Me pregunto cuánto hemos avanzamos por el camino del olvido de nuestras diferencias y la unión alrededor de la víctima propiciatoria, el inmigrante venezolano.
En el trasfondo, un extendido ánimo social histérico de inseguridad, fenómeno que nos hace iguales al resto del mundo, ni más ni menos. Emocionalidad tan masiva que nuestros dirigentes y elites en vez de poner paños fríos se suman al coro, temerosos de perder audiencia y votos. Es una de las posibilidades trágicas de la democracia. Yo nunca he tenido la pega de alcalde, diputado o senador, así que no sé, pero por lo que veo parece que entristece demasiado perderla. ´Sacar tanques a caminos y calles´, ´declarar estado de sitio´, ´estamos en crisis´, ´es nuestro principal problema como país´, gritan de derecha a izquierda y de arriba abajo. No creo que ninguna de nosotros sea inmune al influjo emocional.
Los migrantes van cuajando poco a poco como chivo expiatorio. De entre ellos, el venezolano, que ha traído consigo una violencia sangrienta que desconocíamos, y nuevas formas de crímenes como el sicariato y el secuestro extorsivo. Amplificadas, siguen las voces a diestra y siniestra, altas y bajas.
Es un frenesí verbal de almas angelicales pacíficas que nadie se atreve a desafiar recordando el bombardeo de La Moneda, al asesinato de Jaime Guzmán, el rapto de Cristián Edwards, ese sicario gringo que actuó en Washington y Buenos Aires bajo contrato nacional, el chacal de Nahueltoro, los crímenes múltiples de Alto Hospicio, el clásico carterista chileno de merecida fama internacional… ¿Quién no se deja tentar por explicaciones que nos hacen quedar tan bien? La víctima propiciatoria siempre debe permitir sentirse limpios a los victimarios.
´Tenemos un problema con los migrantes venezolanos´. ´Ni un venezolano más´. ´A construir un muro en la frontera para detenerlos´. ´Está bien darles derechos ciudadanos, pero no que voten para decidir qué gobierno queremos tener´. ´Están complotados para venir a votar por A o B”, hay que cerrarles la entrada´. Lo peor es que todo este lloriqueo escandalizado hace sentido a la emocionalidad imperante que nos arrastra a todos. Es difícil quedarse aparte de un coro tan unánime, da miedo, capaz que la agarren con uno.
No conozco más remedio que hacer un esfuerzo para rememorar la exigente invitación, ´el que esté libre de violencia que lance la primera piedra´. Un buen ejercicio: yo no. Creo que es hora de dar marcha atrás. No vaya a ser cosa que lloriqueemos demasiado tarde, como Pedro, por dejarnos llevar por el ánimo de linchamiento del griterío ambiente. Cuando menos, de exclusión.