A las tres de la mañana se le ocurre jugar a las escondidas.
Se mete siempre al baúl de los recuerdos.
Por tanto, es fácil encontrarla con su muñeca.
O con su primer diario de vida.
Después le encanta recitar desnuda arriba de la cama.
Yo la debo aplaudir disfrazado de capitán de navío.
Y luego me exige que le pinte los labios.
A las ocho quiere un desayuno con carne y huevos fritos.
Costumbre de haber amado a un pintor mexicano.
A las doce le encanta el sexo en la tina de baño.
Y con una banda de jazz como trasfondo.
Más tarde se pone a escribir como una condenada a muerte.
A las cinco se junta con su editora.
Yo me arranco para no escuchar sus orgasmos.
También tengo que ir a visitar a mi analista.
Vuelvo en la noche pasado de copas.
Me recibe exclamando que me echó mucho de menos.
Que le encantan mis poemas románticos.
Y que ahora quiere jugar al pillarse.
Amando a una poeta surrealista. Por Jorge Ragal
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