Primera parte
“Aunque estén feas, sucias y destruidas, me gusta caminar por tus calles, Valparaíso, porque me pertenecen y reviven mi memoria”, dice un porteño nacido en los años cincuenta, hoy residente en Viña del Mar, pero que no deja semana sin ir al puerto. Aun así, su estado de ánimo dista mucho del júbilo que le provocó, en 2003, la declaración de la ciudad, por la UNESCO, como Patrimonio de la Humanidad, en razón de su “testimonio excepcional de la primera fase de la globalización avanzado el siglo XIX, cuando se convirtió en el puerto comercial líder de las rutas navieras de la costa del Pacífico de Sudamérica”[1].
Transcurridos más de veinte años desde aquella proclamación, el amargo quebranto de la vida urbana en Valparaíso es implacable y cualquier proyecto futuro viable debe partir de su descarnada constatación. El casco histórico del plan se encuentra devastado y sus otrora ostentosas arterias comerciales, especialmente las calles Esmeralda y Condell, semejan la desolada ruina que sigue a una guerra. Gran parte de las tiendas cerraron y sus caídas cortinas están cubiertas por graffiti chabacanos que reavivan, en antiguos habitantes, la nostalgia por el muralismo setentero de las brigadas Ramona Parra y Elmo Catalán, el de Cekis, Hes y Saile en tiempos más cercanos e, incluso, algunos murales que excepcionalmente se pueden observar todavía en los cerros Alegre y Concepción.
Edificios históricos que fueron producto de la formidable reconstrucción del acomodado plan de la ciudad tras el terremoto de 1906, han sido abandonados por sus actuales propietarios debido a que no les reportan rentas siquiera moderadas, como consecuencia de su dramática depreciación. El estado de la legendaria sede del colegio de los Sagrados Corazones, adquirido en 2015 por la Universidad de Playa Ancha, descorazona a los exalumnos que pasan de largo ante su fachada derruida; el inmueble de la escuela Ramón Barros Luco, declarado Monumento Nacional hace veintiún años, todavía espera su restauración definitiva. El edificio histórico del periódico de más longeva circulación nacional, desde 1827, se alza como silencioso espectro ruinoso del pasado. Y qué decir de otros edificios de belleza arquitectónica destruidos a causa de la lenidad pública, como el de la Compañía Chilena de Tabacos, que había sido declarado inmueble de conservación histórica, o el Cine Valparaíso, estilo art decau, reemplazado por un vulgar mall, como ha ocurrido con casi todas las antiguas salas cinematográficas.
Por cierto, iniciativas como la remodelación y restauración de los edificios Prat y Utópica son loables, pero insuficientes. Sabido es que el deterioro urbano se acentuó a partir del estallido social y su consiguiente violencia callejera y, luego, con la pandemia. Entre 2020 y 2022, las pequeñas muertes patrimoniales de cada día se multiplicaron con el cierre de comercios tradicionales que evocaban la vitalidad de las tabernas del Dublin de Joyce, tales como el restaurante Hamburgo, el Bar Inglés o el Jota Cruz. También cerraron históricas librerías como la Ivens, la Orellana y otras. A pesar de la heroica resistencia de algunos propietarios, el proceso ha persistido, a la par del estancamiento en la construcción de nuevas edificaciones en la parte baja, mitigado, es cierto, por el inicio del proyecto habitacional Parque Barón, para ciento veinte familias, en el barrio Almendral.
De otro lado, la delicada situación de seguridad ciudadana que siguió a aquellos sucesos ha provocado el traslado a la vecina Viña del Mar de varias casas matrices de empresas, verbigracia, la sanitaria ESVAL, o de establecimientos tan antiguos como la agencia de aduanas Santibáñez, con más de ciento treinta años de experiencia. Agrégase el masivo éxodo de profesionales del derecho, la medicina, la arquitectura, etc. Y es que, por lo que toca a los delitos de mayor connotación social, la ciudad supera los porcentajes de la Región y los nacionales[2]. En 2023, los robos crecieron en un 29%, proporción que aumenta al 37% tratándose de robos en lugar habitado[3]. Todos los días pequeños negocios son objeto de la ratería, lo cual explica que Valparaíso encabece la tasa nacional de victimización del comercio, con un 69,9%[4]. Se añaden actos de pillaje en establecimientos educacionales, gran parte de ellos asimilables al denominado “robo hormiga”. Sintomáticamente, los edificios de la Gobernación Regional y de la Delegación Presidencial pertenecen al cuadrante en que ocurre la mayor cantidad de delitos.
Otra anomalía que impacta al comercio, en toda la ciudad, es la profusión de vendedores ambulantes ilegales, relativamente acrecentada por la inmigración irregular; y al atardecer, cuando la ciudad comienza tempranamente a vaciarse, aumenta la comercialización de drogas. Las rencillas entre los expendedores son frecuentes a toda hora.
Por cierto, como lo hemos apuntado, florecen excepciones que atenúan la angustia del paseante, como son las restauraciones del palacio Cousiño, adquirido por el DUOC, y de la emblemática Iglesia de San Francisco, en el cerro El Barón. Asimismo, hay barrios habitados por sectores de mayores ingresos en que se puede apreciar un mayor cuidado y espacios cuya belleza se conserva y hasta se renueva, por ejemplo, en los ya aludidos cerros Alegre y Concepción y en sectores de Playa Ancha. Pero, por otro lado, de los más de treinta icónicos ascensores que poblaron los cerros durante un siglo, solo ocho se encuentran en funcionamiento, mientras otros siete esperan su prometida reapertura.
En medio de las edificaciones abandonadas, pulula un paisaje humano de pobreza material y moral que se palpa, particularmente, alrededor del histórico mercado del Cardonal, donde abundan vendedores callejeros, personas ebrias y en situación de calle imbuidas de un individualismo agresivo y carentes de elemental conciencia cívica y social. Es incontrovertible que este cuadro lumpenesco, además de provocar el éxodo de los vecinos de barrios estigmatizados, ha impactado en el turismo.
Conforman este complicado contexto la elevada tasa de desempleo y el incremento de la informalidad laboral en más de un 30%, superiores a los porcentajes nacionales. Y en correspondencia con el fenómeno descrito, las tasas de pobreza por ingresos y de pobreza multidimensional en la ciudad porteña son también más elevadas que las tasas regionales y del país[5]. En otro ámbito, pese al coraje de gestores y actores de eventos culturales y artísticos, y a la entereza de las universidades y demás establecimientos educacionales, el cultivo del espíritu debe enfrentar los inexorables obstáculos derivados de las externalidades negativas que hemos reseñado.
A todo lo expuesto, se une la frecuencia histórica de desastres naturales, acrecentados hoy por incendios estructurales, especialmente en sitios irregularmente poblados.
La calamidad que repasamos no es frecuente. Pocas son las grandes ciudades de las edades moderna y contemporánea que se han arruinado. Esta ciudad, otrora principal puerto del Pacífico sur, es una de ellas; Detroit es otra. Con todo, para esperanza de ambas, hay urbes que revirtieron su desolación, como lo hizo Granada, tras su ruina, en el siglo XIX.
Se debe anotar que la vertiginosa decadencia de Valparaíso no es motivo de preocupación para toda la población que nació o reside en la ciudad. El sobrecogedor panorama que tanto aflige a muchos porteños de capas medias, la mayoría de los cuales abandonó el puerto no acongoja en nada a la gran masa de la población pobre, pues para esta no existió esa antigua urbe que -no hay que olvidar- contaba con un plan elegante, pero se caracterizaba también por la pobreza extendida en la mayoría de los cerros. Son pobladores que se desenvuelven con normalidad subjetiva, tanto en sus barrios de residencia como en aquellos en que trabajan para subsistir.
Asimismo, carece de rigor el aserto de que “los únicos responsables son las autoridades de los últimos años”, como me dice un amigo. Este es un estereotipo que, a mi juicio, dificulta enfrentar correctamente la situación, pues desconoce que ella trasciende con mucho el municipio, sin perjuicio de que sus titulares hayan realizado gestiones deficientes para la reversión del deterioro urbano.
La decadencia de Valparaíso es un proceso que data de antiguo, con hitos diversos, cuyas causas hay que indagar con objetividad. A mi entender, estas causas son, concatenadas, de carácter económico y demográfico. Sin duda, la inauguración del Canal de Panamá, en 1914, impactó en el tráfico marítimo y la actividad portuaria, toda vez que disminuyó drásticamente la circulación naviera por el Cabo de Hornos. Hay quienes, con propósitos especulativos, niegan dicha evidente causalidad y atribuyen la decadencia del puerto a que Chile se negó, durante años, a utilizar el Canal de Panamá. Sea como fuere, a partir de aquel suceso histórico originario, la ciudad comenzó un proceso de paulatina merma económica que, sin embargo, no afectó en corto tiempo el dinamismo urbano ni la vida misma de la ciudad.
Otro factor que, con el tiempo, impactaría las finanzas de la comuna fue el paulatino éxodo a Viña del Mar, primero, de las familias de más altos ingresos y luego, de parte importante de las capas medias acomodadas, un fenómeno que adquirió celeridad desde 1920, año en el cual la población porteña superaba los ciento sesenta mil habitantes, mientras Viña del Mar contaba con apenas cuarenta mil. Para muchos profesionales liberales, oficiales de las fuerzas armadas y funcionarios públicos, trasladarse a la vecina Ciudad Jardín constituía un signo de ascenso social que les permitiría relacionarse con “la sociedad” viñamarina y facilitaría la participación de sus hijas en los elegantes juegos florales publicitados en las secciones de “vida social” de la prensa. El pausado traslado de familias porteñas al apacible balneario se intensificó en los años treinta, merced al extraordinario impulso que dio a la ciudad el “Plan Viña del Mar” desarrollado por el Gobierno de Ibáñez, que contempló la edificación del teatro municipal, el camino costero, nuevos balnearios, una enorme piscina y hasta un gran casino de juego, sin olvidar el palacio presidencial del Cerro Castillo.
Aun así, la ciudad puerto resistió este drenaje de gentes y contribuciones pecuniarias, porque Viña del Mar era solo el dormitorio de aquellas familias, las cuales mantenían en Valparaíso sus comercios, estudios profesionales y los colegios de sus hijos. No sería sino hasta los años sesenta que, mediando, cuantiosas inversiones gubernamentales de construcción de viviendas para las capas medias, favorecidas con fuertes subsidios, gran parte de las familias de empleados públicos y particulares partieron a Viña del Mar. De este modo, si en 1960 la población de Valparaíso era de 252.865 habitantes y la de Viña del Mar alcanzaba los 115.467, en 1970 el puerto había crecido en menos de mil personas (253.533 hab.), mientras la vecina ciudad había elevado su población en más de ochenta mil habitantes (187.956 hab.)[6]. Esta evolución se aceleró progresivamente hasta hoy, en que la población viñamarina se estima en 371.490 habitantes y supera a la de Valparaíso, que cuenta con 320.816 personas[7]. En otras palabras, durante cincuenta años, el puerto creció en poco más de sesenta y seis mil personas, pero en relación cualitativa inversa al crecimiento de Viña del Mar, puesto que los nuevos porteños son, en gran parte, personas vulnerables. A fin de cuentas, demográficamente, Valparaíso ha experimentado un proceso de pauperización más determinante en su decadencia de lo que ha sido el descenso cuantitativo de su población.
En la segunda parte, concluiremos el análisis de la crisis que atraviesa Valparaíso, pero apuntaremos también al desafío de la esperada y posible superación de la misma, recordando aquello que no se sabe quién dijo: “Nunca la noche es más negra que cuando se acerca la aurora”.
[1]Vigésimo Séptima Reunión Ordinaria del Comité de Patrimonio Mundial, acuerdo de la 27 COM, 8C, 41, 2003
[2] En 2023, mientras la tasa comunal de denuncias de estos delitos, por cada, 100.000 habitantes fue de 2.026,1, la tasa regional fue de 1.584,3 y la nacional de 1562,3. Fuente: Subsecretaría Prevención del Delito, Min. Interior
[3] Carabineros de Chile, estadísticas del periodo enero octubre de 2023, en relación con el mismo periodo de 2022.
[4] Depto. de Estudios de la Cámara Nacional de comercio, Servicios y Turismo de Chile (CNC), octubre de 2023
[5] Tasa de Pobreza por ingresos: 7,4% en la comuna, 6.6% en la Región y 6.5% en el país. Tasa de pobreza multidimensional: 19.1% en la comuna, 17.2% en la Región y 16.9% en el país. (Casen, 2022)
[6] Censos nacionales de 1960 y 1970.
[7]https://www.ine.gob.cl/estadisticas/sociales/demografia-y-vitales/proyecciones-de-poblacion.
Visto el 09.06.2024
4 comments
«Valparaíso en la noche» es un análisis de la desgarradora realidad de un puerto principal abandonado, que se hunde como un barco a la deriva.
Saludo tu artículo sobre nuestro puerto con un poema, querido Jaime.
Extracto del poema «Un Poco de Mí»
Entre calles sinuosas
plenas de curvas sensuales,
escaleras rebeldes,
cerros inmanejables,
rostro de borrasca,
Valparaíso me acogió como un hijo,
y a una edad que no recuerdo
con la confianza de un maestro
a un discípulo aventado,
sin ser divinidad
en pleno mar me puso
para empezar a caminar
Bravo Jaime: desgarrador y certero diagnòstico y comentarios que hacen pensar y acongojan a quienes,como yo, en su juventud, un dìa, llegamos buscando un destino que «este puerto que amarra como el hambre » no nos negó.
Ojalà alcancemos a verlo levantarse.
Felicitaciones Espero la segunda parte.
Un abrazo.
Jaime, excelente artículo, muy certero análisis de la realidad de nuestro Puerto querido. Nací en Valparaíso, nos trasladamos a Quilpue el año 1955, pero ,estudie toda las preparatoria , humanidades y la universidad en Valparaíso. En la Católica. Viajando a diario al Puerto. Hoy ir a Valparaíso es triste, pero, aún conserva eso mágico. Ojalá haya un cambio en los porteños en relación a cuidar la ciudad, partiendo por el barrio.