En la campaña presidencial 2021 asistimos al derrumbe de la prensa política televisiva en su dimensión racional de ejercicio democrático deliberativo e informado. Los debates y entrevistas de candidatos derivaron hacia una práctica de infoentretención lúdico emotiva, con interrogatorios inquisidores –asentados en la figura de los conductores y la confrontación sospechosa y desconfiada-, donde prima la intención de reafirmar tesis preconcebidas antes que contribuir a que las audiencias ciudadanas puedan comprender el fondo de los proyectos país en competencia.
Mirando las raíces… o de Marx y Nietzsche a Junior Playboy
Con el último cambio de siglo y por cerca de dos décadas reinó la prensa de farándula como una forma de escarbar y arrasar con las vidas de los famosos del espectáculo televisivo (sujetos de neovedetismo que dependían económicamente de la visibilidad manejada desde los medios). Un negocio de doble ganancia: para los aludidos y para los programas, donde la herencia estilística dejada en las prácticas de reporteo de acosos y asedios insufribles permeó a otras zonas del ejercicio profesional.
La especulación se instaló como componente central del “espectáculo del nunca acabar” ni agotar los temas farandulizados, ya que despejarlos por completo terminaba con la posibilidad de volver a tratarlos. Y también la construcción interesada de hechos, así como la desconfianza como sustrato de esta escena. Esto unido al impacto de la telerrealidad en la TV, que contribuyó a la pérdida del valor de la información periodística, con la inflación interesada de temas irrelevantes, pero entretenidos. Valga para quienes quieran profundizar, los artículos y publicaciones de los teóricos franceses Gérard Imbert y Francois Jost.

Farándula y realities, entonces, -con su sello espectacular, narciso, ególatra y de inmediatez presentista- trasladaron esas lógicas de construcción narrativa a otros campos periodísticos informativos. Todo en correlación con un proceso similar que la ciudadanía comenzó a incubar y proyectar respecto del funcionamiento y rol de las instituciones y actores políticos en su conjunto.
El ombligo del mundo o la desconexión con lo global
Tanto en círculos académicos como profesionales se ha comentado la estilística y el rol de los entrevistadores políticos de los canales de TV abierta en el contexto de la campaña presidencial. Para el Observatorio de Medios FUCATEL “se está imponiendo en los programas televisivos de debate y entrevista a candidatos un estilo de interrogatorio que no contribuye al objetivo manifiesto de informar y permitir la reflexión crítica”. Una práctica que conlleva el sojuzgamiento de los candidatos como si fueran imputados, primando formas carentes de cordialidad en la dialéctica de la relación entrevistador-entrevistado: “… el profesional con su rol inquisidor es el dominante absoluto: maneja la capciosidad, la reiteración, el ritmo y tiempo de espera, la interrupción reiterada, la duración de las respuestas, el corte de ideas, el apremio del examen del “sábelo todo”; también califica las respuestas y sentencia cuándo da por terminada la entrevista (así sea que queden argumentos pendientes o no del todo desarrollados). De igual modo, se queda con la pantalla y el micrófono, para decirnos “qué pasó” y juzgar inmediatamente el desempeño del candidato”.
El ejercicio de un periodismo de tales características, lejos de contribuir con una democracia informada, resulta perturbador y banalizador, deteriorando la reflexividad política ciudadana (sea para mantener, profundizar o transformar el sistema institucional imperante).

A los presidenciables se les trata en correlación con sus apoyos en las encuestas y se les escruta bajo supuestos no explícitos, donde la duda sincera se reemplaza por una preconcepción de lo posible con un evidente sustrato ideológico sobre lo aceptable, lo normal o de sentido común.
Lo anterior permite deducir que el principal objetivo que se busca no es extraer información relevante sobre sus distintas opciones y proyectos de país, sino la capacidad de los candidatos de soportar el acoso casuístico frente a datos aislados, descontextualizados y a veces confusos. El despliegue de unas reglas del juego que deberíamos discutir a quién representan – ¿a los dueños de los medios y a sus líneas editoriales e intereses? -, quién las impuso y cuánto sirven al propósito de una decisión política.
Así se normaliza la práctica de un periodismo de formas más que de fondos, donde la paradoja de vivir y depender cada vez más del globalismo de mercados y la globalización sociocultural parecen no tener cabida en los proyectos país en juego. De paso se desperdicia una excelente oportunidad de situar a Chile en el contexto internacional, tanto en los ejes de su modelo de desarrollo económico como de administración global del Estado, con un periodismo que permita comparar otras experiencias tanto de Europa como del resto del mundo, acrecentando un intercambio argumental del tipo “cabeza de avestruz”, que esconde la cabeza bajo la tierra para no observar el entorno.

Chile cruza un momento de alta polarización en la que el ejercicio de un periodismo narciso solo contribuye a reafirmar estereotipos y prejuicios. Así como un segmento amplio de la sociedad está proponiendo cambios importantes a la institucionalidad vigente y discutiendo las reglas del juego futuro, el mejoramiento de nuestras prácticas periodísticas debiera comprender mejor su rol y posibilidades de aportar, en vez de contentarse con respuestas estereotipadamente simples a problemas cada vez más complejos y multicausales.
Por algo, parte de la información más trascendente de los debates presidenciales ha surgido del emplazamiento directo entre los candidatos. ¿Paradójico?, ¿O no?
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Certero el análisis