Con una fila que se extendía por más de tres cuadras, el público esperaba ansioso entrar a ver El cuarto de Verónicaen el Metropolitan de Buenos Aires; obra de teatro de suspenso escrita por Ira Levin y que en los ‘70 rompió con la taquilla en Broadway. Eso de llevar el “terror” a las tablas no es fácil y amerita la complicidad del público, por lo que nace la pregunta, ¿es posible atemorizarse de lo que en vivo se ve que es una ficción?
Si bien el género policial en la literatura se le atribuye a Edgar Allan Poe – que mezcla suspenso, dudas, terror, criminalidad y resolución- con Los asesinatos de la calle Morgue (1841); no fue él quien se atrevió a llevar el miedo a las tablas, sino que fue su contemporáneo, Oscar Méténier –dramaturgo- quien abrió en París, en 1897, el Théâtre du Grand-Guignol, espacio dedicado al terror naturalista por más de seis décadas.
Juan Luis Marmol, escritor especializado en el género de terror, afirma en Teatro macabro que “las representaciones no se caracterizaban por unos argumentos prodigiosos (…) ni siquiera cuando se inspiraban en relatos de Poe u otros autores de prestigio. Lo que importaba era la carnaza, desmembramiento y sangre. Mucha sangre. El éxito de estas propuestas teatrales hizo que el Guignol traspasase fronteras para escandalizar y provocar vómitos por todo el mundo durante décadas hasta su cierre, en 1962”.
Pensar que en la actualidad nos encontraremos con una propuesta gore en escena es descabellado, pues el género se fue puliendo, buscando a través del diálogo, la actuación, dirección y puesta en escena crear una atmósfera de suspenso y miedo, que atrape al espectador y se sienta parte de la trama, como si se encontrara parado en el plató siendo un personaje más.
“Escribir desde el terror puede (…) ser una experiencia catártica para quien escribe y no solo para el público. Eso por lo tanto permite que las historias vayan más allá de la espectacularidad y se vuelvan espacios de creación óptimos”, explica Alejandra Jordá en su texto Hacia la construcción de un teatro de terror.
Drácula primero pisó las tablas
Se dice que Bram Stoker se basó en la vida del sanguinario Vlad Dracul para escribir su más famosa novela, Drácula (1897). Ya bien sea un texto inspirado en hechos reales o se trate de un chismoseo de la elite del siglo XIX; lo que vale destacar es el realismo del relato de corte gótico, que ha atrapado a lectores durante décadas y ha fascinado a directores con el afán de llevar al vampiro a tener un rostro, voz y corporalidad.
Y si bien la mayoría de las personas “conocieron” a Drácula en las pantallas de cine; fueron las tablas el primer escenario en acoger al personaje, cuando el actor Hamilton Deane adaptó la historia para formato teatral en Dracula: the Vampire Play in Three Acts, obra que se estrenó en West End de Londres en 1924.
“Apenas en un mes y ‘descuartizando’ fragmentos de la novela, el libreto estaba listo. Para que la adaptación fuese posible se tuvo que cercenar la primera parte de la novela, la que narra las desventuras de Jonathan Harker en Transilvania y el traslado del conde a Inglaterra. Además, el clímax de la historia se da en la casa que Drácula compra en Carfax. (…) Fue Deane quien hizo del vampiro todo un gentleman, un aristócrata bien vestido y rematado con la clásica capa. En este vestuario se inspiraría el Drácula que la Universal adaptó con Bela Lugosi y que, gracias a la universalidad del cine, se convirtió en la tópica imagen de Drácula”, reseña Marmol.
La obra encantó al público, el que siempre arrebató la sala de teatro. Fue tanto el éxito, que el texto traspasó las fronteras de Londres y las décadas destacando la puesta en escena que protagonizó Frank Langella en Broadway (1977), la cual se llevó dos premios Tony.
Salir llorando de la sala
No son pocos los que afirman haber salido llorando del teatro tras ver La mujer de negro, obra basada en la novela que Susan Hill escribió en 1983. En un principio la historia no pareciera ser tan tenebrosa: el viejo abogado Arthur Kipps se arrienda un teatro abandonado en Londres y contrata a un actor para que lo ayude a contar la historia que lleva atormentándolo desde que –varias décadas atrás- tuvo que llevar el testamento de la fallecida Eel Marsh; sin embargo, al trascurrir los hechos se conoce el secreto del lugar que involucra una macabra aparición y el crimen de un niño.
Fue estrenada en el West End en 1989 y es una de las obras que más veces ha sido representada en distintas partes del mundo; y si bien cambia el escenario lo que no varía es lo que provoca: la mezcla de leyenda más las experiencias propias del espectador se confluyen causando verdadero miedo al ver que solo hay dos actores en escena, mas la presencia de un tercero está siempre presente en cada rincón del plató.
VOZ EN OFF: BUENAS NOCHES, ESTA ES LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD QUE TIENEN PARA ABANDONAR ESTE TEATRO, (PAUSA) QUIENES SE HAN QUEDADO LO HACEN BAJO SU PROPIA CUENTA Y RIESGO, LA COMPAÑÍA NO SE HACE RESPONSABLE POR CUALQUIER EVENTUALIDAD OCURRIDA DURANTE ESTA SESIÓN, LA CUAL NO ES RECOMENDABLE PARA PERSONAS IMPRESIONABLES NI CON PROBLEMAS DEL CORAZÓN, POR SU PROPIA SEGURIDAD DURANTE LA FUNCIÓN, NO SE LEVANTEN DE SUS ASIENTOS, POR ÚLTIMO SE LES INFORMA QUE LAS PERSONAS QUE QUIERAN ABANDONAR LA SALA LO PODRÁN HACER DURANTE LOS FRECUENTES OSCUROS Y SERÁN AUXILIADOS POR EL PERSONAL DEL TEATRO, SI ES QUE SE DAN CUENTA, BUENAS NOCHES… Y QUE DIOS LOS PROTEJA.
Dudas hasta el final
En el Metropolitan de calle Corrientes de la ciudad de Buenos Aires, se está presentando El cuarto de Verónica, pieza escrita por Ira levin y que en los ‘70 se convirtió en un ícono del género de suspenso sobre las tablas de Broadway.
Silvia Kutika, Laurentino Blanco, Tania Marioni y Luis Porzio son los encargados de dar vida a los personajes que se ubican en un lúgubre dormitorio ambientado en los años ’30 y que durante décadas ha permanecido intacto en memoria de Verónica… Al menos así comienza la obra.
Llena de giros dramáticos y saltos temporales que pasan de los ’70 a años previos a la II Guerra Mundial, cuatro personajes se toman constantemente la escena en donde Verónica pasa de ser una víctima a una victimaria; una pobre joven enferma a una malvada adolescente; de estar muerta a ser una más entre los vivos.
Son pequeños guiños en el guión y gestos de los actores los que van plantando una duda tras otra en el espectador, las que cimentan el camino hacia una y otra una hipótesis que se caen como castillos de naipes.
Ese juego en el guión puede entenderse, según palabras de Alejandra Jordá, como que “la creación de una buena historia es indispensable para que el espectador sienta la necesidad de poner todo de su parte para adentrarse en la ficción supuesta (…). Su retribución al hacer esto entonces será en su momento poder ser sujeto de una catarsis”.
Es así como el final de El cuarto de Verónica sorprende, asusta y deja con la satisfactoria sensación de haber visto una obra que ocupará el top ten de las mejores que se pueda apreciar.
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Felicitaciones. Siempre es bueno refrescar la mente. Gracias por el tremendo artículo.