Leguleyadas más, leguleyadas menos, el caso Macaya hijo y Macaya papito, muestra lo que somos como país y como sociedad. Y no es bonito. Ni tampoco bueno: reímos por no llorar.
Preguntarse hoy si conforme a lo que muestran los impúdicos hechos sobre el proceso seguido a Don Eduardo Macaya por varias causas sobre abusos de menores en Chile hay igualdad ante la ley en este país es una pregunta obscena. No la hay y nunca hubo. Siempre ha existido una justicia para palos gruesos y otra para el perraje. Queda mal decirlo, pero es mucho peor constatarlo con la triste realidad de cada día. Y más triste aún, soportar la verdad de que hace rato que siguen ganando los malos.
¿Como si no, interpretar la forma en que un abusador de menores, padre del presidente de la UDI, o sea del partido emblemático de la derecha chilensis (otrora socio principal del partido del orden responsable de la transición ejemplar del mundo) fue tratado con tantos privilegios por los tribunales llamados a proteger los derechos de los menores, en este caso, ni siquiera pobres?
Y atención: El Sr. Macaya, hasta hace un ratito y antes que la escandalera promovida por la concesión de la libertad provisional alertara la atenta conciencia de clase de los detentadores del poder y sus expresiones en el poder judicial, no había pasado ni medio día en la cárcel. Porque un recinto de mujeres en una cárcel de hombres no es cárcel. Y tampoco es cárcel un hospital.
¿Y cómo se supo? ¿Por la atenta vigilancia de la autoridades del Ministerio de Justicia? (Porque dejemos que las instituciones funcionen). No. Para nada. Sabemos de su trato especial (¡porque no va a ir a una celda pos oye!) por culpa de los intrusos periodistas.
Ahhhh Sí! Hay un sumario -dijo el ministro-, porque hechos como estos no pueden suceder. Claro que no señor ministro. Y que suerte la suya de estar en chilito porque en cualquier país de los llamados desarrollados si se sabe que un detenido, procesado, o condenado, en vez de ir a la cárcel en cumplimiento de una resolución judicial recibe esos cariñitos, usted habría durado dos telediarios por su responsabilidad política y la vergüenza de parecer el país en que reinaba Pablo Escobar antes de que los gringos lo abatieran en un tejado de Medellín.
Porque así es Chile, así es la democracia decía un imitador del expresidente de la derecha chilena. La frase hacía gracia porque en su expresión cínica del cínico político resumía bien el tan chileno y así es la cosa y al que no le guste ya sabe dónde está la puerta…
Los que ayer rasgaron vestiduras porque los vilipendiados convencionales intentaron tímidamente cambiar la Administración de Justicia en una nueva Constitución y permitir -como ya de hecho ocurre en muchos países- que los pueblos indígenas para determinados asuntos gocen de una jurisdicción especial, gritaron ¿Va a existir justicias diferentes! ¡Se acabó el principio de igualdad ante la ley!
Y ahora, ¿cuántas justicias hay? Porque leguleyadas más, leguleyadas menos, la gente común y corriente ve varias.
Por ejemplo, está la justicia de la glamorosa exalcaldesa de Maipú, más conocida como la robotina, que dejó un forado de 31 mil millones de pesos, 35 millones de dólares, que se dice pronto, en gastos que aún no se terminan de precisar, pero que no fueron para la Corona, o sea para el partido, u otra obra benéfica sino para su bolsillete, donde guarda joyitas y trapitos comprados con plata de las arcas maipucinas.
¿Y dónde está la exalcaldesa, nuera del excandidato presidencial de la UDI? ¡Pero que pregunta más absurda! ¡En su casa, pues, cuidando de sus hijos, como corresponde! ¡No va a estar pudriéndose en una cárcel, como un roteque!
Y leguleyadas más, leguleyadas menos, el exalcalde de la comuna de Recoleta y militante del Partido Comunista, Daniel Jadue, está, en cambio, encerrado en una cárcel. ¿Por qué? ¿Cuál fue su delito?
Bueno, son varios, pero para entendernos, el alcalde cometió un imperdonable error político: No siguió las enseñanzas de su camarada Xi Jin Pin que prescribe que donde está el capitalismo no debe estar el partido y viceversa, y por eso, cuando vio que el experimento de comprar anteojos baratos y venderlos a bajo precio le salía bien, y podía favorecer a los más desfavorecidos de su popular comuna, se volvió loco y extendió la idea a las farmacias, los libros, supermercados, inmobiliarias y metió a otros ediles hasta que el mercado se lo tragó, que por algo el chinito dice que el que maneja podel mejol no manejal plata, y el que maneja plata mejol no mete en política. Y cuando el alcalde paisano quiso darse cuenta de esa gran enseñanza tenía el medio forado quiridi…
¿Y dónde está el delito, cual era el propósito, el interés del audaz palestino? Porque leguleyadas más, leguleyadas menos, todo indica que ahora tiene el mismo patrimonio que tenía antes de cometer tan alevosos crímenes contra la propiedad.
Imagino este diálogo: Mira a mí no me vengas con leguleyadas que a mamá pinguina no le vienen con cubitos de hielo, amigo. Si falta plata en las comunas el alcalde es responsable y punto. Me da igual la intención, el propósito. Es comunista, y los comunistas siempre hacen las cosas detrás de un interés intrínsicamente perverso, como diría un católico preconciliar, un verdadero católico y chileno verdadero.
Pero, creo que todavía me queda una pregunta: ¿y que pasa si después de todo Jadue es declarado inocente, como se compensa eso? Y adivino inmediatamente la respuesta: A ver, perrito, ¿tú eres o te haces? ¡Por supuesto que el alcalde comunista no se le considerará culpable más allá de toda duda razonable! Ni tampoco interesa. Lo que verdaderamente interesa es mostrar que los funcionarios comunistas están tan podridos como los demás. Solo tenemos que decir que el sistema garantista es así y favorece a los izquierdistas siempre.
Y así es Chile, así es la democracia.
Porque leguleyadas más, leguleyadas menos, el superabogado con vocación de cooperación horizontal, ícono del partido del orden, propone la comisión de delitos mediante el pago de sobornos a funcionarios incluidos el metálico, declarando, de paso, que, si es necesario incendiar una oficina pública para conseguir los objetivos, pues venga; hasta ahora no le sale ni por curado. Nada de nada, aunque las leguleyadas dan para blindarlo anticipadamente sobre el derecho a la preservación de los secretos de sus clientes, que es claro, mucho más importante que el interés público comprometido.
En cambio, nuestro tan celebrado nuevo sistema procesal penal, no da para garantizar siquiera, el derecho a defenderse en un juicio, de los provisionalmente detenidos hace más de dos años, por su participación en las protestas. Porque leguleyadas más, leguleyadas menos, si pensamos que son culpables pero los fiscales no encuentran las pruebas necesarias hay que tenerlos adentro que ¡por Dios que da mala señal liberar a esos terroristas bolivarianos! ¡Y no me vengas con los Derechos Humanos que esas son leguleyadas extranjerizantes!
Y como así es Chile, así es la democracia y hay que dejar que las instituciones funcionen, ¡cómo olvidar ese momento más sublime! que cuando desde el gobierno de la patria se hizo lo que tenía que hacerse para salvar a la clase política chilena del escarnio y la humillación. Todo un complejo proceso de leguleyadas de relojería: colocar un jefe de fiscales -todo un líder- que le quitara las causas a Gajardo y Norambuenaque se estaban tomando el cuento demasiado en serio y se las pasara a un fiscal servil -el sepulturero de las causas criminales- según los infames periodistas. Al propio tiempo, sacar al director del Servicio de Impuestos Internos y especialmente a su subdirector jurídico don –Cristián Vargas que quería cumplir la ley (¡vaya descriterio político!)- y querellarse contra los políticos involucrados en las causas por fraude tributario.
Y al final, una sentencia ejemplar: Clases de ética a los condenados. ¿Qué tal?
Así se salvó la clase política involucrada (que eran todos los partidos políticos de entonces menos los comunistas y el Frente Amplio) casi completa, vilmente comprada, coimeada y extorsionada por los grandes poderes empresariales, todos verdaderos chilenos como se sabe.
En el Chile actual, la mayor preocupación de la población, según las grandes instituciones demoscópicas es la seguridad. Porque los chilenos tenemos miedo. Miedo a que nos roben, nos asalten, nos asesinen, nos violen, a nosotros y a nuestros hijos, y padres. Tenemos miedo. Y por eso, el pueblo pide policías con muchas armas capaces de enfrentarse de igual a igual a un enemigo que no se detiene ante nada ni ante nadie, como dijo el extinto presidente. ¿Y quién es el enemigo? Y no sé por qué me respondo inmediatamente: los inmigrantes, en primer lugar -siempre que sean pobres-, porque si se trata de europeos, gringos, u otros rubios de ojos azules esos son el amigo cuando es forastero que bella canción. Los extranjeros pobres o los pobres inmigrantes, como dirían los desubicados jesuitas que intentan protegerlos. ¡Vaya por Dios! Pero hay más enemigos -los que protestan en los estallidos, por ejemplo-.
Y no se crea que no me tomo en serio eso de que hoy el narcotráfico campee por las poblaciones de Chile como Pedro por su casa, reclutando soldados entre los jóvenes excluidos de toda prosperidad social, prostituyendo a las desprotegidas inmigrantes, e imponiendo su ley y orden allí donde el progreso no llega y el Estado los abandona. Todo lo contrario. Pero empecemos por hacer cuentas y hacerlas bien. Porque si es cierto que no se sabe a cuánto asciende el dinero que genera y circula por el narcotráfico, pero se estima que este asciende a cifras que van entre un 2 y un 5 por ciento del PIB, del mundo, y lo extrapolamos a Chile y le aplicamos solo el uno por ciento de su PIB la cantidad no sería menor a ochocientos millones de dólares cada año. Con ese dinero el narcotráfico en Chile tiene suficiente para comprar altos mandos de la policía, jefes de las fuerzas armadas, ministros de las cortes de apelaciones y suprema, altos funcionarios de gobierno, diputados y senadores, periodistas, empresarios y, por supuesto, abogados.
¿Alguien ve, en los procesos, y en las noticias de la tele, a los esposados y filmados por todos los ángulos y en todas las posiciones a personas que pertenezcan a esos estamentos? ¿Por qué no hay consenso para legislar de una vez por todas para poner límites al secreto bancario? ¿y qué hay de legislar contra los sicarios, endureciendo las penas de los que matan por encargo o encargan asesinar a otros prójimos?
No. Claro que no. Porque como decía alguien una cosa es patear a la perra de la casa en un momento de furia y otra muy diferente es apretar los testículos al tigre para dar ejemplo de que nadie está por encima de la ley. (me encanta esa metáfora).
Chile tendrá dentro de poco, una gran cárcel moderna, a prueba de fugas y motines. Una cárcel de alta tecnología como las mejores del mundo. Todo un triunfo de la lucha por la seguridad de los chilenos.
¿Y quienes serán sus ocupantes además de muchos gendarmes, muy bien armados y entrenados?
No sé por qué sospecho que los mismos de siempre: Los peñis, los sucios inmigrantes, los muchachos y las muchachas que en la soledad de su pobreza pueblan las poblas, las prostitutas niñas mayoritariamente inmigrantes, y ese muchacho (cuyo padre conocí) que murió en una cárcel incendiada y que estaba allí por cometer el abominable crimen de piratear películas… un crimen mucho más grave, claro está, que comprarse a la clase política casi completa. Probablemente estarán allí también, algunos desprevenidos progres, como los del caso convenios que acusados de meter las manos fueron humillantemente aprehendidos esposados, con chalecos de presidiarios, regiamente filmados en todos los canales….
Y cuando les toque a los palos gruesos sospecho que no estarán en esa cárcel de alta seguridad sino en otra de alta comodidad (que bien rima) pequeña, monona, amigable, humana, para que haya seguridad para todos, pero siempre a la chilena.
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La justicia latinoamericana no es algo para presumir, necesario tomar ejemplo de México y buscar una justicia «justa» y con un enfoque social.