Yo adoro a Lisi, pero no pretendo
que Lisi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y mi aprehensión ofendo
(soneto de Sor Juana a la Virreina)
Con la llegada de la primavera renacen las flores y el amor canta por las avenidas que está de regreso en cada esquina de la ciudad, especialmente ahora que, tras varios meses de enclaustramiento, nos encontramos ansiosos por recibir la luz del sol que regresa a los parques y ventanas y de reencontrarnos con los que amamos o quizás con alguien que nos espera para sorprendernos en una esquina. Y en una de ellas, se me apareció Juana Inés, aquella adelantada a su tiempo, esa talentosísima mujer que aprendió a leer y escribir a los tres años de edad, pese a que su madre era analfabeta; esa poeta que se disfrazó de hombre para poder entrar a la universidad, también la mujer que decidió hacerse monja y que para poder aprender y expandir su conocimiento entró al Convento de San Jerónimo, donde se instaló a vivir rodeada de unos 4.000 libros en su celda y la ayuda de dos sirvientas, y que tuvo la audacia de enamorarse de una virreina en el siglo XVII: Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, más conocida por todos como Sor Juana Inés de la Cruz, una poeta excepcional y una adelantada feminista.
Octavio Paz, gran estudioso de la vida de Sor Juana Inés, es quien nos cuenta y afirma que sor Juana tuvo que hacerse pasar por hombre para ingresar a la universidad y así saciar su sed de conocimiento, ya que querer estudiar y aprender no era lo que se les permitía hacer a las mujeres durante el virreinato y ella se las tuvo que ingeniar para romper con las reglas establecidas. Tampoco entró al convento por ser muy beata o piadosa, sino que, según lo que ella misma escribió, fue porque no quería que la casaran, tener que pasar sus días atendiendo a un marido y a los hijos: lo que ella quería era leer y aprender y el único lugar donde la podían dejar en paz para hacerlo era en un convento. Y finalmente, terminó toda relación con el tiránico padre Núnez de Miranda, una especie de tutor asignado, en tiempos en que se creía que las mujeres eran inferiores intelectualmente y que para dar cualquier paso necesitaban del consejo de un hombre: romper con él fue otra de las muestras de su genialidad, de que ella sola se valía por sí misma. De esta forma fue precursora en la lucha contra los paradigmas de su sexo (el definido como “sexo débil”, según la misógina definición de la RAE) pionera en la defensa de lograr su realización intelectual y también, por qué no, en la realización de su sexualidad.
María Luisa arribó a México, en ese entonces Nueva España, de la mano de su esposo, el entonces designado virrey Antonio de la Cerda. La fama de Sor Juana, que a la fecha (1680) ya tenía 32 años, la había precedido y su talento como escritora , escuchado por los oídos de la virreina quien antes de conocerla, la admiraba.
Para celebrar la llegada de los virreyes se encargaron arcos triunfales en lugares céntricos por los que discurriría la comitiva. En esta ocasión, fueron dos: el primero ideado por Carlos de Sigüenza y Góngora y, el segundo, encargado a la ya célebre Sor Juana Inés de la Cruz que se ubicó junto a la catedral, punto final del recorrido previsto. “Neptuno alegórico” llevó por título este último, obra en la que la religiosa alababa las virtudes del nuevo virrey personificadas en el dios romano del mar y las de su esposa, encarnada por Antífrite. Es fácil imaginar cómo esto impactó a la virreina y dio el vamos a la amorosa amistad.
La relación entre la monja y «Lysi», como ella misma llamaba a la virreina, coincidió justo con la época más prolífica en la producción de Sor Juana y ésta dejó varias pistas de su amor por «Lysi» a través de sus escritos. En decenas de poemas (Sor Juana le escribió más de 50, una cantidad considerable en la historia de la poesía) se pueden encontrar referencias a la cercanía y al amor entre ambas mujeres, algo que supuso un escándalo mayúsculo para la época.
Francisco de las Heras, Octavio Paz y Antonio Alatorre, sostienen que la relación con María Luisa fue intensa, pero casta. Aducen que para enamorarse de alguien no es necesario pasar por la cama y usan el término “sapiosexual” para explicar el enamoramiento por la inteligencia de alguien más que de su cuerpo o estatus. Viéndolo retrospectivamente, es posible que en el caso de sor Juana y María Luisa sea cierto que se enamoraron intelectualmente, pero sin duda fue amor. María Luisa se convirtió en alguien muy importante para Juana Inés porque la estimulaba creativamente y compartía muchas cosas en común. Amén que la ayudó a sacarse de encima al tiránico padre Núñez de Miranda, una figura absolutamente odiosa en la vida de Juana.
Muchas fueron las obras que Sor Juana compuso para la virreina y, entre ellas, es destacable Los empeños de una casa, con motivo del nacimiento de José, hijo de los virreyes en 1683. Esta es considerada como una de las obras cumbres del teatro barroco novohispano y, por ende, de la célebre escritora. A lo largo de ella, Juana intercala alusiones a Lysi, su querida virreina.
«Divina Lysi mía:/Perdona si me atrevo/A llamarte así, cuando/Aún de ser tuya el nombre no merezco», decía uno de los poemas de Sor Juana.
En ese soneto, solo a modo de ejemplo, porque se podrían citar muchos, sor Juana deja claro que ama a la condesa, no le importa si es correspondida o no, pero le expresa su sentir y, sobre todo, sabe que este amor no puede ir más allá porque para que el deseo se mantenga vivo no debe realizarse, su consumación. Este tópico, es muy usado por los poetas porque no saciar la sed, viajar sin lograr el destino, en el entendido que el viaje es la experiencia y llegar a Itaca es la conclusión de todo lo aprendido en el viaje (la experiencia) es la ruta del arte poética. Esto es lo que hace factible la posibilidad que Sor Juana y María Luisa no hayan consumado su amor carnalmente, quizás porque tampoco Juana podía quebrantar sus votos de castidad y, por otra parte, porque la jerarquía de la condesa no le permitía mantener una relación sexual con una plebeya. Pero la intensa y fructífera relación entre ambas nos habla desde los poemas escritos por Sor Juana que cuentan la historia de amor de estas dos mujeres. Estos poemas, reunidos en el libro Un ardiente amor, de la editorial Flores Raras (2017), se unen a los dos intentos poéticos de la condesa que muestran la admiración y amor que le tuvo a la monja.
La relación entre ambas duró seis años y se cortó abruptamente en 1986, cuando el rey ordenó el regreso de Antonio de la Cerda a España. Para ambas fue una tragedia y «Lysi» se llevó con ella y conservó hasta su muerte, ocurrida pocos años después, un retrato de Sor Juana y un anillo que la monja le regaló.
La vida de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana terminó a causa de una tifoidea en 1695 en el Convento de San Jerónimo, el lugar donde fructificó su creación literaria y también donde compartió interminables charlas con la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes.
Doña María Luisa se encargó de la publicación del libro de poemas de Sor Juana «Inundación Castálida» en 1689 en Madrid. El segundo tomo se publicó unos años después en Sevilla.
Más antecedentes de María Luisa y Juana podemos encontrar a través de Octavio Paz, quien dedica un capítulo de su libro «Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe» para hablar de la relación entre la virreina y la poetisa.
También, La novela histórica «El beso de la virreina» de José Luis Gómez retrata la vida de Sor Juana y su relación con la virreina y Doña María Luisa es un personaje en la película «Yo, la peor de todas» de María Luisa Bemberg y en la mini- serie «Juana Inés».
La condesa de Paredes tuvo un precedente como mecenas de Juana en su antecesora la virreina Leonor de Carreto, quien también sostuvo una gran amistad con ella y ejerció de protectora hasta que falleció en 1673. De hecho, la religiosa le dedicó también versos y un sentido homenaje póstumo.
Quizás de no contar con la protección y amistad de las virreinas, las obras de Sor Juan Inés de la Cruz no hubiesen sido difundidas como se merecían. Las tres son extraordinarias exponentes de la cultura barroca en el México de la segunda mitad del siglo XVII, las dos primeras como mecenas de la genial escritora.
2 comments
Excelente artículo. Muy documentado.
Gracias.
Un excelente tema, Sor Juana Inés de la Cruz es un personaje real pleno de matices y vanguardias. Bravo.