BRASIL: El triunfo de Bolsonaro y derrumbe del sistema político.

por La Nueva Mirada

Brasil no es el primer país en donde se derrumba el sistema político para ser sustituido por uno diametralmente distinto. Así como sucedió en Italia luego de la llamada operación Mani puliti (manos limpias), que sepultó a los tradicionales partidos históricos, irrumpiendo el gobierno de los fiscales, transitando luego por los años de Berlusconi y terminar en Salvini, en representación de la Liga, de signo ultraconservador. Pasó en Venezuela, luego de grandes escándalos de corrupción, que implicaron  el derrumbe de Acción Democrática, COPEI y los partidos de izquierda, para ser sustituidos por el régimen chavista, que hoy lidera Nicolás Maduro. Sucedió en la Cuba de Batista, con el advenimiento de la revolución y el régimen castristas, que se prolonga más de 60 años y con la caída del muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética, que hoy tiene a Rusia con Putin eternizado en el poder.

El reciente y contundente triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil, representa un fenómeno similar, al coincidir con el derrumbe de la mayoría de los partidos tradicionales que dominaron la escena política tras el retorno a la democracia. Ciertamente, con todo, el conglomerado que mejor resistió el vendaval – que derrumbó a la Social Democracia Brasileña y al zigzagueante Movimiento Democrático Brasileño de Michel Temer – fue el Partido de los Trabajadores que, pese a su muy sensible baja electoral, se mantiene como la primera fuerza política en la Cámara de Diputados – con 56 parlamentarios de un total de 513- y extremas dificultades para encabezar a una oposición  disgregada y dispersa.

Aún resta conocer si Jair Bolsonaro cumplirá sus promesas y amenazas de campaña, como mandar al exilio o prisión a opositores y privatizar lo imaginable, imponiendo un modelo económico neo liberal extremo, como el que propone su futuro ministro de Economía, Paulo Guedes (formado en la Universidad de Chicago y contemporáneo de los chicago boys chilenos, que mira con mucho interés la experiencia de nuestro país en dictadura).

El Partido Social Liberal, al que hoy pertenece Jair Bolsonaro, era un pequeño, marginal y excéntrico partido, que se convierte en la segunda fuerza parlamentaria gracias a la sorprendente irrupción de su líder, el rudo ex capitán de Ejército, que con un discurso políticamente muy incorrecto, de corte ultraderechista, xenófobo y misógino, logró canalizar el hastío popular con la corrupción, la violencia y la crisis económica, presentándose como el salvador de la Patria.

Bolsonaro: sus promesas y amenazas de campaña

Aún resta conocer si Jair Bolsonaro cumplirá sus promesas y amenazas de campaña, como mandar al exilio o prisión a opositores y privatizar lo imaginable, imponiendo un modelo económico neo liberal extremo, como el que propone su futuro ministro de Economía, Paulo Guedes (formado en la Universidad de Chicago y contemporáneo de los chicago boys chilenos, que mira con mucho interés la experiencia de nuestro país en dictadura).

Aunque ya se conocen nombres de relevantes ex uniformados para su gabinete, queda saber la magnitud con que Bolsonaro recurrirá al concurso de la FF.AA, que han celebrado alborozadas su elección, para combatir la delincuencia y la violencia que sacude a Brasil. Si respetará la actual Constitución, como ha comprometido solemnemente tras su elección, o intentará reformarla, “sin necesidad de consultarla con la ciudadanía” como han insinuado algunos de sus colaboradores (entre ellos el vicepresidente electo, el general retirado Hamilton Mourao).

Ciertamente el fenómeno brasilero no es ajeno a los efectos corrosivos de los cuantiosos hechos de corrupción sistémica, que involucran transversalmente a la llamada clase política, incluido el popular ex mandatario Lula da Silva, encarcelado y condenado por “corrupción pasiva” en la causa Lava Jato. Ese proceso marcó un hito central para la irrupción avasalladora de Bolsonaro, bajo la exacerbación de la campaña anti corrupción que golpeó irreversiblemente la tardía candidatura de Fernando Haddad. Más que inquietante ha resultado la reciente oferta de Bolsonaro al fiscal Sergio Moro- el que ha conducido el proceso anti corrupción y condenó a Lula – para que asuma el ministerio de Justicia en su próxima administración.

Jair Bolsonaro representa una real y muy concreta amenaza no tan sólo para el sistema democrático en Brasil, sino que para el conjunto de la región, sumándose a la corriente ultraconservadora y populista que crece en Europa, Estados Unidos y otras latitudes. Ahora, en el país más populoso e influyente del Cono Sur.

El dudoso privilegio a Chile

No es un privilegio muy evidente que Bolsonaro acogiera la precipitada invitación que, fiel a su estilo, le hiciera Sebastián Piñera, para escoger a nuestro país como el primero en visitar, tras su asunción al poder el próximo 1 de enero.

Más allá de lo que pueda involucrar una polémica respecto a la visita y las formas presidenciales, lo cierto es que Chile, como los demás gobiernos de la región, debe esforzarse en mantener las mejores relaciones políticas, diplomáticas y comerciales con Brasil, la séptima potencia mundial.

En nuestro propio país, tras 17 años de dictadura militar, existe un terreno abonado para que estas ideas puedan cobrar mayor fuerza. No tan sólo entre grupos que explícitamente se declaran fieles admiradores y agradecidos del legado pinochetista (José Antonio Kast), sino también en poderosos e influyentes sectores de la llamada derecha tradicional – hoy gobernante-  que asumen la democracia como algo instrumental y compiten por celebrar la victoria de Bolsonaro.

Más discutible es que Chile deba integrar la comunidad de naciones que Bolsonaro ha definido como sus más cercanos aliados (Argentina, Colombia, Chile y Paraguay), debilitando los lazos que la unen con la Alianza del Pacífico, así como las buenas relaciones que mantiene con países como Uruguay o, crecientemente, Perú.

Lo inquietante para nuestra ineludible convivencia continental es establecer relaciones carnales, o demasiado estrechas, con un régimen que – más allá de su elección en las urnas – no acredite su identificación con el sistema democrático, el respeto a los derechos humanos y la diversidad social política y cultural de su propio país, identificándose con el llamado populismo de derecha, que según Steven Bannon (uno de sus principales ideólogos e impulsor de una nueva internacional de ultraderecha) “mucha gente exigirá como un reemplazo a las democracias en crisis”.

A estas alturas no debiera ser motivo de mayor sorpresa, el creciente riesgo de contagio, como ha pasado en Europa, Rusia, Turquía o Estados Unidos. En nuestro propio país, tras 17 años de dictadura militar, existe un terreno abonado para que estas ideas puedan cobrar mayor fuerza. No tan sólo entre grupos que explícitamente se declaran fieles admiradores y agradecidos del legado pinochetista (José Antonio Kast), sino también en poderosos e influyentes sectores de la llamada derecha tradicional – hoy gobernante-  que asumen la democracia como algo instrumental y compiten por celebrar la victoria de Bolsonaro.

El desafío de los sectores democráticos

Evidentemente, los sectores progresistas y de izquierda no pueden eludir sus responsabilidades por la emergencia de esta corriente ultra conservadora que hoy recorre el planeta. De poco o nada sirve intentar compartir estas responsabilidades con otros sectores políticos (que sin duda existen). O buscar explicaciones más estructurales, que contribuyen a entender este fenómeno (como un proceso de globalización sin una clara gobernanza, procesos migratorios descontrolados, la amenaza del crimen organizado, etc.).

Todo ello no puede ocultar el agotamiento de los paradigmas de sectores progresistas y de izquierda democrática en el mundo y nuestra propia región.

Ciertamente el fenómeno brasilero no es ajeno a los efectos corrosivos de los cuantiosos hechos de corrupción sistémica, que involucran transversalmente a la llamada clase política, incluido el popular ex mandatario Lula da Silva, encarcelado y condenado por “corrupción pasiva” en la causa Lava Jato. Ese proceso marcó un hito central para la irrupción avasalladora de Bolsonaro, bajo la exacerbación de la campaña anti corrupción que golpeó irreversiblemente la tardía candidatura de Fernando Haddad. Más que inquietante ha resultado la reciente oferta de Bolsonaro al fiscal Sergio Moro- el que ha conducido el proceso anti corrupción que condenó a Lula – para que asuma el ministerio de Justicia en su próxima administración

Todo ello no puede ocultar el agotamiento de los paradigmas de sectores progresistas y de izquierda democrática en el mundo y nuestra propia región. El llamado Estado de Bienestar, que nació como una respuesta al capitalismo salvaje y el socialismo autoritario, luego de grandes éxitos para asegurar un Estado Social y Democrático de Derechos en Europa, hoy parece agotado y sin capacidad de renovar sus propuestas frente a los profundos y veloces cambios sociales, económicos y políticos, también tecnológicos que ha experimentado el mundo en los últimos cincuenta años.

El triunfo de Jair Bolsonaro enfrenta no tan sólo a la izquierda y el progresismo brasileño a un enorme desafío para recuperar la confianza de los ciudadanos en la democracia. Se trata de un desafío global y mayor para las convicciones en los derechos políticos, económicos, sociales y culturales de las grandes mayorías, en convivencias civilizadas. Uno relevante y urgente para quienes siguen compartiendo que “la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los demás que se han inventado”, como sostenía Winston Churchill.

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