Columna de Luis Breull. El harakiri del Caballo de Troya

por La Nueva Mirada

Con una frontalidad carente de los eufemismos habituales de su discurso liberal marketero, meritocrático, pro – pymes y su individualismo narciso -fruto de su compulsión a los descuelgues y cambios de casas ideológicas-, Sebastián Sichel le puso una simbólica lápida anticipada a su postulación, ante un millón cien mil hogares viéndolo en los noticieros centrales de tv del martes, en una improvisada cadena voluntaria.

El puzzle como dilema de la fuga

Su irremontable derrumbe al cuarto lugar en las encuestas –fruto de errores en su campaña, más los crecientes descuelgues de parlamentarios UDI y RN hacia la candidatura de José Antonio Kast-, le condujeron a montar un ritual de “suicidio mediático y político” para dejar en libertad de acción a los partidos que lo respaldan tras su triunfo en las primarias del sector.

Su constante lenguaje aspiracional – alegórico de encarnar una nueva política moderada del ciudadano sin privilegios y libre de las viejas taras terminó por desgastarse frente a su pasado y compleja biografía. Sus traspiés mediáticos y la prepotencia negadora al encarar el desenmascaramiento de su conducta, unido a su nómade trayectoria política,  hundieron su credibilidad.

Ya no se sostiene su alusión a la construcción narrativa del otro como los poderosos o los fanáticos de siempre, adversarios que ofrecen solo estancamiento, retrocesos, polarización y proyectos superados por la historia. Incluso más, por ser él un hijo de ese mundo que lo apadrinó en el actual y en anteriores gobiernos y que aún lo apoya nominalmente desde Chile Podemos Más. Lo mismo que la periferia empresarial que ha invertido recursos para sostener su campaña.

El punto de quiebre de la lealtad prometida en las primarias UDI, RN, Evópoli y PRI fue su constante descenso en las preferencias de la opinión pública, perdiendo casi dos tercios de su respaldo de hace tres meses. Un fenómeno enfrentado desde la negación absurda y pueril de no creer en las encuestas o no guiarse por ellas, descalificándolas y no haciéndose cargo de ser estas el instrumento habitual y preferido de las élites políticas para definir sus acciones, resolver sus apoyos y liderazgos. Es intentar tapar el sol con un dedo: todos los candidatos son hijos y tributarios de las encuestas, los partidos se mueven por encuestas, las acciones gubernamentales se sondean periódicamente y los discursos se articulan en función de los problemas e intereses detectados en estos estudios. Plantear lo contrario es pretender que los ciudadanos son ignorantes y es mejor mantenerlos en ese estado reforzando estas falacias.

Lo que realmente marcó el descuelgue de los parlamentarios frente a Sichel refiere a un proceso más complejo de asumir públicamente: la derecha chilena no está en condiciones de congregar apoyos que sumados dupliquen a la tercera candidata en competencia, Yasna Provoste. ¿Por qué? Porque José Antonio Kast hoy ronda entre los 20 y 23 puntos, mientras el candidato de Chile Podemos Más fluctúa entre los 7 y 9 puntos. En este escenario, con Provoste en torno a 15 o 17 puntos de apoyo, puede llegar a alcanzar a Kast en la eventualidad que los despliegues desesperados de Sichel sean a costa de quitarle puntos al presidenciable republicano.

Ergo, la única opción de la derecha más dura y el piñerismo –que en principio vio en Sebastián Sichel la mejor opción para pasar a segunda vuelta y dar la pelea a proyectos de izquierda como el de Gabriel Boric o Yasna Provoste – es respaldar al candidato que mejor represente esa posibilidad. Los debates televisivos y radiales fueron sepultando su opción y los apoyos se trasladaron a José Antonio Kast. También reforzaron este proceso favorable a proyectos políticos más conservadores y autoritarios –por no decir represivos-, algunos hechos de la agenda pública, como la marchas anti inmigración o el jaque a la seguridad pública con los saqueos por la conmemoración del estallido social y los atentados en la Araucanía.

Entre zanjas y puentes

Una retórica ampulosa, generalista y reiterativa de sueños, desafíos comunes y consensos economicistas en entornos propensos a la polarización desgastaron la opción presidencial de Sichel. Su ethos disonante con la derecha dura, la del rechazo al proceso constituyente, también representó un punto de inflexión en las lealtades parlamentarias a su postulación.

Así lo hizo ver el propio candidato al anunciar que dejaba en libertad de acción a los dirigentes y congresistas de Chile Vamos (actual Chile Podemos Más), no sin antes sincerar que su visión de sociedad no calza con quienes buscan restringir las libertades y la autonomía individual. Como las ganadas en torno al aborto en tres causales, las reivindicaciones de derechos de las mujeres como la defensa de un ministerio de la Mujer, el reconocimiento a las nuevas identidades de género y el matrimonio igualitario, entre otras: “No sacrificaremos el futuro por la intolerancia del pasado y la polarización que tan mal le ha hecho a Chile. No sacrificaremos el futuro por la falta de sentido de mayoría y colectivo. No construiremos zanjas donde los chilenos quieren construir puentes y acuerdos», dijo enfático en su sorpresivo discurso.

Allí aludió directamente a su proyecto político con una distancia casi infranqueable frente al de Kast: “Nos hemos dado cuenta que otros, saliéndose del compromiso democrático que habían tomado, quieren volver al pasado. Apoyar una antigua derecha y hacer que el país retroceda en derechos que ya había ganado para las diversidades, para las mujeres, para las minorías, para el cambio climático y el combate por la sustentabilidad. Quieren volver atrás simplemente porque no creen en un proyecto colectivo. Están parados en el pasado y no entienden el valor de liderar un proceso de cambios en Chile».

Final del camino

Resulta difícil pensar que en una eventual segunda vuelta -donde sea Kast quien pase a enfrentarse con un proyecto país socialdemócrata con más o menos matices- en el que el abanderado oficial o “nominal” de los partidos del pacto Chile Podemos Más esté dispuesto a darle su apoyo explícito. Su inmolación mediática da cuenta de un camino sin retorno y de una difícil recomposición de lealtades inmediatas: «Quiero pedir a los partidos de Chile Podemos Más que declaren la libertad de acción para aquellos que prefieren volver a la antigua derecha. No voy a aceptar el chantaje de aquellos que quieren que me transforme en algo que no soy».

Esto motivó también reacciones inmediatas tanto del postulante republicano -que tildó de error los dichos de Sichel-, como de parlamentarios descolgados. En varias ocasiones el senador UDI, Claudio Alvarado, había expresado que su sector estaba reclamando el derecho a “vitrinear” otras opciones frente al expresidente del Banco Estado y exministro de Desarrollo Social. Cuestión que reiteró esta semana en una extensa entrevista en La Segunda, en conjunto con conocerse otros descuelgues, como los diputados Cristián Labbé (UDI) y Miguel Mellado (RN), quien lo tildó como un Caballo de Troya de la centroizquierda para destruir las bases del bloque de derecha.

Visto así el dilema político electoral de la derecha, el escenario de contingencia y el simbolismo del gesto de Sebastián Sichel, todo reafirma el fin de su apuesta, del sueño del poder en medio del abandono, en donde su reacción más sincera e instintiva fue el gesto suicida de quien -sin nada que perder-, desnuda sus entrañas ante todo Chile.

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