aflora la desolación, el paisaje frío y oscuro, el aislamiento que demuestra que la soledad tiene su lado dulce y también amargo. La esperanza de la salvación la manifiesta el autor en los jóvenes, los tres adolescentes que se unen para luchar cuerpo a cuerpo contra los lagartos invasores. Son ellos, posiblemente, el futuro para un pueblo que poco a poco se va sumergiendo en el más profundo terror y desesperanza.

Volviendo a la isla Quemada Grande, a la realidad de las serpientes, sería imposible vivir en un lugar tan letal y sorprendente. Incluso se ha pensado que fueron piratas los que dejaron peligrosas víboras abandonadas en el lugar con el objetivo de custodiar sus tesoros. Lo cierto es que otros estudios confirman que el lugar de un kilómetro y medio de largo y 43 hectáreas, protegido por la armada brasileña que hace funcionar un pequeño faro que se encuentra en su interior, estuvo siempre poblado por reptiles hasta que subió el mar, dejando el espacio como una ínsula.

Quizás estamos ante un nuevo Génesis extraído del cuadro de El Bosco, donde los reptiles también han permanecido escondidos o mutados en humanos. Veo pulular escamas y líquidos viscosos por el texto de Rendón. También veo reptiles día a día en la calle, en las oficinas, en los bares, en la televisión. En todos lados. Están siempre al acecho, poniendo el ojo en todo, incubando huevos, eclosionando y esperando su oportunidad para salir a la superficie y extender sus lenguas filudas y morbosas. Así estamos y seguimos. De esta manera “Reptilia” cobra vigencia en sus páginas, buscando una revolución, una esperanza y también una respuesta a lo que está pasando.

*Este texto fue leído el 11 de noviembre en el Centro Cultural Estación Mapocho, en el marco del lanzamiento de “Reptilia” en la FILSA 2023.

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