Por mucho tiempo ha circulado el cliché de que los estadounidenses viven para trabajar, en tanto que los europeos y latinoamericanos (supuestamente más sabios) simplemente trabajan para vivir. Las veleidades del mercado laboral, las diferencias generacionales y las consecuencias de la pandemia componen un panorama matizado.
Tras la peste
La pandemia de la Covid-19 golpeó duro al mercado laboral estadounidense en 2020 y el índice de desempleo subió del 3,5 % en febrero al 4,4 % en marzo y saltó al 14,8% en abril. Las solicitudes del subsidio por desempleo, que hasta febrero de ese año habían tenido por varios meses un promedio de 205.000 trámites semanales, crecieron en la última semana de marzo a la cifra sin precedentes de 6,8 millones.
En los meses siguientes la pandemia empujó a decenas de millones de personas al trabajo “remoto”, y las empresas comprobaron que podían seguir funcionando sin que los empleados concurrieran a las oficinas.
Pero, tal como el virus ha tenido sus variantes, y ha habido altibajos en las tasas de contagio, hospitalizaciones y muertes, el mercado laboral ha registrado en los dos años transcurridos cambios que bosquejan, de manera tentativa, un nuevo paradigma en lo que hace al trabajo y la vida personal.
Los cambios se reflejan en datos estadísticos que confunden a los economistas: el índice de desempleo ha estado por cinco meses en alrededor del 3,6% de la fuerza laboral. Las solicitudes del subsidio por desempleo han retornado a los niveles previos a la pandemia con unos 245.000 trámites semanales.
Y los empleadores, desde empresas grandes a comercios minoristas, talleres en fábricas, y compañías de transporte y repartos, llevan varios meses quejándose de la falta de mano de obra, con una oferta de unos 11 millones de puestos vacantes al tiempo que mucha gente, especialmente jóvenes, se quedan en casa o prefieren no emplearse de manera permanente.
Los renunciados
Un bajo índice de desempleo significa que hay más puestos disponibles que personas dispuestas a ocuparlos, y también significa que hay una presión para el aumento de sueldos. Si las empresas quieren que alguien vaya a trabajar para ellas, deben pagar más y eso se refleja, por ejemplo, en un aumento promedio de los sueldos del 6 % en el primer trimestre de este año.
La pandemia contribuyó a este vuelco en el balance laboral: en 2021 más de 47,4 millones de personas renunciaron a sus empleos. Lo que los medios han bautizado como “La gran renuncia”, continúa y en junio pasado otros 4,2 millones de trabajadores abandonaron sus empleos.
“Las cifras de renuncias siguen subiendo en Estados Unidos y los empleadores se preguntan por qué los trabajadores están tan inclinados a dejar sus empleos, y qué pueden hacer para retenerlos”, señala la firma de personal ClearStar. “Las renuncias pueden ser un resultado de la pandemia, los suelos bajos y los beneficios escasos, nuevas oportunidades, o una combinación de todo ello”.
La propensión a dejar el empleo no es exclusiva de Estados Unidos: una encuesta de la firma consultora PwC entre 52.000 trabajadores en 44 países llevada a cabo en marzo, encontró que uno de cada cinco empleados planifica abandonar su empleo en este año. El factor más mencionado por quienes piensan dejar sus empleos es la disconformidad con la remuneración, citada por el 71 % de los encuestados como la razón principal.
Distintas prioridades
En el último año y un poco a la sombra de la “Gran Renuncia” ha ido creciendo el fenómeno conocido como “renuncia a las calladas” y que Elise Freedman, de la firma consultora Korn Ferry explicó a la cadena CBS MoneyWatch como “el momento en que alguien decide: ‘Quiero priorizar mi bien estar general y mi vida afuera del trabajo’”.
“Es diferente de alguien que muestre desinterés con el trabajo”, añadió Freedman. “Es cuando el empleado o empleada hace lo que se les requiere, sin ofrecerse como voluntarios para proyectos ambiciosos, sin estar disponibles para trabajar de noche o en los fines de semana. Es decir, sin dar ese trabajo extra que, tradicionalmente, se alienta a los estadounidenses que hagan para demostrar al patrón que son valiosos”.
Los “encierros” de la pandemia y el trabajo remoto mostraron que es posible acomodar la vida personal –especialmente la vida de familia cuando hay niños – con un desempeño puntual y correcto de las tareas en el empleo. Sin la pérdida de tiempo y sin el gasto del transporte hasta y desde el empleo la productividad de los trabajadores ha sido, en muchos casos, mayor que la de antes. En negociaciones de convenios colectivos brota, con frecuencia creciente, el concepto de “conciliación” que apunta a una flexibilidad de horarios para que hombres y mujeres estén más presentes en la crianza de sus hijos y la vida hogareña.
La plataforma ResumeBuilder.com, para la búsqueda de empleos, hizo en agosto una encuesta entre 1.000 personas empleadas y encontró que el 25 % de todas ellas hace en el trabajo lo mínimo requerido. Pero también encontró diferencias con las edades: Casi el 30 % de los encuestados con edades entre 25 y 34 años señaló que da eso y no mucho más a su empleador, comparado con apenas el 8 % de los empleados mayores de 54 años.
El debate público sobre la “renuncia a las calladas” continúa en las redes sociales, en las plataformas de búsqueda de empleo, y en enlaces como LinkedIn, donde una participante explicó que “se trata de hacer la tarea que te encargan dentro de las horas normales de trabajo, y después, marcas tarjeta y te vas a vivir tu vida”.
“¿Nos hemos acostumbrado tanto a la cultura de trabajar y trabajar que ahora cuando uno hace su trabajo regular se le llama RENUNCIA?, agregó. “Eso es de locos”.
La pega
Tanto entre los “renunciados” totales como entre los que aplican la “renuncia a las calladas” continúa la necesidad, ineludible, de ganar un sustento, acentuada por el empuje inflacionario de meses recientes.
Una encuesta hecha en agosto por la firma McKinsey encontró que el 36 % de las personas en la fuerza laboral –esto es unos 58 millones de trabajadores- se describen como “independientes” y están ocupados en pegas, freelance o empleos de corta duración. En 2016 alrededor del 20 % de la población laboral describía ese tipo de trabajos.
La gran oportunidad para este tipo de labores está en el área de servicios y trabajos que no pueden subcontratarse en Bangladesh, India o Guatemala. Son los trabajos que requieren presencia personal y que van desde la reparación de computadoras, a las clases de música o cocina, la fotografía en bodas y cumpleaños, el reparto de artículos comprados en el comercio digital, la vigilancia de edificios, el paseo de perros, la limpieza de hogares.
Una idea vieja, rejuvenecida
Los gremios de trabajadores tuvieron su apogeo en Estados Unidos en la década de 1959 y hasta mediados de la siguiente, cuando especialmente en el sector industrial las negociaciones colectivas lograron para los trabajadores la compensación por horas extra, cobertura de los gastos de salud, estabilidad laboral y pensiones jugosas.
Si algo contribuyó a la prosperidad de Estados Unidos en esa época –además de salir de la Segunda Guerra Mundial como superpotencia sin mayores daños- fue la elevación de lo que antes fuera “clase trabajadora” a “clase media”.
Una encuesta de Gallup entre 1953 y 1957 encontró que el 71 % de los estadounidenses aprobaba a los gremios, y desde entonces la batalla larga, empecinada y sin pausa de los sectores conservadores llevó esa aprobación a su nadir en 2009, cuando solo el 48 % de los encuestados aprobaba la gestión gremial.
La globalización, que devastó el empleo industrial en EE.UU., el ingreso masivo de las mujeres en la fuerza laboral, la fragmentación de esa fuerza laboral con los contratos, subcontratos, tercerización, independientes, “emprendedores” y los inmigrantes indocumentados han dado, por décadas, más fuerza a los empleadores que a los empleados en lo que hace a condiciones laborales y beneficios.
En 1980 el 21,5 % de los trabajadores estaba afiliado a un gremio. En 2020, sólo el 10,8 % de los trabajadores firmaba la tarjeta gremial. En el sector público, la afiliación ha disminuido del 36,7 % al 34,8 %. En el sector privado la afiliación gremial ha caído del 16,8% al 6,3 %.
Pero también en esto la pandemia ha tenido un efecto cuya duración está por verse: en diferentes segmentos del mercado laboral hay un resurgimiento de la agremiación.
La demanda de mano de obra se ha acentuado en una economía que durante 2021 creció un 5,7 %, el incremento mayor desde 1984, y en contraste con la contracción del 3,4 % en el año anterior.
En lo que va del año dos grupos gremiales se anotaron victorias pequeñas pero importantes en Amazon y Starbucks, dos de los mayores empleadores del país. Los triunfos son mesurados porque en EE.UU. los gremios representan a los trabajadores en sitios de trabajo, y no en toda una empresa o industria.
Así cuando los empleados del centro logístico de Amazon en Staten Island, New York, aprobaron la representación sindical, ésta se limita a los trabajadores en esa planta y no a los miles de otros hombres y mujeres que laboran en condiciones difíciles en otros centros logísticos de la megacoporación.
Los empleados del bar adalid de Starbucks en Seattle, Washington, en la capital del gigante del café, aprobaron la organización gremial mientras continúa la campaña para agremiar a los empleados en todo el país. Las cifras son pequeñas: 38 empleados votaron a favor y 27 en contra, pero da aliento a los empleados en más de 200 bares de Starbucks que ya han presentado las solicitudes para una elección, según el gremio Starbucks Workers United.
Tal como en los casos de Amazon y de Starbucks, los empleados de Apple en la estación Gran Central de Nueva York, crearon su propio comité organizador, independiente de otros gremios y de la central sindical estadounidense AFL-CIO, e iniciaron su campaña para reunir las firmas del 30 % de los 270 empleados en ese sitio.
En tiempos en los que los empleadores andan a las apuradas para conseguir empleados se fortalecen las probabilidades de que los trabajadores negocien convenios colectivos, obtengan beneficios como el seguro médico y el pago por horas extra, y horarios flexibles que les permitan disfrutar de la vida.