Una conversación como en “La Catedral”

por Dante Cajales Meneses

Todos tenemos un bar como “La Catedral”. Los que han leído a Mario Vargas Llosa entenderán la analogía. Una panadería, la esquina bajo la luz del poste, la botillería de barrio, una reparadora de calzado de antaño, la banca junto al árbol. Muchas veces nos detuvimos a conversar y a reflexionar en torno al modo que tiene nuestro país para resolver los problemas. Igual que Norwin, divagando en la incertidumbre, nos preguntamos una y otra vez “en qué momento se había jodido nuestro país”.

 55 años después, Mario Vargas Llosa retorna a los restos del famoso bar “La Catedral”, en busca de los fantasmas de Zavalita y el zambo Ambrosio de su gran novela «Conversación en La Catedral». No intento rasgar vestiduras con la persona de Mario Vargas Llosa. Su domicilio es conocido. Me concierne su obra, bueno, parte de su obra. Como la obra de todas y todos los que integraron la generación del boom latinoamericano que dio carácter a decenas de cuentos e historias relatadas en una prosa simplemente magistrales.

 Conocí a Vargas Llosa con tan solo 19 años. El colegio donde estudié seleccionó a un grupo de alumnos para asistir a una charla del escritor en la “Fundación Eduardo Frei Montalva”. Gracias a un profesor y a mi condición de exalumno, me colé en el grupo. Recuerdo al escritor Guillermo Blanco presentando a Vargas Llosa, y yo escuchándolo casi por dos horas, de pie, junto a una ventana. “La cultura de la libertad, la libertad de la cultura”. Al finalizar la charla, mientras el publico persistía con los aplausos, todos los presentes se amontonaron rodeando al escritor para firmar sus libros. Me acerqué con la timidez de un adolescente que escribe poesía. Era de mi conocimiento que Vargas Llosa no era poeta; aún así, mi intención siempre fue entregarle un manuscrito con poemas. Logré pasárselos unidos por un clip. En la última hoja escribí la dirección de la casa de mi madre. Me dio un par de golpecitos en la espalda, lo enrolló con descuido y colocó el fajo de papeles en el bolsillo de su chaqueta. Me miró de reojo, se puso a conversar con el escritor Alfonso Calderón. Fue la única vez que crucé una mirada con Mario Vargas Llosa, porque palabras, no hubo.

 De ese encuentro pasaron casi seis meses. Eran tiempos difíciles; el dinero escaseaba, el arancel para estudiar periodismo era inalcanzable para la economía familiar. Recuerdo que un día llegué a casa bastante apesumbrado porque tenía que dejar la universidad. El mismo día encontré sobre mi cama un sobre blanco tamaño americano, sin logos, sin membretes, ni remitente: “Para Dante”. Dentro venía el casete de la charla: «La libertad de la cultura, la cultura de la libertad» -aún lo conservo- acompañado de una escueta nota escrita a máquina: Sus versos son dramáticos. Quisiera decirle, ante todo, que siga adelante. Publique sus poemas. Cerraba con una firma que, con los años, dilucidé que pertenecía a Mario Vargas Llosa. Un año después publiqué mi segundo libro, Casa para morir (1986).

No tengo dudas, la poesía es aquello que aceptamos como una entera actitud ante el tiempo y el lenguaje. Un impulso con el que tropezamos, mientras que las otras cosas de la vida las hacemos. Han pasado 48 años de la publicación de mi segundo libro. 55 años de “Conversación en la catedral”. Echo un vistazo a mi país: modernas autopistas, Santiago, ciudad “inteligente”, ciclovías mal diseñadas, trenes subterráneos operados remotamente, la gran Torre Santiago, la más alta de América del Sur, ¿y? De qué puede servir esta categoría de modernidad si no perdemos la condición de aldeanos para resolver nuestros conflictos como sociedad. La lealtad histórica-vital, lo que sin lugar a dudas tiene efectos incuestionables en la vida de cualquier ser humano, queda plasmada en la misma pregunta que se hizo Norwin: “desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodidoel Perú? 55 años después, igual que en el Perú, la corrupción y las tensiones sociales del Chile del siglo XX se han desplazado al siglo XXI. ¿En qué momento se había jodido Chile? El imperativo de la acción en Vargas Llosa está reñido con su visión pesimista de la historia.

 En un periódico digital leí que el escritor peruano ha regresado a aquellos lugares emblemáticos de sus novelas. A sus 88 años de edad, vuelve a espacios que sus historias han logrado colocar en el imaginario colectivo de quienes lo hemos leído. El escritor Mario Vargas Llosa siempre ha sabido manejar muy bien su imagen y estas apariciones tienen el sello característico e innegable de una planeada despedida del escritor y del hombre con los espacios donde transcurrieron sus relatos. Respetemos eso.

El antes y después del bar La Catedral, lugar reflejado en la literatura de Mario Vargas Llosa.

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