Cartas a Clara Angelina: Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre

por Cristina Wormull Chiorrini

«A Juan Rulfo se le reprocha mucho que solo haya escrito Pedro Páramo. Se le molesta siempre preguntándole cuándo tendrá otro libro. Es un error. En primer término, para mí, los cuentos de Rulfo son tan importantes como su novela Pedro Páramo, que, lo repito, es para mí, sino la mejor, sino la más larga, sino la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Yo nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida«.   Gabriel García Márquez 

En un artículo anterior hablamos de las cartas de Franz Kafka a Milena que hoy forman parte del legado literario del notable escritor europeo, ahora abordaremos las cartas de Juan Rulfo, las epístolas de  uno de los más grandes escritores de habla castellana, para quien  el amor fue cosa seria, una fuerza imprescindible que nutrió su vida y literatura, con la que plasmó bellamente  sus sentimientos más profundos, a través de  las casi cien cartas que escribió a Clara Angelina Aparicio, su compañera de vida, la mujer a la que conoció cuando tenía 24 años y ella apenas cumplía los 13.  Cuando la vio, quedó tan prendado que se hizo pasar por empleado de la oficina de migraciones para entrar en su casa y obtener información sobre ella y su familia y solía pagar anónimamente los helados de Clara y sus amigas. 

El amor de Rulfo por la adolescente, a la que llevaba 11 años, comenzó una tarde de 1943 en el café Nápoles, de la ciudad de Guadalajara, cuando el la vio pasar.  Pero tuvieron que transcurrir dos años para que Rulfo, luego de ser confrontado por los padres de Clara, se atreviera a hablarle cuando ella tenía 15.  A poco andar le propuso matrimonio en un banco de plaza, ella aceptó, pero le pidió esperar tres años hasta cumplir los 18… Juan Rulfo lo hizo y durante ese lapso de tiempo le escribió constantemente desde ciudad de México –Clara vivía en Guadalajara- hasta que, finalmente, en 1948 se casaron e iniciaron una vida que les brindó cuatro hijos:  Claudia Berenice, Juan Francisco, Juan Pablo y Juan Carlos.  

 Juan me hablaba con tanta dulzura, como si tratara a una niña. Ahora que veo esas cartas, se me salen las lágrimas. Bueno, estas cartas llegaban a casa cuando yo tenía 15 o 16 años, y mi mamá me decía: ‘Yo las voy a leer primero’. ‘Ay, mamá’, le decía yo. Después, cuando yo las leía, me transportaba a un mundo desconocidoClara Aparicio en entrevista en La Jornada, 2002.

A Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo, le bastaron menos de trescientas páginas escritas y repartidas en dos libros, los cuentos de El llano en llamas y la novela Pedro Páramo para convertirse en una figura clásica, imperecedera de la literatura latinoamericana y universal. Sin embargo, ese magro y radical legado no ha dejado de crecer, de extraña manera. Mientras vivía, tras años de espera tanto de un nuevo libro de relatos como de una novela nunca concretada (La cordillera), una recopilación de su trabajo para el cine incluyó pocos años antes de morir, en 1980, El gallo de oro, que tenía poco de guión y mucho de novela corta.  

Unos años después de su muerte, su viuda, Clara Aparicio, decidió dar a conocer Los cuadernos de Juan Rulfo (180 páginas de apuntes literarios publicados póstumamente en México) y las 81 cartas que su marido le escribió desde ciudad de México a Guadalajara entre octubre de 1944 y diciembre de 1950 (se publicaron con el nombre de Aire de las colinas, en el 2002), durante su largo noviazgo.  

Estuve leyendo hace rato a un tipo que se llama Walt Whitman y encontré una cosa que dice: El que camina un minuto sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral. Y esto me hizo recordar que yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré a ti y te lo di enteramenteJuan Rulfo, fragmento carta a Clara.

En ese intercambio epistolar, Juan Rulfo da muestra no sólo de su profunda imaginación, sino de su capacidad para compartir con Clara todo un universo visual a través de las palabras que les permitían sobrellevar la distancia que los separaba, escribiéndole cada vez que su trabajo en la ciudad de México se lo permitía. 

Juan Rulfo y Clara Angelina Aparicio, la de los ojos azucarados, como la apodaba él, se casaron en 1947 y mantuvieron una historia de amor extraordinaria, que perduró hasta el fallecimiento del escritor en 1986. Clara Angelina lo sobrevivió treinta y siete años y murió a los 95, recién al término del primer cuarto del siglo XXI, el año 2023.

¿Sabes una cosa? He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños. Juan RulfoCartas a Clara.

Ella, admitió, más de medio siglo después de recibirlas, que las hacía públicas porque sentía «la necesidad de que ustedes conozcan al Rulfo que yo conocí, un hombre de una inmensa dulzura y una indiscutible sabiduría. Para llegar a ser lo que fue y perseguir con tenacidad sus objetivos literarios, él necesitó de una fuerza especial, y esa fuerza me la pidió a mí. Yo le decía: ‘Juan: tú puedes, tú puedes, sólo tienes que proponértelo’, y entonces él seguía. El amor hizo el resto, y por eso llegó a concretar su gran sueño«. Una visión totalmente diferente de la que tenemos de un Rulfo torvo, hosco y ensimismado, con escasa capacidad para relacionarse con el mundo.

Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor… fragmento carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio.

La correspondencia de Rulfo con Clara está dividida en tres partes.  La primera es la más extensa y abarca el noviazgo, esos tres años de espera, ella en Guadalajara y él en ciudad de México.   Allí aparece la angustia de la separación, pero también la esperanza y el amor… los paseos y los sueños …  He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde… y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río… La verdad es que Rulfo era un poeta, en sus cartas y en su prosa toda, campea la música y el ritmo de una poesía.

La segunda etapa aborda el casamiento, su cercanía y la ansiedad sobre los detalles menores de los preparativos, como el vestido de boda que se confecciona en ciudad de México, la ironía con la que se percibe él mismo, sus deseos más preciados que incluyen a Clara y la escritura… “Tú sabes y yo también sé que lo que más deseo sobre la tierra eres tú, y luego escribir”.

La tercera etapa es breve, pero intensa y con mucho sufrimiento por las separaciones que le exigía su trabajo en la Goodrich-Euzkadi, la empresa de caucho donde trabajó hasta mediados de los cincuenta y que lo obliga a viajes de ventas por el interior de México.  Las “andulencias”, como les decía Rulfo, se convierten en obligación y fastidio, y la soledad es el sinónimo de la ausencia de una mujer determinada: Clara.  …Antes creía que tenía alma de vagabundo, pero desde cierto día para acá sé que no la tengo. Quisiera estar en mi casa junto a mi mujercita y mi hijo y nada más. (…)

Es también entonces, cuando Clara regresa a Guadalajara para tener a su segundo hijo y Rulfo se queda con la casa “toda sola y fría como un ataúd frío” y se autodescribe como un “perico triste” hasta que recibe tres cartas de Clara (que no conocemos) y el escritor le dice que “No sabes el gusto horrendo con que las leí y volví a leer”.  Todas las cartas de este período reflejan el desgarro de la distancia y el adiós y sus quejas contra el maldito trabajo, la explotación de los obreros que lo obliga a permanecer lejos de Clara y sus hijos:  “…creen que el pan y la leche que comemos vale mucho más, mucho más caro, que la pobre tranquilidad que estamos necesitando, (…) como si uno fuera la masa con que amasan sus negocios..” , palabras que reflejan la realidad de tantos que no tienen el don de la escritura…pero que en el caso de Rulfo logran plasmar el sufrimiento de la ausencia y el agobio de los obreros obligados a un trabajo extenuante para subsistir.

He tomado nota de que hay que ir muy elegante a tu boda, aunque te voy a decir que en mí nadie se fijará. Pues la gente no acostumbra fijarse en los invitados, aunque en este caso tú me hayas invitado para acompañarte; de cualquier modo dirá cuando me vea junto a ti que sólo ando allí para detenerte tantito de tu brazo. Dirán: ella lleva tacones altos, muy altos, y se sabe caer, por eso viene ese sujeto a su lado; ella lo invitó para que la hiciera de novio en la boda, pero nada másJuan Rulfo a Clara Aparicio.

El amor que lo unió a Clara fue un eslabón ineludible de su biografía. Pero ya no hay cartas después de que obtuviera dos becas consecutivas del Centro Mexicano de Escritores entre 1951 y 1954, cuando ya había publicado El llano en llamas.  Para ese entonces deja atrás la fábrica de caucho que lo explotaba y angustiaba. Pero también, desde 1953 hasta su muerte en 1986, los lectores y críticos esperaron y esperaron un nuevo libro de Rulfo.  Así empezó la leyenda, de que Rulfo tenía miedo o que sus promesas nunca cumplidas de otro libro de relatos al que dio el nombre preliminar de Los días sin floresta o la escritura de una nueva novela, La cordillera, eran parte de un astuto plan para dejar en vilo las expectativas generadas por sus dos únicas publicaciones.

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo seaJuan Rulfo, carta a Clara.

Monterroso llegó a decir en una de sus fábulas, refiriéndose a Rulfo, que el Zorro publica su primer libro, y luego de un esperado segundo, mejor que el primero, se reserva eternamente para un tercero.  Pero quizás la respuesta es más simple… a partir de esa fecha, Rulfo no se separa de Clara hasta su muerte… su sueño hecho realidad, una vida feliz sin historia.

Desde 1962 en adelante trabajó en el Instituto Indigenista que le permitió seguir en sus “andulencias” y tomar cientos, miles de fotografías que hoy se exhiben como un tesoro, y opinando que el mejor poeta mexicano era Jaime Sabines o que a Vargas Llosa le entregaron el premio Rómulo Gallegos para responder a “una imposición del grupo latinoamericano de París”.

Un hombre torvo que cuando le daba la afición, escribía.  Un hombre que escribió bellísimas cartas de amor que vale la pena leer.  Un hombre que de tanto amar a Clara, nos dejó con hambre de leer algo más producto de su imaginación que, cuando se plasmaba en palabras, escribía como nadie. 

Pero

¿por qué las mujeres siempre tienen una

duda?

¿Reciben avisos del cielo,

o qué?

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