Durante el fin de semana, retomando la contingencia después de las celebraciones del año viejo y el nuevo, leí una columna del ex Ministro de Hacienda y candidato presidencial, Ignacio Briones. Su mirada pone sobre el tapete tres problemas críticos de la sociedad chilena que debieran estar en el programa político de cualquier partido que se mire a sí mismo como progresista y de izquierda. Se trata de algo simple pero gigantesco: mejorar la calidad de la educación preescolar y básica, priorizando en ellas la asignación de los recursos del estado; aumentar efectivamente la carga tributaria en Chile, de modo que el estado tenga más recursos, asumiendo que, si solo 1 de cada 3 chilenos pagamos impuestos, la tarea será siembre complicada; y finalmente que debe modernizarse el estado y ser, necesariamente, más eficiente para atender a las demandas de la mayor parte de la población cuyos problemas son atendidos por las instituciones públicas. Dicho de otro modo –y de esta forma lo interpreto- sus palabras son un llamado a construir un estado más fuerte que aporte más a los ciudadanos, especialmente, en su educación. De buenas a primeras suena razonable. Pero me sospecho que difícilmente llegue a ser una mirada productiva en las condiciones en que hoy se desarrolla la discusión política en Chile.
¿Por qué mi escepticismo? Porque estoy seguro que el sistema político chileno está descentrado de lo que debiera ser su vocación básica, la que es buscar fórmulas para que las personas vivan mejor y el país sea de mejor calidad. Cuando le comenté esta columna a un conocido, indicándole que me parecía interesante el punto de vista de Briones, me contestó que sí, que tenía razón, pero que era una perspectiva “liberal”. Me quedé pensando, entonces, que si reconocer una perspectiva ideológica diferente a la nuestra en las propuestas o ideas de otros, sería razón suficiente como para quitarle valor a dichas opiniones. Sin ir más lejos, este es el mecanismo que ha movido a la derecha más tradicional a oponerse sistemáticamente a las iniciativas de los gobiernos de centro izquierda y, para que decir, del actual, que lo ven más de izquierda. Algo similar nos pasa, muchas veces, desde la izquierda, y tratamos de descalificar iniciativas porque provienen del otro lado del espectro político, sin pensar en el mérito propio de las propuestas. En este tipo de aproximación a la discusión pública, hay muy pocos “libres de pecado que puedan lanzar la primera piedra”.
No soy experto en educación ni en sistemas tributarios ni organizaciones estatales. Pero leyendo las propuestas de Briones (que luego escuché en un programa radial compartiéndolas con Óscar Landerretche), me parece que los nudos centrales de sus comentarios son perfectamente aceptables. Más aún, me atrevo a suponer que es muy posible que tenga razón en muchos puntos. Es cierto que los entendidos –que suelen enamorarse de sus propias investigaciones y marcos teóricos- seguramente tendrían muchas observaciones a estos planteamientos, pero serán estas tan radicales como para no aceptar que, por ejemplo, en materia educacional “La trampa ha sido poner la carreta delante de los bueyes. Como la educación es acumulativa y secuencial, si primaria y secundaria -el primer y segundo piso de la casa- son frágiles, es imposible construir un tercer piso sólido (educación superior).” Si los estudiantes chilenos están lejos de los niveles de competencia de sus similares de países desarrollados, incluidos los estudiantes universitarios, es evidente que el problema hay que resolverlo desde abajo. Y como profesor, creo que la calidad de quienes ejercemos esta profesión es la clave (entre muchas otras variables) que se pone en juego en la sala de clases. Para ello debemos estar mejor pagados y muy bien evaluados para que los mejores estén en la tarea de formación de los más pequeños.
El tema tributario parece más complejo, pero no sería difícil, creo, aceptar que se necesita recaudar más, que la sociedad chilena tiene componentes de desigualdad que frenan el crecimiento, que la contribución a la caja del estado debe ser progresiva y no regresiva y que posiblemente debiera ampliarse de alguna forma la base impositiva, es decir, la cantidad de personas que pagan impuestos. Briones dice que “nuestra brecha de recaudación respecto a la OCDE se explica por la estrecha base del impuesto a la renta de personas: tres de cada cuatro personas no pagan y se paga muy poco en los primeros tramos”. Y alguien dirá: pero, ¿cómo?, si los sueldos apenas alcanzan. Y ciertamente tendrá razón. Entonces también debiera aceptarse que debe discutirse el tema salarial, el sindical y el tributario. Pero, desde mi absoluta ignorancia, me cuesta creer que profesionales de alto nivel no puedan concordar racionalmente políticas específicas en estas materias. Claro, se necesita asumir que el “adversario” podría tener razón. Si dos interlocutores razonables parten de esta premisa, las posibilidades de acordar grandes políticas nacionales se harían más viables.
Por último, la modernización del estado, su racionalización, su eficiencia asegurada, debieran ser prioridades para cualquiera. Creo que la experiencia de los servicios donde este tema se ha encarado con más resolución demuestra que hacerlo le da sentido a fortalecer el estado. Pienso en el Servicio de Impuestos Internos, en la ventanilla única para trámites, en algunas municipalidades donde la calidad del servicio se nota. “Tenemos un régimen de empleo público heredado de la dictadura que es una camisa de fuerza para la buena gestión. Aunque existe un diagnóstico bastante compartido sobre la necesidad de un nuevo estatuto administrativo moderno, nos hacemos trampa en el solitario haciendo reformas laterales que no abordan el problema de fondo por temor a grupos de interés”, dice Briones y propone “romper el statu quo y dignificar la labor pública con un régimen anclado en el mérito, sin inamovilidad general, pero con indemnizaciones por años de servicio (como cualquier chileno)”. Suena razonable.
En honor a la verdad, mucho de estos problemas se han ido abordando a lo largo de las décadas, pero una mirada integral no ha podido ser instalada. Para ello se necesitaría una nueva calidad de interlocución entre quienes están en la tarea pública, los académicos e investigadores y la sociedad civil, una en que en el centro del debate estén los problemas específicos que se espera alcanzar y no los grandes y, a veces, grandilocuentes proyectos de sociedad. Hace poco, un férreo defensor de los proyectos revolucionarios del siglo pasado me contaba haberse encontrado después de años con un amigo chino, cuadro profesional del PC chino. El compañero revolucionario le pidió a su amigo chino que le explicara cómo podía tolerarse el decurso capitalista de la economía china, que estaba generando tantas desigualdades. Y el compañero chino le contestó: “sí, es verdad que hay grandes multimillonarios, pero hoy día nadie pasa hambre”. ¿Sabiduría milenaria, pragmatismo político ramplón, o simplemente la política pensada para los ciudadanos?
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Convencida que correr,los liniamientos ortodoxos del siglo XX,para ambos sectores. Ni es una discusión politíca. Es una obligacion con la humanidad.