Una frase del presidente Boric, en medio de una entrevista televisiva, dio lugar a una agria respuesta pública por parte de un histórico dirigente del PC, que tuvo un rol destacado durante el gobierno de la UP y cuya entrega al proceso la pagó con la prisión en la Isla Dawson (uno de los primeros campos de concentración de la dictadura) y un largo exilio. Le reprocha al presidente declarar que se “habla mucho de la Unidad Popular y yo creo que es un período a revisar”. Y acota el presidente que “desde la izquierda tenemos que ser capaces de analizarlo con mucho mayor detalle y no sólo desde una perspectiva mítica”. La respuesta es categórica: “Es inaceptable pretender reducir el reconocimiento y la admiración a nivel mundial que goza el Presidente Allende, al gesto mítico de haber entregado su vida en defensa de la institucionalidad democrática”. ¿Qué conecta esta respuesta con la declaración de Boric? Deduzco que un libro. Uno que me gustaría recomendar: “SALVADOR ALLENDE. La izquierda chilena y la Unidad Popular” (Taurus, 2023), de Daniel Mansuy.
El eslabón perdido de esta controversia pareciera ser “el gesto mítico” del compañero presidente, su suicidio el 11 de septiembre, antecedido de su extraordinario último discurso, escena que se analiza en profundidad en el libro de Mansuy y que Boric releva como un hecho que necesariamente hay que revisar históricamente, pero llevando el análisis más allá del puro gesto heroico. Es curioso que este hecho evidente y significativo por su trascendencia en nuestro devenir, pueda generar en personas que se supone habitan el mismo espacio político cultural, sentimientos tan encontrados. Y digo que esto es curioso porque el crítico –que además está indignado y emite un juicio definitivo: “es inaceptable”- en el fondo hace, desde su perspectiva, lo que el presidente pide: que vayamos más allá del suicidio y cuestionemos el gobierno de la Unidad Popular, analizándolo en todas sus profundidades. ¿Pero qué hace el crítico? Argumenta entregando con detalle el listado de acciones realizadas por el gobierno popular para mejorar las condiciones de vida de los sectores más populares, interpretando aquello como el inicio de un proceso de transformaciones estructurales del país, con pleno respeto de la democracia representativa. O sea, ¿por qué se enoja tanto cuándo él hace lo que el presidente pide?
Parece un contra sentido, pero no lo es. Porque al crítico le molesta, además, lo que hace el presidente Boric: “nos recomienda leer el libro SALVADOR ALLENDE. La izquierda chilena y la Unidad Popular, escrito por Daniel Mansuy, nieto del ex almirante Ismael Huerta, uno de los principales instigadores del golpe de estado de 1973. Se trata -nada menos- de quién le trajo a Pinochet, el ultimátum formulado por José Toribio Merino para unirse al golpe de estado, que tendría lugar con o sin su participación”. Esta declaración se parece a aquella que asegura que tu pasado te condena. Pero aquí la frase toma el carácter de una tragedia griega: pagarás las culpas de tu familia, de generación en generación, lo que, para los efectos de esta discusión, significa que, si soy de izquierda, no debo leer –y ni mucho menos- recomendar el libro escrito por un académico que es doctor en ciencia política y magíster en filosofía, que no había nacido para el golpe de estado y que, cuando la dictadura se acabó, recién pasaba los diez años de edad. Y no debo hacerlo porque es nieto de un almirante que formaba parte de quienes estuvieron en la conspiración para derrocar a Allende.
De pronto, me asoma la sospecha de que el crítico del presidente no alcanzó a leer el libro de Mansuy. Su columna parece arrancar de la rabia más que del razonamiento, lo que pareciera nublarlo de tal forma, que le reprocha al presidente invitar a hacer lo mismo que él hace en su columna, o sea, analizar el período de la UP con más profundidad y no quedarnos en el puro acto de martirologio. Presumo esto porque somos muchos quienes podemos compartir el orgullo por las realizaciones del gobierno de Allende y tenemos clara conciencia de que el golpe de estado en Chile fue parte de una estrategia regional, coordinada desde Estados Unidos, y que se comienza a implementar desde mucho antes en toda América latina (al menos en Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay, en escenarios similares e implementando políticas represivas que generaron sistemáticas violaciones a los derechos humanos y a las reglas de la democracia). Mansuy visualiza esta situación, aunque no profundiza en sus efectos, lo que para mí es un límite de su texto. Tiendo a pensar que, probablemente, tomar ese camino lo sacaba de su foco de análisis.
Porque lo que el libro propone es una revisión de las condiciones generales que, desde lo político, hicieron inviable el éxito de la Unidad Popular, mismas condiciones que condujeron el conflicto social hacia un punto de no retorno, donde las opciones se encerraban en un escenario confrontacional de suma cero. El libro sugiere que la “vía chilena al socialismo” era políticamente imposible, principalmente porque ni en la matriz político – ideológica de la Unidad Popular ni en la de Salvador Allende, había plena conciencia de que las políticas que se estaban implementando irremediablemente empujaban a las clases medias al territorio de la oposición. Según el análisis de Mansuy, no había manera de que la Unidad Popular pudiese constituir una amplia mayoría que se sumara a sus proyectos de cambios revolucionarios. En términos de beneficios sociales, la Unidad Popular puso en marcha políticas espléndidas que enumera el crítico desilusionado del presidente: balnearios populares, medio litro de leche, nacionalización del cobre, 100.000 viviendas el primer año de gobierno, incremento histórico de los salarios, etc. Pero en ese recuento no se nombran los desequilibrios económicos, la inflación, los problemas en la cadena de producción, etc. Tampoco se pondera lo que ocurría a nivel de la población con los proyectos progresistas como la Escuela Nacional Unificada (que se parecía más a los sistemas únicos de educación que a nuestra querida educación pública) o los cambios constitucionales para constituir las tres áreas de la economía.
El libro de Mansuy minimiza o, más bien, pone en las sombras las acciones políticas conspirativas de la derecha, incluidas las militares. Pero no elude señalar que esos fenómenos eran reacciones esperables en ciertos sectores que se percibían amenazados por las acciones del gobierno, por los partidos de la UP y, todavía más, por los discursos incendiarios de la izquierda que, si hacemos memoria los que somos más viejos o lo estudian los más jóvenes, llamaban a destruir el orden burgués, avanzar hacia la dictadura del proletariado, tomarse el poder a través de la armas, derrotar a la democracia burguesa e instaurar una sociedad socialista cuyos únicos referentes en la época eran los países del bloque soviético, China y Cuba, todos lugares donde reinaban férreas dictaduras y estaban suprimidos o amañados los derechos más elementales, como la libertad de prensa, los partidos políticos, las elecciones libres, etc. La reacción del pueblo frente a estas amenazas debía tomarse en cuenta por parte de los liderazgos de izquierda. Algo intuía el presidente Allende, aunque no fue capaz de alinear y convencer a sus filas para privilegiar los acuerdos con los sectores medios, negociando aspectos de su programa en forma más radical, ni pudo aislar a aquellos políticos de centro o derecha que, desde los inicios, estuvieron dispuestos a derrocar el gobierno de Allende, como fue en buena medida la posición de Eduardo Frei Montalva.
El libro de Mansuy transita por estos vericuetos de la política de los setenta y, desde esa lectura, mira lo que fueron la transición, los gobiernos de la Concertación y la llegada del Frente Amplio. Y lo hace con mucha información, con un abanico de textos diversos, tanto desde su procedencia, perspectivas y tiempos de reflexión. Solo un dato: el libro ofrece una bibliografía revisada y citada que ocupa once páginas del mismo. El autor se tomó la molestia de leer a muchos autores diferentes e intentó comprender en profundidad cómo se fueron construyendo los discursos de la izquierda a partir de la icónica experiencia de la Unidad Popular. Uno podrá no estar de acuerdo con muchas de sus aseveraciones. Pero nadie podría decir que es un estudio poco serio. La experiencia de la Unidad Popular fue un objeto de estudio y discusión de la izquierda durante buena parte de los años setenta y ochenta. Luego, pareciera que la gestión del gobierno le quitó impulso a ese debate y para la nueva izquierda, una mirada profunda a esa época le resultaba poco funcional: era mejor consagrar el mito. Por lo mismo, una buena forma de conmemorar el golpe de estado, más allá de rescatar la memoria del horror y de nuestros caídos, es revisar todo lo que podamos que se ha escrito sobre nuestra propia historia. Por eso recomiendo este libro: profundizar en el análisis de los 50 años, como dice el presidente, es un acto necesario para mirar hacia el futuro.
Ese período no fue un juego solo de buenos y malos, aunque los tiempos de guerra fría así nos lo hicieron vivir. Fuimos presa de esos paradigmas y lo pagamos con mucho dolor. Si queremos ofrecer un mundo mejor, tenemos que mirar nuestro presente con los aprendizajes del pasado. Algunos dicen que la enseñanza fue que debíamos construir un ejército para tomarnos y defender el poder. Para mí, la convicción de que no hay transformaciones duraderas mientras estas no sean movidas por las mayorías es la gran lección.
2 comments
Como lo demostró reiteradamente SA. fué un líder que forjó durante décadas de trabajo un movimiento popular social democráta. Su objetivo no era instaurar en Ch. un régimen antidemocrático. Inmensamente demostrado por los hechos. Es la hipótesis de partida de Ese autor algo así como que por «métodos democráticoa, no se puede instaurar un régimen dictatorial». El autor se olvida citar la fuerza de las intervaenciones extranjeras para derrocarlo. Y como todo político consecuente no se refugió en el exilio. No así los que lo abandonaron desde el principio…. La hipótesis del golpe contra Joao Goulart para impedir el desarrollo de Brasil es un ejemplo de como se las gastan los intervecionistas «americanos» para frenar a los que pudieran competir con sus intereses ( (Moniz Bandeira). Atento Sr Boric , tiempos fascistoides están en todo Europa , Usa y Centro y sud América.
A propósito de lo escrito por Miguel Lawner
1. Respeto y admiro al arquitecto Miguel Lawner
2. Una parte de la izquierda siempre, desde el comienzo de la dictadura, ha tenido una mirada de orgullo y reflexión del tiempo histórico de la Unidad Popular (UP).
3. Ningún proceso histórico puede mirarse sin una mirada crítica y menos de un proceso de que pretende cambios profundos de la sociedad.
4. En una mirada crítica y desmistificada de la UP es donde precisamente radica su fortaleza.
5. Miguel Lawner nos recuerda el proceso italino del Compromiso Histórico. Precisamente Enrico Berlinguer de su mirada crítica de la UP es que pudo elaborar el proyecto del Compromiso Histórico, ya que para él, la transformación de la sociedad italiana pasaba por la unión del PC con el PDC, ya que se necesitaba, para realizar cambios profundos, una mayoría amplia.
6. Por ello no se entiende la pena del compañero Lawner, la UP resiste cualquier revisión.
7. Para más tranquilidad de él la figura de Salvador Allende en el mundo goza de buena salud.
8. Toda crítica y punto de vista fundametada es bienvenida para tener un buen conocimiento de la Historia. La UP fue un gran proyecto de la izquierda chilena por lograr el desarrollo de un país para todas y todos con todas y todos.