Residencias de la Memoria: Stolpersteine en Chile.

En este trabajo se analiza la experiencia chilena de la iniciativa de los Stolpersteine (“Piedra de tope”) realizado como un proyecto piloto de la ciudad de Limache, Valparaíso. Particularmente lo que interesa preguntarnos es sobre la necesidad, así como la viabilidad, de ampliar el sentido de los lugares de memoria. En esta reflexión se valida la importancia de rescatar y preservar, más allá de los sitios donde fueron ejecutados o de su desaparición forzada, aquellos sitios de su vida, esto es, los lugares donde tenían sus relaciones de convivencia social quienes fueron víctimas del terrorismo de Estado.

En Julio del 2016 asumo como Director Ejecutivo del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. La primera visita programada que recibo es la de Tomás Hirsch, quien sería electo posteriormente como Diputado del Congreso Nacional. Tomás tiene una motivación especial para realizar este encuentro. Estima que es muy necesario que el MMDH conozca una experiencia que le correspondió vivir personalmente en Alemania, porque piensa que algo similar podría hacerse en Chile. Y entonces comienza su relato. Me cuenta que había sido invitado a un   pueblo en el norte de Alemania, donde nació su padre y vivió su familia paterna en los años ’30 del siglo pasado. Ellos eran judíos alemanes y sufrieron como tantos otros la persecución del nazismo y debieron abandonar su casa y país para buscar refugio. Casi un siglo después, Tomás, descendiente directo de esta familia recibe una invitación muy especial. Se le pide que viaje a Burgsteinfurt porque se pondrá una placa conmemorativa en la calzada frente a la casa donde residían en aquella época sus ascendientes familiares. Decide viajar: en su equipaje va con él un antiguo recuerdo de la historia que supo desde niño. No sabe bien de qué se trata, pero sí intuye que no puede estar ausente. Al llegar a su destino recibe más antecedentes sobre la ceremonia a la que ha sido convocado.

El artista Alemán Gunter Demnig había tenido   la idea de que se instalaran frente a las casas, donde residían las familias que fueron perseguidas y expulsadas de sus domicilios por el régimen nacional socialista, unas placas que llamó Stolpersteine. En uno de esos lugares  él debía estar presente. Me relata que esta experiencia lo conmovió profundamente. De manera particular le llamó la atención que quienes vivían en la actualidad en la misma propiedad donde habían tenido su hogar, tanto su padre como su familia de entonces,  participaban de manera activa en este ritual recordatorio, dando todas las facilidades para que se pudiese realizar sin contratiempos. Tomás me pregunta: “¿Tú crees que se podría hacer algo parecido en Chile?”.  

La pregunta se quedó rondando  en nuestro quehacer museológico de la memoria. Con perseverancia, una y otra vez volvía. Hasta que decidimos intentar responderla. Surge la propuesta de que sea en la ciudad de Limache. En esa comuna, tal como en otras localidades agroindustriales de la región de Valparaíso, existieron numerosos casos de violaciones a los derechos humanos que tuvieron lugar inmediatamente después del Golpe de Estado de 1973 en Chile. La persecución fue dirigida contra el movimiento obrero y campesino de la zona. Como ocurrió en todo el país, un número significativo de personas sufrió una dramática vulneración de sus derechos más fundamentales y sí, también hubo ejecutados y detenidos desparecidos[1]. Esta localidad, además,  nos entregaba la posibilidad de apoyarnos en la red de organizaciones de derechos humanos que existe en la actualidad, como en el Programa de Reparación y Atención Integral de Salud (PRAIS) y otras entidades, situación que desde un principio consideramos fundamental.

La iniciativa se llamaría Residencias de la Memoria

El equipo encargado del Museo trabaja una propuesta. La idea principal era hacerse cargo de una dimensión de la memoria distinta. El énfasis a lo largo del país se había puesto en la instalación de memoriales y en el sostenimiento de sitios de memoria, como espacios que recordaran los lugares donde hubo centros de prisión, tortura y muerte de los considerados por la dictadura como “enemigos internos”. Ahora el acento debía colocarse en aquellos puntos donde vivían las personas que fueron afectadas irreparablemente en su derecho a la vida e integridad personal. Es decir, los sitios a recordar ya no serían sólo los centros de detención y tortura. Lo que se buscaba era relevar aquellos lugares donde anteriormente las personas, después detenidas desaparecidas o ejecutadas,  realizaban su vida cotidiana: las calles donde estaban sus casas;  el barrio donde se reunían con sus vecinos o iban de compras o se juntaban con sus amistades, en la plaza, en la iglesia o en el restaurante de la esquina. El énfasis debía ponerse en conmemorar sus lugares de vida, y así evocar su memoria como mujeres u hombres que tenían proyectos, sueños y lazos de fraternidad. Para lo anterior, el nombre de “Residencias de la Memoria” era el más adecuado, también porque permitía encontrarse con una dimensión esencial de la cultura chilena: la poesía, en complicidad con el título que Pablo Neruda Premio Nobel de Literatura le dio a una de sus obras más conocidas: Residencias en la Tierra.

Esta idea programática tuvo el apoyo oficial del WUS, Alemania,  y el gobierno de Hessen , para  realizar una iniciativa piloto en la ciudad de Limache,   que fuera similar a la que con el nombre de Stolpersteine venía haciéndose en aquel país europeo desde ya hace 25 años. Con este antecedente se pudo avanzar en una concepción más elaborada del desarrollo de esta significativa intervención social. Se pensó que era necesario contar con la colaboración de dos responsables directos, que fueran de la localidad,  para que asumieran roles distintos en la realización de este proyecto. Se designó como Investigadora de Residencias de la  Memoria a la  asistente social Verónica González, y al abogado  Waldo García , un destacado abogado y  pastor presbiteriano,  como Embajador del Museo de la Memoria. Ambos tenían una significativa trayectoria de trabajo con organizaciones sociales en las temáticas de derechos humanos, y contaban con un importante reconocimiento de sus pares: esa legitimidad comunitaria y experticia profesional les permitiría asumir de manera adecuada la ejecución del proyecto.

La labor de la investigadora debía ser la siguiente. En primera instancia recabar los antecedentes que sobre personas detenidas desaparecidas y/o ejecutadas de la comuna de Limache había consignado el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1990 – 1991). De esta manera la investigadora pudo determinar que quienes tenían la condición de detenidas desaparecidas y/o ejecutadas en Limache después del Golpe de Estado de 1973 eran las siguientes: Jorge Eduardo Villarroel Vilches, 39 años; Carlos Antonio Vargas Arancibia, 34 años; Arturo Julio Loo Prado, 27 años; Oscar Armando Farías Urzua, 33 años, y Jaime Aldoney Vargas, 30 años. Con este antecedente la investigadora buscó en los registros municipales y en la información de organizaciones de derechos humanos cuáles eran los domicilios que cada uno de estos cinco vecinos  ya mencionados tenían al momento de producirse el quiebre de la legalidad democrática. Para cada caso se levantó una ficha biográfica que le fue entregada al embajador de la Memoria  para este proyecto.

Ya con esta información se pudo diseñar un programa de visitas a los domicilios donde residían las personas ya identificadas, antes de su arresto por la policía o militares en los días siguientes al Golpe. La primera constatación es que en dichos lugares ya no vivían familiares directos de los casos encontrados. El embajador debió explicar a los actuales residentes de esos domicilios que previamente al 11 de septiembre de 1973 moraba ahí otra familia y que uno de sus integrantes había sido arrestado por motivos políticos. Les contaba de la experiencia de los stolpersteine y los invitaba a dar su apoyo a una iniciativa semejante en Limache. Por cierto, el desafío mayor era que los actuales residentes aceptasen que se colocara en la calzada correspondiente a su casa una placa a ras de piso en recuerdo de la persona desaparecida y/o ejecutada por las fuerzas de seguridad de la dictadura chilena. Desde luego, esto no era fácil, porque existía la legítima prevención de los actuales moradores de si querían o no unir simbólicamente su domicilio con el lugar donde décadas atrás vivió una familia que fue afectada por la persecución política en los años de plomo de la dictadura.

El trabajo de la investigadora y del embajador con las organizaciones de la sociedad civil y de derechos humanos de la localidad se realizó con organizaciones que ya existían previamente, al iniciarse el proyecto. Entre las entidades con las que se afiató un vínculo estuvo el PRAIS (Programa de Reparación y Atención de Salud para Personas Afectadas por Violaciones de los Derechos Humanos) además de otras organizaciones relevantes, como el Grupo Exonerado, quienes en sus entrevistas proporcionaron información de antecedentes de  familiares residentes en Limache, así como de  compañeros de trabajo de esa época que los conocían. También se organizó una visita por parte de las agrupaciones de derechos humanos, y de familiares de víctimas de Limache, al Museo de la Memoria, en las que participaron más de 30 personas. Esta instancia fue fundamental para construir lazos de confianza entre el equipo del Museo y su institucionalidad.

Es interesante considerar aquí como una reflexión inmediata un tema de sicología colectiva que alude ya sea a la culpa social o a la solidaridad comunitaria de quienes son enfrentados al dilema de asumir en su entorno cotidiano un tema de esta naturaleza. ¿Pasa lo mismo en Alemania qué en Chile? ¿Cuál es la respuesta valórica de cada una de estas naciones en el presente sobre hechos tan graves ocurridos? ¿Cuáles son los códigos éticos que se ponen en juego cada vez que se toma la decisión de aceptar o no un stolpersteine?

En forma paralela, tanto la investigadora como el embajador debían socializar esta iniciativa en un marco más amplio. En primer lugar, hacer un recorrido sistemático de aquellos lugares más significativos del barrio de cada una de las residencias: esto es, la plaza, centros educativos, restaurantes, club deportivo, iglesias, antiguas sedes políticas, la panadería, la verdulería, el cine local, la peluquería, etc. En cada uno de estos puntos debían buscar a antiguos vecinos que pudiesen recordar quién era la persona cuya memoria ahora se evocaba, de modo de poder reconstruir de la mejor forma la cotidianidad de su vida en el barrio. Lo mismo, aunque de una manera más focalizada debía hacerse en otros espacios de socialización política o social o sindical de cada una de las personas de las que ahora el proyecto quería hacerse cargo para rememorar cuales eran sus residencias vitales. Y así, paso a paso, los nombres de las víctimas volvían a unirse a las circunstancias de su vida cotidiana 44 años antes. Lentamente se fue configurando el puzle de un paisaje humano donde cada pieza era parte de un todo. En ese cuadro, la información dispersa se hizo coherente. Ya era posible recuperar el tiempo perdido, y reencontrarse con la memoria. Personas, con sus nombres y apellidos, sus incipientes biografías, sus lazos familiares y fraternales, de algún modo volvían a estar presentes en el barrio, y sus vecinos de entonces podrían reencontrarse simbólicamente con ellos cada vez que cruzaran la vereda y el stolpersteine.

El día que las piedras hablaron

La memoria debería convertirse en piedra para perdurar en el tiempo, y en aire,  para inspirar el presente. El paso siguiente era resolver la materialidad de las placas que se instalarían frente a cada domicilio de la ausencia. Se eligió junto con la colaboración de las organizaciones de Limache un tipo de loza proveniente de una tradicional cantera de la zona central de Chile: la “piedra rosada”, y en cada una de las cinco placas que se requerían se realizó la inscripción correspondiente a los nombres de quienes debía hacerse este postrer reconocimiento. La piedra se talló para que tuviese una forma circular con un diámetro de 30 y un espesor de 10 centímetros. En la cara de la superficie, que quedaría al nivel de la calzada, se graba lo siguiente: “Aquí residía (nombre de la persona); Detenido Desaparecido/Ejecutado Político; a los (edad) años y el (fecha de Detención/Ejecución)”. A continuación, en una tipografía de menor tamaño vienen las menciones siguientes: “Residencias de la Memoria; Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, World University Service of Germany y el Estado de Hessen, Alemania”.  Estas se enviaron a producir con un proveedor especializado en grabado en laser y posteriormente se  transportaron directamente a Limache.  Las piedras estaban listas. Pero faltaba conseguir la autorización municipal y, lo más importante, el permiso formal de aceptación de los actuales residentes de aquellos domicilios en cuyas veredas se instalarían estos recordatorios. Se decidió que lo primero era conversar con las y los vecinos y luego recabar la autorización municipal. De modo que el embajador del proyecto visitó los domicilio ya identificados, para conversar con sus actuales residentes. Cada diálogo resultó único y especial. De una manera extraordinaria se logra que, en los cinco lugares, sus actuales residentes –quienes  no tenían una relación directa o familiar con quienes evocaban las placas- aceptaran colocar las piedras. Por cierto, el nivel de compromiso con la iniciativa en cada caso fue distinto. Pero aunque la motivación era diversa, se contó finalmente con las aprobaciones necesarias para solicitar el visto bueno de la Municipalidad. El Alcalde, si bien tenía una preferencia política contraria a la militancia de izquierda de quienes fueron víctimas de la dictadura en Limache, prestó su colaboración a esta propuesta haciendo valer que los nombres hasta ahora ausentes habían sido vecinos de la ciudad y que por ello era válido fijar estos recordatorios. Ya se podían instalar los stolpersteine, y así se procedió.

Luego se dispuso cubrir estas piedras de la memoria con una cubierta provisoria, para que fueran develadas el día elegido para la ceremonia oficial. El 19 de noviembre del 2018 se recorrió por primera vez esta nueva ruta de la memoria. Primero en vehículo y luego a pie, una caravana solidaria de familiares, conocidos, compañeros políticos, vecinos, autoridades, integrantes del Museo y otras personas de la comunidad residencial de Limache. Todos, motivados con la iniciativa, se hicieron presentes sucesivamente en los lugares donde aguardaban las placas recordatorias, para ser descubiertas y leídas en una ceremonia sencilla pero conmovedora.

En cada uno de estos cinco hitos de la memoria se hicieron recuerdos y se abrieron diálogos. Lo que sucedió en cada punto de reflexión colectiva fue distinto. En una de las paradas solo estuvieron presentes las y los integrantes de esta comitiva, pero no los actuales habitantes de ese domicilio. Pero en otra, todo lo que aconteció fue extraordinario. Por lo pronto los dueños de una de las residencias, que no tenían ningún vínculo con la victima que se recordaba, se sintieron completamente involucrados con su homenaje póstumo. Tanto así, que abrieron las puertas de su casa y sacaron las sillas del comedor para que pudiesen sentarse en la vereda los familiares de a quien se le rendía tributo. Además, vasos de agua para el calor. Era un encuentro de longitudes temporales distintas en un mismo espacio de afecto solidario.

Entonces, en ese instante, tomó palabra la viuda de la víctima, y contó, que cuando ella fue a preguntar por su marido, inmediatamente después del Golpe Militar, en la comisaria de la policía local le dijeron que no lo buscase más porque la información que tenían era que él se había ido fuera del país con otra mujer. Lo triste, dijo ella, es que creyó que era cierto lo que la autoridad policial decía. Y quedó desolada. No entendía  el por qué ni el cómo. Y por varios años estuvo convencida de que esa mentira era verdadera. Tanto, que su propia vida personal y la de sus hijos se vieron hondamente afectadas por este cruel engaño. Pasó un tiempo largo hasta  que a través de las comisiones de derechos humanos supo la verdad real. Su marido era un detenido desaparecido, esto es, una víctima de la dictadura. Esta triste historia fue relatada por la señora ahí presente, con entereza y dignidad. Pero faltaba algo más. Tomó la palabra entonces uno de los asistentes y contó que él había estado preso junto al compañero de quien se hablaba. Él era testigo de que efectivamente el esposo de la viuda presente había sido detenido y torturado, antes de que se le hiciera desaparecer. Este relato estremecedor continuó así: “Yo –dijo- cuando llegué al recinto de detención me encontré con este compañero, quien se acercó a mí, con lágrimas en los ojos, para pedirme que lo perdonara, porque a causa del salvaje tormento recibido había dado mi nombre y que por estas circunstancias fui yo detenido. Me dijo que lo perdonara, que por favor lo perdonara. Y entonces, yo le dije: “No tengo nada que perdonarte tú y yo somos víctimas”. 

Desafíos de la Memoria: de la ausencia a la residencia

La experiencia de Limache nos confirma que un proyecto de stolpersteine puede ser extendido a las diferentes regiones del país, respetando la metodología que se siguió para el plan piloto. Ello supone dar a conocer lo que fue esta iniciativa pionera, señalando como antecedente las propuestas desarrolladas en otros países, partiendo por Alemania, y el rol jugado por Gunter Demnig. La cooperación internacional nos parece indispensable: no solo por el aporte en recursos para las comunas más postergadas, sino también por su calidad de referente a nivel mundial, con todo lo que ello tiene de dinamizador, de un buen ejemplo a seguir. Asimismo, es una forma de hacer conciencia respecto de la fraternidad internacional de una experiencia que, en distintas latitudes, coincide en la memoria como un espacio para reconocer tanto los dolores que deja los crímenes del terrorismo de Estado como la resiliencia de quienes, venciendo el trauma y el sufrimiento, son capaces ejercer el derecho a la memoria como un derecho ciudadano. 

Así, a través de la Memoria, podamos construir nuevas subjetividades, sobre quiénes eran las víctimas, por qué luchaban, cómo vivían, cuáles eran sus sueños, y así contribuir a dar nuevamente expresión a sus ideales y proyectos. Este es un gran desafío. Es parte de un plan de búsqueda: ir de la ausencia a la residencia en la memoria.

fotografías Museo de la Memoria


 

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1 comment

Juan Pablo García Villarroel abril 13, 2023 - 3:21 pm

Aliviar y alivianar la carga del dolor sufrido. Ayuda a ser un poco más feliz. El reconocer los errores y horrores, será siempre digno de ser humano con sentimiento para con su prójimo un abrazo por gran iniciativa de AMOR

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