Me parece que hay algo que nos acomoda emocionalmente al objetivar. Al sacarnos a nosotros mismos del cuadro. Nos sentimos menos responsables de cómo son las cosas, posiblemente.
En las ciencias naturales es fácil olvidar el mundo tecnológico, educacional y cultural, político y económico, que debe estar instalado para que sus verdades se sostengan; signifiquen algo, se demuestren, se aprovechen, emerjan interrogantes. Quizás es más simple investigar científicamente que cuidar el mundo humano que la ciencia necesita para existir.
En las ciencias sociales, paradojalmente, olvidamos nuestro involucramiento en sus hallazgos con tanta o más facilidad. Curioso, son las disciplinas que deberían mantenernos despiertos al hecho que nosotros quiénes las enunciamos, somos también, sus verdades. Nos atrae, en lo social, la idea de estructura. Algo que existe independientemente de nosotros, que determina y explica los fenómenos sociales. Una realidad objetiva. Nos permite “culparla” de ser la causa de cómo son las cosas, sin sentirnos involucradas, ni responsables de ellas; a lo más de tomar venganza de las estructuras cambiándolas por otras. Lo que es fatal, porque muchas veces sustituimos por sus opuestas estructuras que están detrás de lo que no nos gusta, para encontramos con nosotros mismos una vez más, haciendo lo mismo. En el siglo pasado cunden los ejemplos, ¿no? Grandes y chicos.
Ocurre con el neoliberalismo. Es fácil confundirlo con una estructura de mercados, o de capital. Para mí es, antes de nada, una cultura en la que nos moldeamos quiénes somos. Los hábitos y la memoria (en gran parte invisibles) que nos mueven y explican lo que hacemos, que adquirimos en las omnipresentes redes de relaciones transaccionales. Nosotros mismos. El neoliberalismo se hace presente como nosotros mismos, moldeados como individualidades enfocadas en sus conveniencias. Forjados por nuestras propias acciones como automatismos interpretativos y emocionales. Prohibamos el mercado, y seremos los primeros en hacerlo emerger como “mercado negro”. Liberémonos de las obligaciones legales del mercado – reduzcamos el número de policías, por ejemplo -, y seremos los primeros en convertirlo en abuso, rapiña y violencia. Nuestra calle cotidiana de hoy.
Somos eso. Nuestros hijos nos vieron operando así. Aprendieron a imitarnos. A ser como nosotros, pero con menos atavismos, más libres de escrúpulos y culpas, con menos recuerdos, apagados y todo, de otras posibilidades y convicciones.
Observemos las redes sociales. Es un himno a los automatismos individualistas producidos por el neoliberalismo: cada uno tiene su propia verdad, todos somos originales, solo hay que expresarlo, las normas sociales son puro autoritarismo arbitrario y cínico, somos libres de un pasado reaccionario e injusto. Observemos lo que dicen nuestros pedagogos que son nuestros colegios públicos y semi públicos: fábricas de anomia, nihilismo y violencia. ¿Se aprende en ellos? Muchos egresados casi no saben hablar; veamos las redes sociales. Es que, ¿para qué aprender, someterse a normas, cuando es mejor, más provechoso, batírselas por su cuenta sin reglas ni ataduras? ¿Y qué es un profesor, después de todo, sino un perdedor en los juegos transaccionales? ¿Qué sentido tiene aprender de ellos?
El individuo neoliberal es nosotros. Por eso, digo yo, todo intento serio de cambiar las cosas debe incluir observarnos mejor a nosotros mismos.