Un asunto de sintaxis

por Francisco J. Zañartu. G

El país, entre fundaciones y robos de computadores ha estado abocado, entre otras cosas, a la re- lectura del golpe de estado. La cabeza se llena de imágenes y se recuerda como, de un día para otro, cambió la forma de relacionarnos y todos debieron volver a sus roles habituales. La mujer tiene que ser madre y esposa, los curas deben preocuparse de la vida espiritual, los profesores dictarán clases de materias específicas y los jóvenes estudiarán esas materias. Todo lo que quede fuera de esa sintaxis será castigado.

El filósofo Jean Francois Lyotard (1924 -1998), en sus trabajos sobre la postmodernidad, dice que las super potencias ya no necesitan tener una planta de bombas nucleares en Latinoamérica o África, sólo les basta manejar el habla en esos lugares. La CNN es más eficiente que los portaviones. Esto se hace evidente luego de la guerra de Irak, cuando se invade ese país para echar abajo las bombas de destrucción masiva, mismas bombas que nunca aparecieron.

En el Chile de la dictadura, esa política fue aplicada en forma indiscutible. Se impuso un habla oficial. Los estudiantes tuvieron que cantar la canción nacional todos los lunes y, mientras se izaba la bandera patria y se hacía una apología de los héroes de la Concepción, se quemaban libro y el cura Hazbún, ocupaba las pantallas para agradecer a las FFAA su evangélico y patriótico esfuerzo, al tiempo que negaba las violaciones a los DDHH. El sacerdote Florencio Infante predica vestido de oficial de Ejército y el R.P Bruno Rychlowsky se pasea por el Pedagógico diciendo que el único comunista bueno era el comunista muerto. 

Este lenguaje tiene un acto fundacional. El 7 de Julio de 1977, en una manifestación con ribetes fascistas, ideada por Enrique Campos Menéndez y con discurso de Pinochet, escrito por Jaime Guzmán, se observa a diversos jóvenes como Patricio Melero, Antonio Vodanovic, Joaquín Lavín y Claudio Sánchez subir con antorchas a Chacarillas con el objetivo de catapultar el Chile oficial.

De pronto, primero como rumor y luego como texto, este lenguaje oficial comienza a ser transgredido desde los márgenes de la sociedad. La palabra no se pide, se toma. Se rompen los límites y la marginalidad se hace escuchar. Artistas, chicos del barrio, homosexuales, cantantes callejeros, estudiantes universitarios y diversas tribus sacan la voz.

En 1983, un grupo de estudiantes del Liceo 6 de San Miguel se apropia del discurso y se focaliza en los jóvenes que están pateando piedras. Su hipótesis central es que “los hippies y los punks, tuvieron la ocasión de romper el estancamiento. En las garras de la comercialización. Murió toda la buena intención” luego llaman a unirse al baile de los que sobran.

Se produce un cambio elemental en la canción de protesta. El sujeto en primera persona es el joven que está pateando piedras. La arenga social y lo pegajoso de sus melodías, hacen de Los Prisioneros una banda icónica del rock chileno. Un mensaje político, firme y urgente enunciado al margen de los partidos. Nacido en plena dictadura, emerge un rock directo, alejado del virtuosismo de los músicos progresivos y de la solemnidad del Canto Nuevo.

El baile de los que sobran es, hasta hoy, un himno de las protestas juveniles, no sólo en Chile. Algo similar, viene ocurriendo en el teatro. Andrés Pérez forma el Teatro Urbano Contemporáneo, donde descubre un cambio en el formato teatral y se enfrenta a la necesidad de presentar sus espectáculos en comunas populares. La vocación por idear puestas en escena para la calle se acentúa y estrena “Bienaventuranzas”, que repasa   el capítulo bíblico del nacimiento de Cristo y la oposición del César. Se establece la interacción con el público, se rompe el concepto de escenario y se instituye una relación horizontal con el espectador. El público aprende del actor y este aprende del público.

Pérez viaja a Francia, en 1982 se integra al Théâtre du Soleil, dirigido por Ariane Mnouchkine (1939). ​ Durante su participación en dicho grupo, actúa en obras como Enrique IVRicardo IILa historia terrible, pero inacabada de Norodom Sihanorik, rey de CamboyaLa Indiada, entre otras. Regresa a Chile en 1988, año en que, influenciado por su experiencia en Francia, funda la compañía Gran Circo Teatro,  estrena varias obras  entre las que destaca la historia de un joven popular que se enamora de una prostituta de San Antonio. La Negra Ester. Esta obra relata la marginalidad del mundo prostibulario. Es escrita en primera persona por el ex joven, Roberto Parra y se considera una de las renovadoras de la escena artística chilena.

La ruptura del escenario, como lenguaje, comienza a manifestarse en la década de los 80, los jóvenes requieren otras narrativas para traducir los acontecimientos sociales de aquella época trágica. El joven arquitecto Igor Rosenmann, junto a su hermano Yanko, montan en el Metro una acción de teatro invisible.

Los jóvenes se proponen metaforizar el horror de la tortura en espacios no tradicionales, centros de alumnos, clubes deportivos y locales parroquiales. Las actividades performáticas, que han estado siempre presente en la escena nacional, se multiplican. Uno de los artistas representativos de la vanguardia de los 80 que trabaja performáticamente, es Vicente Ruiz. Su concepto artístico incluye personas, cuyos cuerpos eran exigidos al máximo de la resistencia que la obra de arte demandaba para la exposición pública.

El teatro El Trolley, donde, entre otros, trabajan Ruiz, Griffero y Titín Moraga, se transforma en uno de los íconos de la contracultura. Ubicado en calle San Martín 841, en la ciudad de Santiago, consiste en un galpón que ha sido abandonado por el Sindicato de trole-buseros. Su entorno estaba conformado por prostíbulos, una central de la policía de investigaciones y la Cárcel Pública de Santiago, donde se mantenía recluidos a presos políticos.

A mediados de esa década Ruiz se junta con la actriz Patricia Rivadeneira y juntos indagan la forma de plasmar sus ideas sobre lo femenino, lo erótico y su relación con la política y el poder, es el under capitalino de un Chile bajo dictadura. Convocan a la diseñadora Jacqueline Fresard a las bailarinas Tahía Gómez y Cecilia Aguayo y forman Las Cleopatras, una particular apuesta de danza. El trabajo de Ruíz continúa y el año 92, con una recién nacida democracia, monta junto a Patricia Rivadeneira, la performance “Por la cruz y la bandera”, donde la actriz aparece crucificada, desnuda cubierta sólo por la bandera nacional en el Museo de Bellas Artes.

Otros que trabajaron el formato performático fue el dúo artístico conformado por Pedro Lemebel y Francisco Casas Silva: Las Yeguas del Apocalipsis. Activos entre 1987 y 1993 se destacaron por la necesidad de generar visibilidad respecto de la diversidad sexual en Chile. Su nombre alude a los Jinetes del Apocalipsis del Nuevo Testamento y se caracterizan por sabotear eventos artísticos, instalándose como un fenómeno de la contracultura, repartiendo panfletos sobre el SIDA.

La primera intervención registrada fue la tarde del sábado 22 de octubre de 1988, durante la entrega del Premio Pablo Neruda, al poeta Raúl Zurita en La Chascona. En medio de la ceremonia, Lemebel y Casas aparecen ofreciendo al galardonado una corona de espinas, que no fue aceptada por el poeta. Meses después, el 21 de agosto de 1989, durante un encuentro de intelectuales con el candidato presidencial Patricio Aylwin, suben al escenario con tacones y plumas, alzando un lienzo que decía «Homosexuales por el cambio». Luego bajan de escena y Francisco Casas se precipita sobre el entonces candidato a senador Ricardo Lagos, dándole un beso en la boca.

El concepto de performance da cuenta de prácticas corporales transformando e interviniendo el espacio público, a partir de su relación afectiva con otros cuerpos.  Mismo concepto que es corroborado por Ruiz en la entrevista realizada por Ezzio Mosciatti en Radio Bio Bio a raíz de la película: “Vicente Ruiz a tiempo real”

La profesora Ariadna Itzel Solís Bautista propone, en la investigación: ”Las Yeguas del Apocalipsis: el cuerpo como estrategia de resistencia”

“(Que)Se pensará este cuerpo en resistencia como un acto de oposición a la fuerza, lo cual implicaba no ceder ante la voluntad del Estado dictatorial. Pero también, como una instancia creadora de nuevas realidades, valores y relaciones. (Revista de estudios interdisciplinarios de arte y cultura. Universidad Autónoma de México-2018 pp 117 -160)

En cuanto a su rol como activistas de la diversidad sexual, Las Yeguas del Apocalipsis participan en el primer Congreso Homosexual Chileno que se realiza en la ciudad de Coronel en noviembre de 1991, donde participan integrantes del Movimiento de Liberación Homosexual (Movilh), la Colectiva Lésbica Ayuquelén y el Colectivo LEA. Posterior a la finalización como dúo en 1993, Lemebel y Casas se reúnen para realizar acciones performáticas, como por ejemplo la realizada en 1997 durante la VI Bienal de La Habana, con una exposición visual y la reproducción en audio del manifiesto «Hablo por mi diferencia» mientras de fondo sonaba el himno de la Internacional Socialista.

Es cierto que los mencionados no son los únicos, nombres como los de Juan Pablo Sutherland, Paz Errázuriz, Gregory Cohen, Malú Urriola, y Los tres han quedado, injustamente, fuera de esta columna, sin embargo, lo importante ahora es que estamos expectantes a un nuevo cambio de lenguaje, una nueva sintaxis.

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2 comments

Federico Gana Johnson agosto 3, 2023 - 10:18 pm

Gran texto Panchito! Eres definitivamente un erudito en estas materias. Y en otras. La vida es enteramente una cuestión de sintaxis. Rescato el siguiente párrafo, de tu autoría: «….el 21 de agosto de 1989, durante un encuentro de intelectuales con el candidato presidencial Patricio Aylwin, suben al escenario con tacones y plumas, alzando un lienzo que decía «Homosexuales por el cambio». Luego bajan de escena y Francisco Casas se precipita sobre el entonces candidato a senador Ricardo Lagos, dándole un beso en la boca».
Gramaticalmente un ósculo perfecto, dadas las circunstancias históricas.

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Pncho Zeta. agosto 4, 2023 - 7:00 pm

Gracias Federico…. todo ósculo, ha de ser sintáctico

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