A horas de la votación que dirimirá un(a) nuevo(a) aspirante presidencial, llama la atención una de las discrepancias acentuada por Paula Narváez ante su competidora Yasna Provoste
En efecto la candidata apoyada por el PS, PPD, Nuevo Trato y liberales, recalcó la conducta esquiva de Provoste para aceptar la competencia y dirimir en un mecanismo abierto – a esas alturas léase consulta ciudadana – la opción presidencial, enfatizando que esa resistencia inicial le parecía una excusa, porque “las ideas las tenemos, tenemos bases programáticas y por lo tanto el mecanismo no era un problema en sí mismo, sino que era un tema de principios y ella se resistió un poco”.
Sostener que aquello se aproximaba a una cuestión de principios es hilar demasiado fino y confunde las formas con el fondo, pues lo que está en juego es simplemente un medio para resolver una candidatura. Y, como tal, en sí mismo no es bueno o malo porque su eficacia dependerá en cómo se emplea, en qué momento y para qué objetivo; nadie podría decir que un martillo ha fracasado en clavar un clavo. El fracaso será de quien lo haya empuñado por la cabeza en lugar de por el mango.
Entonces, una consulta bien realizada, limpia, transparente, sin recriminaciones que excedan las evidentes diferencias de las contendientes, contribuirá a fortalecer la coalición y a quien resulte triunfante. Todo aquello bajo la condición que el retrasado y difícil proceso – no cuenta con los respaldos oficiales ni recursos de las primarias legales ya realizadas – haya contribuido a una suficiente exposición de los objetivos programáticos en contienda.
Con todo, no implicará que la competencia otorgue necesariamente una mayor legitimidad política a las resoluciones votadas.
Pese al tiempo transcurrido y distancias políticas de época, valga recordar que Salvador Allende fue elegido por menos de la mitad del Comité Central del PS, en virtud de que la mayoría se abstuvo y, luego, proclamado por los demás partidos de la Unidad Popular. Nada de aquel método fue obstáculo para que su candidatura tuviera toda la necesaria legitimidad frente al electorado.
Algo menos lejano, Patricio Aylwin fue proclamado por la Junta Nacional del PDC y luego por los respectivos organismos de los otros partidos de la Concertación y, tampoco, nadie cuestionó su legitimidad.
Innegablemente una primaria tiene el mérito de ser un mecanismo para resolver lo que las dirigencias no pueden y, en especial, permite previo al proceso de campaña electoral movilizar contingentes más masivos lo que, por lo general, impacta positivamente en cierto electorado indeciso.
Más aún si se depende del arbitrio de los medios de comunicación para informar a “su pinta” las disyuntivas en juego, ciertamente incidente en circunstancias de limitaciones a la movilización social y política como las hoy vigentes en tiempos de prolongada pandemia. Condiciones todas que multiplican el desafío para las respectivas conducciones partidarias en competencia en el intento de difundir sus bases programáticas o ideológicas.
En el referido contexto parece mayor el desafío para que la Consulta de Unidad Constituyente llegue a buen término con una reducida participación ciudadana.