“Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. La frase con la que Gabriel García Márquez concluye la novela ”Cien Años de Soledad” fue elegida por Gustavo Petro para iniciar su discurso de toma de posesión del cargo de Presidente de Colombia el domingo 7 de agosto de este año. La cita no se hacía, sin embargo, para reafirmar la crítica y amarga afirmación final de esa novela fundamental, sino para convocar al pueblo colombiano a iniciar un camino de superación histórica de los designios que dicha frase describía. “Hoy empieza nuestra segunda oportunidad” dice Gustavo Petro a todos los colombianos. “Se la han ganado”. “Nos la hemos ganado”, dice a su pueblo este tenaz líder colombiano que instala a la izquierda en el gobierno de su país por primera vez en su historia. Y agrega: “Es la hora del cambio”.
El primer gran propósito de Gustavo Petro en el gobierno queda definido con fuerza y precisión: “Tenemos que terminar de una vez y para siempre con seis décadas de violencia y conflicto armado. Se puede”. Cumplir a cabalidad con el Acuerdo de Paz suscrito por el gobierno colombiano y las FARC, seguir “a rajatabla” las recomendaciones de la Comisión de Verdad y llevar la paz a cada rincón de Colombia es el ambicioso propósito de Petro y de los partidos que conforman su coalición de gobierno, que incluye en la vicepresidencia a Francia Márquez, una joven afrodescendiente activista de los derechos humanos. Otro giro histórico en la política colombiana.
El segundo gran frente al que Petro dedicará sus esfuerzos es el de la política de combate a las drogas. Se trata, ahora, de un problema que afecta, con intensidad creciente, a varios países latinoamericanos y, con especial fuerza, a los Estados Unidos. La constatación que hace Petro en su discurso es rotunda y terrible: la guerra contra las drogas ha fracasado como política, dejando un millón de latinoamericanos asesinados durante los últimos cuarenta años, setenta mil norteamericanos muertos anualmente por sobredosis, ha fortalecido los carteles de la droga, debilitado los Estados y ha “evaporado el horizonte de la democracia”.
Al abordar frontalmente el problema de las drogas y criticar en forma igualmente frontal la llamada “guerra contra las drogas” Gustavo Petro sabe bien que se enfrenta al gobierno de los Estados Unidos, el creador y sostenedor de dicha política fracasada en diversas latitudes y oportunidades históricas. Pero sus desastrosos resultados lo pagan los pueblos latinoamericanos y el propio pueblo norteamericano, razón por la cual, sostiene Petro, ha llegado el momento de elaborar una nueva Convención Internacional sobre el tema. Dicha Convención, cree el autor de este artículo, debe estar basada en el combate a las adicciones más que en una guerra fracasada y prolongada cuyo cuartel general real ha estado siempre en Washington.
Al proponer una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento, el discurso de Gustavo Petro señala que para cimentarla es preciso una reforma tributaria, indicando datos sobre la actual distribución de la riqueza en Colombia: el 10% de sus habitantes posee el 70% de la riqueza, convirtiendo al país en una de las naciones más desiguales del mundo. Chile, con el 66,5% de su riqueza en manos del 10%, exhibe una situación levemente mejor pese a que el 1% controla el 26,5% de su riqueza. En ambos casos, una reforma tributaria cuya finalidad principal es disminuir la desigualdad por la vía de políticas sociales constituye una necesidad imperiosa. Los gobiernos de ambos países han presentado ya a los respectivos Congresos sendos proyectos de reforma tributaria. Será interesante seguir la trayectoria legislativa de ambos proyectos y sus efectos reales en la economía y la sociedad del país respectivo, en un ejercicio de política comparada que puede extenderse a otros casos.
Otro tema de gran importancia y actualidad abordado por Gustavo Petro en el discurso que comentamos es el de la soberanía alimentaria, que a su juicio y ante el avance mundial del hambre viene a reemplazar el concepto de seguridad alimentaria, basado exclusivamente en el comercio internacional. Y agrega el Presidente colombiano, en palabras que de seguro horrorizarán a los adoradores chilenos del templo del libre comercio: “El comercio internacional en sí mismo no es positivo ni negativo, pero si no se maneja con inteligencia y se planifica puede destruir economías y vidas. El mundo aprende hoy la importancia de la soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria es la garantía que toda sociedad debe tener para consumir sus nutrientes fundamentales”. Se trata, sostiene el Presidente Petro, que Colombia puede y debe lograr el hambre cero para su población y exportar los excedentes. La afirmación presidencial es una premisa de validez general en toda América Latina y que debe calar hondo en Chile, digan lo que digan los agroexportadores y la SNA. La soberanía alimentaria de un país equivale a los derechos humanos a nivel de cada persona
“Entendamos de una vez que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y que juntos somos más fuertes. No es una utopía ni es romanticismo. Es el camino para hacernos fuertes en este mundo complejo”. La escasas y categóricas frases destinadas a la unidad latinoamericana, sin mencionar por ahora la integración regional, dejan en claro que América Latina ocupa un lugar importante en el ideario político del Presidente Petro y que habrá que esperar sus próximos pasos destinados a concretar dicha orientación. Su opinión fundadamente crítica sobre la nula cooperación entre los Estados latinoamericanos para enfrentar la pandemia y sobre la inexistencia de la necesaria integración energética de la región parecen dar señales de sus próximas iniciativas.
Es en relación a su compromiso por convertir la lucha contra el calentamiento global en un pilar de la política de su gobierno que Gustavo Petro propone una de sus iniciativas más innovadoras, la que merece el apoyo de todos los países latinoamericanos: “Nosotros estamos dispuestos a transitar a una economía sin carbón y sin petróleo, pero poco ayudamos a la humanidad con ello. No somos nosotros los que emitimos los gases con efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen, acercando al ser humano a su extinción, pero nosotros sí tenemos la mayor esponja de absorción de estos gases después de los océanos: la selva amazónica. Uno de los pilares del equilibrio climático y de la vida en el planeta es la selva amazónica” Y luego propone Petro: “Vamos a salvarla con la humanidad misma que quiere seguir viviendo en esta Tierra”. Y como para un plan de salvataje seguro se requieren fondos que, a pesar de los estragos y de las amenazas del calentamiento global, no se otorgan ni generan en ninguna instancia internacional, el Presidente de Colombia dice: “Le propongo a la humanidad cambiar deuda externa por gastos internos para salvar y recuperar nuestras selvas, bosques y humedales. Disminuyan la deuda externa y gastaremos el excedente en salvar la vida humana. Si el FMI ayuda a cambiar deuda por acciones concretas contra la crisis climática, tendremos una nueva economía próspera y una nueva vida para la humanidad”. Hasta ahí el impresionante emplazamiento en favor de la humanidad que hace el Presidente de Colombia. Los gobiernos de los países desarrollados, los multimillonarios de todo el planeta, las empresas transnacionales que eluden sistemáticamente los impuestos que deberían pagar en nuestros países y los bancos privados tenedores de los bonos soberanos, todos del mundo desarrollado, tienen la palabra.