Columna de Luis Breull. La crisis del periodismo en la sociedad de los irritados

por La Nueva Mirada

El penoso ciclo final de la administración del Presidente Sebastián Piñera y Chile Vamos está marcando un proceso de desgaste institucional agudo –con niveles históricos de aprobación a la gestión gubernamental cayendo a cifras de solo un dígito-, que dará paso a una futura Constitución Política mediante la elección de constituyentes. Esto sumado a la renovación de alcaldes, concejales, gobernadores regionales, diputados, senadores y al próximo/a Jefe de Estado. Todo en estos doce meses.

Será un tiempo de presiones por reformas multisectoriales que comprometerán los campos de la economía, el medio ambiente y las políticas sociales (salud, pensiones, educación, vivienda). Un jaque al orden estructural existente, sobre todo en tradiciones de clase y valores vinculados con la moral religiosa, la inclusividad no discriminadora, el mercado como articulador supremo de intereses y el término de un Estado subsidiario débil, concebido solo como agente regulador.

Un proceso donde se pondrá a prueba el valor del periodismo nacional como mediador comunicativo de las partes en controversia y, al mismo tiempo, derecho ciudadano a estar informado de modo plural, confiable, creíble, veraz, completo.

Un proceso donde se pondrá a prueba el valor del periodismo nacional como mediador comunicativo de las partes en controversia y, al mismo tiempo, derecho ciudadano a estar informado de modo plural, confiable, creíble, veraz, completo.

Triste partida y vacío

El reciente deceso de la insigne periodista y reportera de Cooperativa en las décadas 70, 80 y 90, Manola Robles (72 años), remueve una estela de recuerdos de su forma de confrontar el trabajo cotidiano. Fue una de las voces radiales inconfundibles de la oposición al régimen militar, que con rigor y una pasión casi obsesiva por despachar lo más rápido posible sus notas, cubrió importantes frentes vinculados con la economía y la política.

Quienes la conocieron en forma más profunda destacan su valor humano ante todo y ser una periodista absolutamente 24/7. Es decir, siempre al servicio de informar un hecho de acuerdo a su urgencia y del mejor modo posible.

El periodismo nacional no solo pierde a una de sus exponentes más notables de los últimos 40 años, sino que acentúa también el carácter y la profundidad de la crisis de calidad y sentido que hoy atraviesa la profesión.

El periodismo nacional no solo pierde a una de sus exponentes más notables de los últimos 40 años, sino que acentúa también el carácter y la profundidad de la crisis de calidad y sentido que hoy atraviesa la profesión.

La ruta académica del sinsentido

Un periodista es ante todo un comunicador profesional al servicio de la cobertura de hechos informativos relevantes, entendidos como insumos para la difusión de datos actualizados, novedosos y necesarios para la toma de decisiones de los ciudadanos en sus distintos entornos.

Visto así parece claro su rol y sentido, es decir, dotar a las personas de elementos que enriquezcan su reflexividad -en forma plural, diversa, sin censura- para la mejor comprensión del entorno y la creación de climas o estados de opinión pública sobre la realidad que se vive que permitan resolver sus conflictos.

En la década 80 se formaban periodistas regularmente en las Universidades de Chile y Católica de Chile, además de las de Concepción y del Norte. De todos modos, no superaban la centena los profesionales titulados anualmente. Algo muy distinto se produjo con la irrupción de los planteles de educación superior privados que se asentaron desde fines de los 80 y en las décadas siguientes, llegando a superar los dos mil a tres mil los cupos destinados a formar estos futuros comunicadores.

Esto produjo una sobredotación de profesionales con muy diversos niveles de calidad formativa dando vueltas en el mercado de los medios. Todos a la espera de poder insertarse, incluso al precio de trabajar por menos que el sueldo mínimo o incluso gratis si fuere necesario para hacer carrera. Solo como un dato a considerar, a comienzos de los 90 un periodista recién egresado podía ganar en una radio o diario nacional cerca de 100 mil pesos mensuales (algo así como un millón 200 mil pesos de hoy). Y si accedía a un canal de televisión, su ingreso era entonces el doble o triple de esa cifra.

La debacle desde los medios

Con o sin estallido social y con o sin pandemia, las industrias mediales chilenas viven desde hace al menos siete a ocho años una fuerte presión a la baja en sus ingresos por venta de publicidad. Fruto de la fragmentación de sus audiencias, la fuga de ellas a los nuevos medios multiplataforma, o la irrupción fuerte de los grandes buscadores, redes sociales y distribuidores de contenidos online para llevarse hoy casi la mitad de todo lo invertido en avisaje, este panorama es cada vez menos alentador a la búsqueda de un periodismo de excelencia.

Con o sin estallido social y con o sin pandemia, las industrias mediales chilenas viven desde hace al menos siete a ocho años una fuerte presión a la baja en sus ingresos por venta de publicidad.

Si se quisiera sondear en las primeras señales de esta masificación de la infoentretención por sobre el periodismo de calidad, la cobertura desmedida pomposa de la participación de Chile en el mundial de fútbol de Francia 1998 sirve como ejemplo. La instalación de centenares de profesionales, especialmente de TV, transmitiendo casi todo el día desde allí el quehacer de la fanaticada chilena en París fue un acto premonitorio del devenir de la debacle.

La instalación de centenares de profesionales, especialmente de TV, transmitiendo casi todo el día desde allí el quehacer de la fanaticada chilena en París fue un acto premonitorio del devenir de la debacle.

Otro suceso fue la irrupción de la telerrealidad, los realities y el mercado subsidiario de la farándula como otro eje de atracción para el periodismo local. La renovación de LUN como un diario de las nuevas clases medias bajas, de entretención banal y vitrina de dramas de famosos contribuyó en este proceso, acompañado a poco andar por La Cuarta, que de la crónica policial y las modelos en bikini pasó por corte directo a la carnicería de almas de la farándula televisiva.

Los cinco principales canales de TV abierta de alcance nacional desplegaron esfuerzos en los dos mil por hacer de la conversación de farándula el pseudo periodismo como espectáculo para nutrir las conversaciones cotidianas. Su posterior derrumbe en prestigio, audiencias y avisaje hizo casi desaparecer este género para reinventarlo en pocos medios como una cobertura más amable y en positivo.

Lo cierto es que la telerrealidad contaminó la forma de entender la vida privada de la gente desconocida –generalmente pobre o de recursos medios- como un preferente insumo clasista de bajo costo o gratis que servía también para hacer periodismo en los noticieros de TV. Esto, ligado a la pulsión porque todo relato periodístico debía aspirar a ser entretenido y por la extensión temporal creciente de la duración de los noticieros, terminó de matar la profesión o tornarla casi inservible.

El descalce sin retorno

La crisis actual del periodismo no es solo de los hechos que se cubren, sino de cómo se cubren y con qué objetivo. Si primara la información de calidad y el derecho a estar informados, bastaría con seguir un esquema de noticieros tipo Deutsche Welle, que en quince minutos son capaces de informar los hechos más relevantes del mundo, incluido Chile cuando es importante.

La crisis actual del periodismo no es solo de los hechos que se cubren, sino de cómo se cubren y con qué objetivo.

Pero la baja inversión publicitaria y la reducción de costos y de procesos productivos en los medios, sumada la necesidad de incrementar las economías de escala llevó en los últimos diez años a hacer de los noticieros de TV las cajas recaudadoras de los canales –excepto cuando las teleseries nacionales son exitosas- obligando a abaratar gastos extendiendo las franjas de noticias con menor personal que antaño.

Así pasamos por las modas de los ciclos de media hora o más todos los días en cada noticiero dando mini reportajes de casuística micro social, móviles de modas y consumo desde un spa o un restaurante, festivales de la empanada o el completo más grande, el día de la salchicha con pebre, etc. A esto se agregan otros 20 a 30 minutos de deportes y comentarios sobre el acontencer de los futbolistas chilenos en el exterior, incluidas sus parejas, novias y mascotas. Todo lo anterior ya dando cuenta de un pastiche que lo menos que tiene es información relevante.

En cierto modo el periodismo vive hoy la paradoja de haber sido asesinado por los propios periodistas que, presionados por la fragilidad de los medios deben hacer todo lo posible por subsistir (una suerte de suicidio profesional asistido). No los excuso, pero los entiendo. Aunque en algún minuto la sociedad chilena les pasará la cuenta, como comenzó a verse en la animadversión a la TV en el estallido social.

Si un mal médico se equivoca en un diagnóstico el paciente se le puede morir; pero si un periodista se equivoca o degrada el ejercicio de su trabajo, la sociedad es la que se enferma y el costo lo pagamos todos.

Si un mal médico se equivoca en un diagnóstico el paciente se le puede morir; pero si un periodista se equivoca o degrada el ejercicio de su trabajo, la sociedad es la que se enferma y el costo lo pagamos todos.

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