La aguda e irremediable crisis de audiencias de Canal 13 lo relegó al cuarto lugar en el último medio año. Un proceso que recuerda los años más oscuros de fines de la década 2000, con una estación entonces dañada en su marca y que hoy no logra cuadrar su discurso de marketing con lo que exhibe su pantalla y comunican sus ejecutivos. Un proceso que lejos de asemejarse a una partida de ajedrez representa un pase bluffeado en una partida de póker
En el mundo del juego, ¿qué diferencia al ajedrez respecto del póker? Esta es una pregunta que hace más de una década formulé en otra columna y que vale la pena rescatar hoy. En rigor, el primero se fundamenta en el despliegue de la estrategia asentada en la ciencia de la lógica matemática proyectiva y el segundo en la estrategia de la persuasión sobre el azar, valiéndose a ratos de lo que se denomina bluff (engañar sobre el valor de las cartas propias versus las de los rivales).
Canal 13 protagoniza desde hace más de medio año una consistente debacle en sus audiencias, en plena pandemia y exhibiendo una programación de emergencia, como el resto de los canales de TV abierta, que lo situó en el cuarto lugar. Una vuelta atrás que no vivía desde la era final de Vasco Moulian y Mercedes Ducci en la conducción de esa señal (2009-2010), previo al ingreso de Andrónico Luksic como socio mayoritario y posterior único dueño.
Sillas musicales, pérdidas y cansancio
Con la muerte de Eleodoro Rodríguez en 1998, histórico director del canal de la Corporación de Televisión de la Pontificia Universidad Católica de Chile en el último cuarto del siglo XX, se acabaron los tiempos de bonanzas en rating, ventas y utilidades. Del 2000 al 2010 fue un tiempo de sinuosos altibajos maníaco depresivos –fracasos, éxitos, fracasos- en la conducción del proyecto en constante refundación, de la mano de Rodrigo Jordán, Jaime Bellolio, Enrique García, Eliana Rozas, Mercedes Ducci, Jorge Herrera y Marcelo von Chrismar. Nueve años TVN lideró en sintonía y otros dos Megavisión (2004 y 2008).
El 2011, por primera vez alcanzó la cima Chilevisión bajo la administración de Turner Broadcasting System, para ceder el podio a Canal 13 el 2012 y 2013, ya en pleno despliegue de una señal de propiedad mixta con Luksic como dueño del 67%, por el que pagó 55 millones de dólares (y que para armar su equipo ejecutivo descabezó las gerencias clave de TVN y reconvocó al equipo migrado a fundar CNN Chile).
Pero poco le duró esta bonanza al empresario, ya que con la compra de Megavisión por Carlos Heller y el Grupo Bethia -entonces en manos del Grupo Claro (2013)-, este canal se instaló en el primer lugar desde el 2014 hasta enero 2021. Todo gracias a levantar de Canal 13 a todo el staff de programación y planificación de contenidos, encabezado por Patricio Hernández, y a la casi totalidad del área dramática de TVN, dirigida por María Eugenia Rencoret.
El resto de la historia es conocida. El liderazgo de Mega coincidió con grandes bajas de inversión publicitaria, propiciada por la fragmentación de públicos y la emergencia de los medios digitales. También con una estrategia de competencia que optó por abaratar el costo de la publicidad en al menos un tercio respecto de los precios que mantenían Canal 13 y TVN. Todo en el marco general de crisis industrial en donde se acumulan pérdidas por más de $ 214 mil millones de pesos nominales entre el 2014 y septiembre 2020, de los cuales $ 62.366 millones corren por parte de Canal 13 bajo la administración de Andrónico Luksic. Un lapso en que ha contado con la colaboración de siete directores ejecutivos; David Belmar, Rodrigo Terré, Luis Hernán Browne, Cristián Bofill, Alejandra Pérez, Javier Urrutia y, por último, su hijo Max Luksic, quien se hizo cargo por completo de la administración de la señal, con plenos poderes y respondiendo a sí mismo.
Identidad como problema
Mientras se mantuvo la propiedad mixta de Canal 13 entre la PUC y Luksic nunca se cambió su línea editorial de estación católica confesional, pese a que sus contenidos violaban esos preceptos de modo cotidiano, jactándose sus rostros de una nueva etapa liberal. Esto consolidó el choque de culturas corporativas internas ligadas a la universidad por un lado y al empresario, por otro. Finalmente se resolvió cuando adquiere el 100% del consorcio televisivo, radial y multimedios, etapa que enfrenta el dilema de redefinir su identidad y achicar su planta a menos de un tercio de los funcionarios, externalizando la producción a la empresa española Secuoya.
Pero no es simple responder ¿qué es Canal 13? Ya sea como marca, como historia, como estación de TV, como generador de contenidos, como imaginario, como producto, como medio que instala su agenda o simplemente como empresa que congrega a un grupo humano y que quiere sanear sus cuentas para cuadrar costos con expectativas de ingreso.
Quizá es justamente este último proceso el que más ha dificultado despejar esta necesaria búsqueda de un sentido identitario coherente entre su discurso de marketing, el relato de sus ejecutivos en los medios –siempre justificatorio, negador, de autoengaño, cuando no ingenuo o manipulador-, y lo que se aprecia en su pantalla. Un canal que se promociona como liberal e inclusivo, abierto a las nuevas tendencias y estilos de vida; pero que en su oferta pandémica y de post estallido social se afinca en figuras como Joaquín Lavín, Marcela Cubillos o Bettina Horts, a la hora de analizar la actualidad. O que en las tardes destina una extensa franja a emitir un viejo toc show como Caso Cerrado, representante de las clases medias y bajas de la cultura latina chicana. Un pseudo tribunal de mediación familiar creado el año 2001 y que en nuestro país es visto preferentemente por la tercera edad precarizada. La misma a la que se le ofrecen ciclos de repetición de teleseries y series turcas en el off prime y que hoy también asiste al naufragio de su matinal, Bienvenidos.
Poco le funciona hoy a este otrora gigante de la TV chilena. Los programas de Pancho Saavedra si bien ya no lideran o son superados por Chilevisión, son altamente competitivos los fines de semana. La ayuda social de las tardes de lunes a viernes con Ángeles Araya también trata de construir un tren algo más coherente con producción en vivo conectada con la ciudad y sus problemas.
Un hándicap que perjudicó el desempeño del 13 en el último año refiere a la demora por la pandemia en la producción, grabación y futura emisión de sus nuevas teleseries. Allí se apuesta a competir en el pilar que aún permite sostener más fuertemente a Mega, sus telenovelas nacionales.
Sin dudas que lo de Max Luksic y su equipo hoy responde más a una partida de póker que a una de ajedrez. Porque sus resultados no cuadran con las evaluaciones que se comunican, porque si bien están tratando de sacudirse del cuarto lugar y de plantearse como un nuevo medio, no han podido asentar esto en la opinión pública ni leer bien el escenario de movidas de sus contendores. Porque el 13 sigue siendo una empresa perteneciente a uno de los grupos más ricos de Chile, dueño de Quiñenco y con múltiples intereses (financieros, mineros, de energía, agroindustrial, maderero, de transporte, telecomunicaciones y medios de comunicación).
Allí radica un desafío gigantesco de credibilidad y confianza ante la ciudadanía por potenciales conflictos de intereses y el necesario ejercicio pluralista del derecho a informar y estar informados. De marcar agenda e influir, sabiendo que la TV cada vez influye menos en las élites y los tomadores de decisiones. Donde sus productos periodísticos en la última década sucumbieron a los recortes de presupuesto y se deslegitimaron mediante el ejercicio de un periodismo pastiche –a ratos- en su otrora prestigioso Contacto. O la desnaturalización de sus anclas periodísticos obligados a asumir formatos de entretención no bien definidos en su identidad, diseño y discurso.
Mientras el mercado se sigue achicando cruelmente, en un agudo ajuste de crisis, y como suele ocurrir en el póker jugado desde su staff directivo, se quiere hacer creer a sus rivales que tienen escala real o full de ases cuando sólo poseen dos pares.