Roberto Garretón Merino. Audacia y visión política.

por Jaime Esponda

Más allá de su conocida biografía, lo que hizo de Roberto Garretón una persona tan querida y admirada en el mundo de los derechos humanos radica en su personalidad única.

Relata Rosemarie Bornand que, al incorporarse al grupo inicial de abogados de Comité Pro – Paz, en 1974, Roberto dio como razón de su presencia el impacto que le había causado saber que flotaban cadáveres en el río Mapocho. Hace un año, al recibir el Premio Nacional de Derechos Humanos, reiteró que “ese evento tuvo tal impacto en mi vida personal y profesional que me hizo mirar el Derecho con una perspectiva diferente, asumiendo como propia la visión de un filósofo español: el derecho sirve para la vida, o no sirve para nada”.

Desde entonces, asumiría la defensa de perseguidos políticos ante los tribunales militares en tiempo de Guerra y luego alegatos de recursos de amparo por ellos. Junto a Marcos Duffau, ha sido el abogado que más habeas corpus alegó en la historia de Chile.

Si algo caracterizó en la Vicaría de la Solidaridad a Roberto fue realizar trabajo de equipo sin mengua de su personalidad desbordante. No olvidamos cuando volvía de la Corte y compartía con nosotros sus alegatos, con la misma pasión que ante el tribunal. Pero, además, participaba de todo el trabajo del equipo jurídico, incluida la reunión de antecedentes de violaciones de derechos humanos, para la preparación de acciones judiciales y de denuncias internacionales, y el trabajo colectivo de análisis de la represión. Por ello, cuatro décadas más tarde, en palabras dirigidas especialmente a sus colegas de Plaza de Armas, manifestó que agradecía “a quienes siempre trabajaron conmigo en la defensa de los DDHH en las épocas más difíciles”,

No hay duda de que la cualidad suya que más admiración nos causaba era el coraje. En sus alegatos, arengaba con pasión, manifestando su indignación frente a las falsedades del Ejecutivo, y utilizaba duros adjetivos para calificar la conducta de las autoridades, advirtiendo a los jueces que dejar sin sanción jurídica tal mentira, como era lo ordinario, significaba abdicación de sus facultades. Igual vehemencia aplicaba al participar en los informes dirigidos a los organismos internacionales, pero, lo hacía reflexivamente, enfatizando los detalles de cada denuncia y la precisión en las normas de derecho que debían ser invocadas.

Sabía que su pasión entrañaba afrontar peligros, que una vez se concretaron en el requerimiento de la justicia militar por “ofensas a las fuerzas armadas”, una encargatoria de reo y un periodo de prisión. Lo que más le preocupaba era, sin duda, el riesgo que su acción entrañaba para su familia, a la cual se extendieron amenazas de los servicios de inteligencia. Este compromiso expresado en una adhesión vital a los derechos humanos despertaba admiración y lo constituyó en un líder carismático de todos los trabajadores de la Vicaría de la Solidaridad.

Una mañana, en medio de una manifestación en Plaza de Armas, fue aprehendido por dos carabineros. Yo fui testigo de sus desesperados esfuerzos por desatarse y de la expresión de espanto en su rostro. Más tarde, le pregunté por ese miedo a una detención.
No era a la detención- me respondió -era la expulsión del país-. El exilio era, para él, el único riesgo que le aterrorizaba, porque, como se decía en la Iglesia, era su muerte civil.

Como lo señalara su hermano Manuel Antonio en la misa fúnebre, en el fondo, la naturaleza de la acción de Roberto Garretón era política. Era evidente que la denuncia nacional e internacional y la presión ante los tribunales que él impulsaba alentaba la protesta popular y acrecentaba el aislamiento internacional de la dictadura, debilitando su poder político. Los abogados de la Vicaría sabíamos que, día tras día, nuestros habeas corpus serían rechazados por unos tribunales cautivos. Pero Roberto, con apego a los principios y visión estratégica, era quien más insistía en que debíamos persistir en ese empeño, no solo por deber profesional, sino también porque esos expedientes de la Vicaría iban conformando un testimonio histórico oficializado de las violaciones de derechos humanos.

La acción política que realizaba Garretón no requería de un mayor poder en la institución eclesial de la que formaba parte y nos confesaba que ello no le atraía. Haber ocupado mayores cargos de dirección en la Vicaría, podría significarle modificar su conducta, que consistía en darle duro a la dictadura.

Luego de la recuperación de la democracia y el cierre de la Vicaría, su figura se hizo mayormente conocida como polemista e incursionó en cargos o responsabilidades públicas. Una prueba de fuego fue, en 1999, la invitación que recibió a participar en la “Mesa de Diálogo”. Confesó que “la decisión de participar en esta Mesa ha sido sin duda la más difícil de mi vida”, pero estimó que no era incompatible conversar con los militares y mantener la exigencia de verdad y justicia. Sin embargo, al saber de la destrucción de archivos microfilmados por el Ejercito con información sobre la actuación represiva, mientras dialogaba con los militares, en vez de responder con una actitud de contrición por su supuesta ingenuidad, reaccionó con la mejor de sus armas, declarándose no sorprendido por el suceso, por cuanto  “sabemos que las Fuerzas Armadas chilenas han hecho uso absoluto de la mentira y de las trampas, para eludir las violaciones a los Derechos Humanos que ellos cometieron” lo cual “revela una cobardía de los militares chilenos”.

La tensión subjetiva que le significó participar en la “Mesa de Diálogo”, la resumió diciendo: «No me arrepiento de haber participado en la Mesa de Diálogo, pero estoy dudando de si no me arrepiento de haber confiado en las Fuerzas Armadas y haber suscrito un documento con ellas«.

En los años siguientes, su acción política se manifestó en la lucha por el procesamiento y condena a Pinochet, ya como informante ante la Cámara de los Lores, ya como participante en el debate público sobre la continuación del proceso en Chile. Luego, su denuncia se centró en el pobre avance de los casos de derechos humanos en el Poder Judicial, aunque en 2009, un año después de advertir que “a pesar de la restauración democrática las Cortes siguieron consagrando la impunidad”, pasó a sostener que los jueces “perdieron el miedo a hacer justicia”.

Tampoco escatimó críticas a la clase política, aunque esta pudo haberle reprochado una cierta autosuficiencia apartidista, cuando denunció que “solo una minoría de los actores políticos ha hecho algo por investigar los crímenes de lesa humanidad”.

La dimensión de su acción adquirió, finalmente rango internacional y, como lo señaló Álvaro Varela en la misa fúnebre, Garretón es el chileno que ha obtenido “las más grandes distinciones internacionales de DDHH”. 

No era ajena a este luchador la tensión entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad. Es característico de los defensores de derechos humanos sostener su inmutabilidad y vigencia obligatoria, así como la obligación de perseguir siempre la verdad y la justicia. En cambio, se señala como virtud del político considerar las consecuencias de sus decisiones, lo cual puede conducir a la renuncia en la aplicación de determinados principios, en aras de impedir consecuencias más perniciosas. Garretón perteneció a la primera categoría de actores, pero su defensa de los principios tuvo evidentes y eficaces consecuencias políticas, favorables a la democracia. Este talante quijotesco lo hizo también popular en sectores cristianos progresistas, en cuanto encarnó, como laico católico, una Iglesia profética.

Tal combinación de audacia y perspectiva política hizo también de Roberto Garretón un visionario. Insistiendo en la importancia que revestía interponer habeas corpus que serían inevitablemente rechazados por los tribunales, señalaba que algún día esa documentación serviría para hacer verdad, justicia y reparación, como quedó demostrado en la utilidad que prestaron esos expedientes a las Comisiones Rettig y Valech.

Pero quizá la mayor evidencia de su visión histórica fue la fundación, por Roberto, en el año 2000, del Movimiento por una Asamblea Constituyente y, luego, en 2013, el impulso que dio a la campaña Marcatuvoto. Muchos lo motejaron de “ingenuo”. Pero, en su velorio, el Presidente electo lo destacó como un precursor y añadió que para él  “es un honor haber compartido con Roberto Garretón esa instancia” y que “honrar su legado es nuestro deber como generación, lo digo como futuro Presidente y como joven”.


Por Jaime Esponda F.
Ex trabajador de la Vicaría de la Solidaridad.

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1 comment

ANTHONY VASSILIADIS diciembre 31, 2021 - 3:50 pm

CONOCI A ROBERTO EN DICIEMBRE, 1973, EL TIEMPO DE «PROPAZ» , CUANDO VINE A CHILE HACERME CARGO DEL TRANSPORTE DE LAS PRSONAS QUE NECESITABAN NUESTRA AYUDA—–ANTHONY VASSILIADIS, JEFE OPERACIONES DEL CIME (ahora el la OIM)…SIEMPRE TUVIMOS UNA BUENA COLABORACION…HASTA DE NUESTROAS DIAS

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