Tortilla española

por Odette Magnet

Debemos empoderarnos, pasar a la primera fila, la gente espera liderazgo de nosotros. Llegó la hora de ser gobierno. ¡Tenemos que sacar a estos zurdeques y golpear la mesa!

Anoche soñé que estaba solo en una cocina, que no era mía -me dice casi en un susurro Maximiano Echeverría-. Quería hacer una tortilla española. Sobre el mesón había un cuchillo carnicero, sin usar. Yo me ponía a quebrar huevos, una docena, en un recipiente grande, de cerámica. Pero en vez de caer yemas y claras, caían chorros de sangre. Mucha. Desperté muy agitado, limpiándome las manos con las sábanas.

No sé qué decirle. Soy periodista, no sé interpretar sueños, Después de semanas de espera y varias solicitudes por correo y llamadas a su celular, ha aceptado darme una entrevista para el diario inglés en que colaboro. Me interesa recoger su visión como hombre de la extrema derecha chilena, ex alcalde de Pinochet, próspero empresario agrícola, actualmente retirado, pero que sigue el acontecer nacional con atención. Su palabra aun pesa en algunos círculos, aunque lo niegue.

Nos juntamos a almorzar en un conocido restorán de Las Condes, en Santiago. Hace frío y el cielo está gris, muy contaminado. Llego diez minutos antes de lo acordado -inglés, al fin y al cabo- y él justo a la hora, dos de la tarde. Luce una chaqueta de gamuza color habano, un suéter de cachemira negro de cuello subido, y un par de jeans de marca. Me saluda con un fuerte apretón de manos y me parece advertir en su mirada cierta resignación.

No suelo hablar con corresponsales extranjeros-me advierte, con una mueca torcida, como de asco. Durante el gobierno militar ustedes mintieron a destajo, decían lo que se les daba la gana y fueron títeres del marxismo internacional. Su diario fue uno de los que llevaba la batuta y se hacía llamar progresista. Vaya uno a saber lo que significa eso.

Nos sentamos en una mesa cuadrada cerca de la ventana. Echeverría saca la servilleta del plato y la coloca sobre sus rodillas. Antes de que le pueda contestar, agrega que, finalmente, aceptó reunirse conmigo porque este país va camino al precipicio, llega un momento en que uno no se puede quedar callado ante tanta estupidez y torpeza, y sube la voz un tono, porque hay principios que defender, no quiero ser cómplice pasivo. Pasea la vista por el amplio comedor -está lleno de gente- y hace un chasquido con sus dedos a un mozo parado por ahí cerca. Yo saco mi libreta de apuntes.

Se le ve irritado-le digo en un intento de probar las aguas, de ver cómo viene la mano, como dicen acá. Está molesto por algo…

Tengo bronca-me interrumpe-. Y miedo, y no estoy solo. Le aseguro que son millones los chilenos que viven atemorizados, de norte a sur, en el campo y en las ciudades. El crimen organizado se ha tomado las calles, los comerciantes no se atreven a abrir sus negocios.  Grave porque si no hay seguridad no hay inversión y sin inversión no hay creación de empleos. Sin empleo no hay crecimiento. La delincuencia está desatada.

-Son muchos los que sostienen que el empresariado chileno vive en una cápsula que, en cualquier momento, puede reventar, que no se involucra en el mundo, desconectado de la realidad, que se niega a establecer una conversación a largo plazo con el gobierno, un plan acordado. Dicen que se advierte mucha dificultad para considerar el punto de vista del otro y buscar un espacio común, todo se define en blanco y negro.

Nosotros estamos permanentemente capacitándonos, actualizando nuestro saber y quehacer-me asegura Echeverría. Tenemos la mejor disposición de colaborar con el gobierno, pero el oficialismo debe mostrar credenciales de experiencia y de excelencia, además de voluntad de diálogo y de trabajar con una mirada de futuro. Necesitamos gente experta, no alumnos en práctica.

– ¿Y por qué tiene bronca?

Porque hay una derecha que ha ido ganado enormes espacios, que tiene el respaldo mayoritario de los ciudadanos y que, sin embargo, deja hacer, no interviene con protagonismo. Debemos empoderarnos, pasar a la primera fila, la gente espera liderazgo de nosotros. Llegó la hora de ser gobierno. ¡Tenemos que sacar a estos zurdeques y golpear la mesa! Sin complejos, con unidad y decisión.

– ¿Insinúa un golpe de estado?

Yo le digo una sola cosa. Echo de menos a Pinochet, que fue un estadista, un hombre con visión, que supo conducir el Estado, lo rearmó cuando estaba hecho trizas. Encabezó un periodo de modernizaciones notable. Nos liberó del marxismo y puso orden y paz. No sé si ahora están dadas las condiciones para que vuelvan los militares, pero de nuevo, somos muchos los que añoramos a Pinochet. Hay mucho malestar.

-El propio Presidente Boric calificó a Pinochet como un dictador corrupto, asesino y ladrón

Echeverría pide al mozo que nos traiga la carta, también la de vinos y, en el intertanto, dos pisco sours, bien helados.

-Usted es de los pinochetistas nostálgicos-le comento-. ¿Qué dice sobre los crímenes, los detenidos desaparecidos, las torturas, tantas violaciones a los derechos humanos durante la dictadura?

Dale con lo mismo, pero es cierto que durante su gobierno ocurrieron cosas que él no podía desconocer, que habría justificado. Eso es condenable, son hechos atroces. Es una mancha, empaña lo que hizo por el país. Esa es el área oscura. Pero está la zona luminosa, cómo implantó un modelo económico exitoso, ejemplo para toda la región. No es casual que, según una encuesta reciente, más del 30 por ciento de los chilenos aprueba el golpe militar y la obra de Pinochet.

-Un modelo que promovió la desigualdad.

Ahí se equivoca usted y la izquierda dura, que tiene un discurso muy radical respecto al modelo de desarrollo y crecimiento. Hablan de un modelo neoliberal cuando, en realidad, es una economía social de mercado, como tienen muchos países de Europa.

-Aun así, rescata su figura.

Condeno los atropellos a los derechos humanos, algo absolutamente inaceptable. Son pocos los que hoy defienden eso y debemos aspirar a una reconciliación nacional. Pero también se debe entender que el golpe era inevitable, era la crónica de una muerte anunciada. El 11 de septiembre de 1973 se terminó de derrumbar la democracia en Chile. No fue una muerte súbita sino un largo proceso de deterioro, perdimos el rumbo, el ritmo, la voluntad.

Echeverría se toma el último sorbo del pisco sour y vuelve a chasquear los dedos. Un hilo de sudor le baja desde la sien derecha hasta el mentón. El mismo mozo se acerca y le entrega la carta de vinos y nos cuenta de los especiales del día. Les puedo ofrecer erizos y locos, dice, con una sonrisa satisfecha. También recomiendo el risotto de champiñones y el costillar de cordero.

Aprovecho la pausa para tomar un largo sorbo de agua mineral sin gas. Siento el estómago revuelto.

Hablando de figuras -dice Echeverría, con la mirada fija en sus uñas- me parece que, así como vamos, necesitaremos a un Bukele. El tipo ha lanzado una guerra contra las pandillas o maras, sin contemplaciones. ¡Construyó la cárcel más grande América para 40 mil reos! Éxito total. ¡Lo clonaría ahora mismo! ¿Sabía usted que, según una encuesta reciente, casi el 80 por ciento de los chilenos tienen una imagen positiva de él? El mismo se define como el dictador más cool del mundo y…

Se le olvida mencionar -interrumpo- que tiene a miles de presos tatuados, descalzos, encadenados, con sus torsos desnudos. Incluso hace uno días, la escritora Isabel Allende dijo que los chilenos añoraban a un Bukele, pero advirtió que tuviéramos cuidado porque eso fue Pinochet.

¡Qué sabe esta señora que vive fuera de Chile desde el 73! Que se dedique a escribir sus libros mejor. ¡Pero si es cosa de ver las encuestas sobre qué opinan los chilenos de Pinochet y Bukele! Altísima aprobación. No son fantasías mías. Al final del día, la gente agradece la mano dura porque quiere orden, paz y progreso, libertad. Y que no les jodan la vida.

-Este año se conmemoran los 50 años del golpe militar. Una fecha que sigue dividiendo al país. ¿Usted la celebra?

Yo no ando descorchando botellas de champán, pero volvería a apoyar a Pinochet y los logros de su gobierno. No sólo le cambió el pelo a este país, si no hubiese sido por él, hoy seríamos lo mismo que Venezuela o Cuba. No podemos echar por la borda todos esos años de esfuerzo y sacrificio patriótico.

Pidamos de una vez -remata Echeverría-. Yo voy a empezar con una tortilla española.

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