Doblando la esquina hacia el Siglo XXI, el anterior perdió la ambición por el mundo y la ser humano. Por frustración, es verdad, pero igual. Que podemos crear un mundo históricamente nuevo, y a nosotros mismos, que esa es nuestra potencialidad exclusiva, fue sustituida por la convicción de que somos el último hombre, y que hemos llegado al final de la historia. Que descubrimos ¡por fin! y definitivamente, qué es el mundo, quién el ser humano, qué la sociedad, qué la psiquis, sin las ilusiones y los mitos de milenios.
El mundo históricamente creado, liberal, democrático, de mercado, tecnológico, con sus variaciones y fughettas, es el definitivo. El de la libertad individual, el poder político distribuido, la eficiencia y el progreso material, desde el cual la historia, si se pretende cambiar, no puede sino ir guarda abajo. Un mundo por fin comprendido en las leyes y principios naturales, económicos y antropológicos que lo hacen ser como es.
Por fin conoce también quién es ella misma realmente, la ser humano: sujeto individual, racional y emocional, la yo dotado de emociones características dadas y de una lógica universal dada, que se adapta autónomamente, en forma óptima, al mundo y a sí misma. Le saca el máximo partido, sacándose el máximo partido, a los seres dados con los que se encuentra.
Un poco triste, la verdad. Un tanto limitado el juego de optimizar la adaptación de, y a, lo que realmente es. Aceptar la naturaleza y el medioambiente tal cuales son, la escasez dada por los precios de mercado, los géneros sexuales, la pulsiones psíquicas naturales, los equilibrios macroeconómicos, los condicionamientos de la conducta de clases, segmentos, estamentos y agrupaciones sociales, los derechos humanos, produce un bullicio de actividad que parece ambicioso. Pero ¿no es resignado?
Puede dar hasta lástima este ser humano. Preso de sí mismo, a quién por fin ha conocido realmente (con quién se encuentra en esta era iluminada), el agente racional, y entrampado en el mundo que por fin conoce verdaderamente (descubierto en este tiempo científico), el mundo real objetivamente estructurado y regulado, no le queda otra que adoptar estrategias defensivas ante lo que hay. Defender los derechos humanos del agente individual racional (que cree universales), la democracia actual (convertida en principio trascendente), los procesos medioambientales (que considera dados), la economía actual (que cree natural), las etnias, géneros y culturas (que supone existen de manera independiente).
Se me ocurre que no es primera vez en la historia, que olvidados de la manera como entienden y tratan el mundo, y los seres humanos, éstos creen que las cosas y las personas con las que se encuentran son independientes de sus actividades; por lo tanto objetivas. En este sentido, que su momento histórico es final, definitivo. Pero me llama la atención que tanto pensar progresista actual caiga en lo mismo. Quizás es porque ha debido lidiar con la falla del gran experimento constructivista del Siglo XX. De esta saca como conclusión que ocurrió por un entendimiento erróneo de cómo son realmente las cosas, el mundo y los seres humanos, y no por un insuficiente voluntarismo creador; una conclusión que tipifica al último hombre, la agente racional. Y ahora que aprendió a costalazos a entender bien lo real, adquiere una prudente aceptación; es que la historia, finalizada, ya no admite saltos creadores.