“Umberto D” y el fenómeno del eterno retorno.

por Tomás Vio Alliende

La película neorrealista italiana, de 1952, narra la historia de un jubilado al que quieren echar de la residencia donde vive porque no tiene recursos para pagar. Cualquier semejanza con la realidad actual es solo mera coincidencia.

Esa película me hizo llorar”, fueron las palabras de un conocido crítico de cine sobre “Umberto D” (1952) en una celebración de fin de año en un restaurant de Bellavista. Eso lo dijo después de que conversáramos sobre “El verano de Sam” (1999), de Spike Lee. Él la elogiaba a todas luces. Mi argumento era que el tema de la película era interesante -la aparición de un asesino en serie en los años 70 en Nueva York- pero que al largometraje le faltaba vida, tal vez una mejor dirección. Había algo que no me llenaba. Rápidamente me preguntó cuál era mi película favorita y sin dudarlo dije “Umberto D”, me miró sorprendido. Mi respuesta hablaba por sí misma. Fin de la conversación.

Traigo a colación esta anécdota porque “Umberto D” da para mucho más que un simple comentario cinéfilo, es una película sencilla que aparentemente se ve de poca trascendencia, pero que es tremenda en todo sentido. Filmada en Italia en 1952, “Umberto D” narra la historia de Umberto Doménico Ferrari, un empleado de gobierno retirado que lucha por una buena pensión y que quiere ser echado por la dueña de una casa de huéspedes en la que vive porque debe una suma de dinero que no puede pagar ¿Suena conocido? En su vida solo tiene a Flike, un simpático perro y la consideración de una joven criada de la pensión en la que vive. Nada más. Son muchas las penurias por las que pasa y la angustia lo lleva a pensar incluso en el suicidio.

Para los estudiosos del cine “Umberto D” es el ejemplo máximo del neorrealismo italiano, incluso más que la famosa película “El ladrón de bicicletas”, dirigida también por Vittorio de Sica.  Esto se debe a que el director y su guionista, Cesare Zavattini, realizan con este filme un cine llamado de «duración» que se centra en detallar una situación corriente de manera que el largo de la escena sea igual que la vida real. Se elimina entonces la elipsis y se apela al realismo en la historia.

La película muestra la desoladora y triste realidad de la posguerra italiana. Vittorio de Sica decide rescatar la pobreza con actores de la calle. Los protagonistas sienten y viven lo mismo que los personajes. No hay dramas posibles, es la vida misma la que se ve y respira en la pantalla. Existe en la película el reflejo de una deshumanización compleja, la desesperación de un viejo que se da cuenta que no puede vivir con lo mínimo. Un jubilado que estorba, que ya no vale nada para una sociedad en período de recomposición.

Han pasado setenta años desde que se estrenó esta película y es bastante poco lo que hemos avanzado como sociedad sobre este tema. Sin ir más lejos, en Chile un estudio de la Universidad del Desarrollo señaló en septiembre de 2021 que la situación de pobreza  de los adultos mayores aumentó en un 38% entre 2017 y 2021, pasando de 155 mil personas vulnerables a 214 mil adultos mayores en situación de vulnerabilidad, lo que representa, según el estudio, a 5,6% de la población de Chile. Sin ser adivino, es muy probable que actualmente estas cifras estén aumentando producto de la inflación y la larga duración de la pandemia. Lo cierto es que “Umberto D”, a pesar de situarse en el viejo continente, es fiel representante de un fenómeno apabullante que implica un eterno retorno de las crisis sociales. El otro día un compañero de trabajo me preguntaba “¿Por qué escribes del pasado?” “Posiblemente porque en el pasado se encuentran las respuestas del futuro”, le respondí. Y al parecer es así. Han transcurrido demasiados años y los problemas del protagonista de la película permanecen tal cual, irrenunciables, más vigentes que nunca en la vida real. La historia de “Umberto D” no ha envejecido. Son setenta años que hablan por sí solos de la vulnerabilidad de un mundo cada vez más autorreferente, ególatra, individualista y poco solidario.

De Sica le dedicó esta película a su padre, un jubilado que tuvo que pasar muchas penurias en su vejez. Aunque el filme ha sido considerado uno de los cien mejores de todos los tiempos por la crítica, en su momento fue un fracaso de taquilla porque el público ya estaba cansado de la realidad extrema, de los problemas, del legado de la guerra y todo lo que ella acarreaba. De Sica captó el mensaje y volvió a dirigir comedias más livianas, en las que también se manejaba a la perfección, y también películas serias con menos contenido social que sus clásicas cintas neorrealistas. Yo, por mi parte, todavía me siento orgulloso de haber sorprendido al conocido crítico de cine con mi alusión a “Umberto D” en esa conversación de hace años en un local de Bellavista. Sigo que pensando que “El verano de Sam” no era tan buena como él afirmaba. Cosas de gustos.  

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