Al sur del verano: el tiempo y la memoria como testamento.

por Ricardo Herrera Alarcón.

                                                                           “decido hacer mi testamento.

Es este:
les dejo
el tiempo, todo el tiempo
”.

 (“Testamento”, Eliseo Diego)

Sergio Spoerer es un sociólogo chileno, que durante su vida se ha dedicado a pensar la realidad latinoamericana a través de la academia. Autor del libro América latina, los desafíos del tiempofecundo (Siglo XXI, 1980), cuyo texto inédito obtuvo el premio de ensayo de editorial Siglo XXI de México, explica allí las posibilidades de expansión y legitimidad de nuestras frágiles democracias y sociedades en dictadura.  Ahora publica su segundo libro, titulado Al sur del verano (Bogavantes, 2024), donde deja un tanto de lado al analista y pensador de las sociedades en crisis, para volcarse hacia sí mismo y encontrar las claves que le den sentido a su existencia.

Al sur del verano es un libro de memorias que también puede ser una novela autobiográfica o de no ficción. Dividido en dos partes, “Temprano el mar” y “Otra isla”, en la primera está el recuerdo vivo de su infancia en Valparaíso y Puerto Montt, sus inicios en la lectura y la escritura, una familia donde, además de los omnipresentes padres, destacan las figuras de la tía Oty y el poeta Diego Dublé Urrutia. La segunda parte es el viaje hacia un lugar físico en el sur de Chile, un espacio donde hace sesenta años conoció la felicidad. Es aquí donde profundiza sobre el ser de la escritura y donde la isla y la lluvia, unidas al recuerdo de su progenitor, provocan las más profundas epifanías del relato:

 “Lenta, íntima, va cayendo la tarde. He pasado horas escribiendo. He bajado a cenar. Silencio, tu voz confundida con la mía. Me siento cansado. Al cabo de un tiempo sin medida me parece estar escuchándote:

-Es hora de dormir. Buenas noches, hijo.

-Buenas noches, papá.

Luego, la cama, el sueño, los sueños”.

El libro está centrado en la relación que el autor establece con este abogado de Valparaíso que tempranamente se radica por razones laborales en la ciudad de Puerto Montt, y la manera en que sus obsesiones, fundamentalmente su afición por la literatura, se encarnan en las obsesiones del hijo y su forma de entender el mundo. La figura del padre abogado es central, como también lo es la compleja relación que mantiene con su madre. Si la figura paterna comporta los valores que Maturana asocia a lo matrístico (amparo, cariño, comprensión, valoración, no competitividad), la madre representa una zona bastante más lejana a esos valores. Mientras buena parte de la narración se dedica a buscar las claves para entender a un ser que se admira y cuyo abrupto fallecimiento lo deja en una orfandad vital, otra buena parte da cuenta de las interrogantes sobre una mujer más bien opresiva, lejana, cercana a los sentimientos de extrañeza y desafección. Entre la búsqueda por reencontrar a ese padre que se extraña y a justificar a una madre presente/ausente, la historia se desliza sobre el verdadero tema que une estas y otras tramas secundarias: la literatura y su importancia dentro de la vida de Sergio Spoerer.

El autor invierte la idea de la muerte del padre, recurrente en la literatura universal desde Kafka a Knausgard, pero sin ir en la búsqueda de la muerte materna. Existe más bien la idea de entender, justificar casi el desapego de esta mujer que se encargó siempre de establecer una dolorosa distancia con el hijo, cosa que parece más bien la consecuencia de una crianza campesina donde los afectos estaban vedados. Se reconoce el daño, sin aspirar a la condena. El relato es capaz de trasmitir ese dolor que persiste a pesar del tiempo transcurrido, pero es más grande la voluntad de comprender la herida. Las palabras como sanación, las palabras como vendas, la escritura como cura y remedio. Spoerer logra que sus palabras sean una posibilidad de soportar la larga noche del alma. Me atrevo a afirmar que aquellos que se adentren en estas páginas encontrarán también la posibilidad de entender sus propias vidas, con sus luces y sombras. Y ese es un mérito no menor de esta escritura, sumado a la factura de la prosa, llena de hallazgos y templanza. Al sur del verano se despliega sin autobombos ni intentos por blanquear una existencia personal. Los errores son propios, por cierto, y al final del día somos dueños de lo que hemos hecho y no hemos podido realizar, así como también los herederos de una historia que nos limita y expande: allí es donde la literatura se transforma en la manera de ir hilvanando, en lo oscuro, los hilos invisibles de la realidad.

El autor se sabe parte de ese otro maravilloso azar que lo ha elegido, desde que era un niño al que un maestro le niega la autoría de un escrito y lo avergüenza frente a sus pares. Desde allí y para siempre, el escritor en potencia se mantendrá en las sombras de su vocación hasta que vuelve a renacer en el otoño de su existencia. Ese daño original es también uno de los motivos de este viaje por el pasado: reivindicar una vida probable, una forma de ser que le fue tempranamente negada. La educación como castigo. La lectura como una forma de encontrar solidaridad entre los muertos. Quienes se acerquen a este libro encontrarán también el sentido oculto que tienen nuestros afanes, cómo nuestras pasiones nunca desaparecen y el niño que fuimos descansa apenas entreabriendo sus ojos para que le demos la oportunidad de volver a existir. Al sur del verano es un homenaje a la lectura en una sociedad donde parece cada vez más una pasión inútil. Y es también una reivindicación de los fantasmas y los errores, un ir al encuentro de nuestra genealogía sin miedo a encontrar allí lo que somos, aunque nuestras raíces, como decía Millán, estén a medio camino entre el aire, la tierra y la esperanza.

Como dialogando con el famoso poema de Eliseo Diego, Sergio decide escribir desde su tiempo, que en la lectura de su libro se transforma también en nuestro tiempo; escribe desde el sueño, los suyos y los nuestros, y nos deja este libro como testamento, la belleza de las palabras que la memoria ordena a su antojo y que él debe ir recogiendo en silencio, para comprenderse y hacernos comprender el mundo. Como extendiéndonos una mano este libro va a nuestro encuentro, así como el autor va al encuentro de su propio tiempo: “En la lancha que me lleve de regreso no vendrás conmigo (…) Otro será el paisaje. Nacerán mis ojos, mi propia mirada”.

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